En medio de los preparativos para la reapertura por todo lo alto de la catedral parisina de Notre Dame, esta semana se coló en Francia una crisis política -una más en este año- debido a la caída del primer ministro Michel Barnier, lo cual obliga al presidente galo Emmanuel Macron a buscar nuevamente una solución al bloqueo político en el que se encuentra el país.
La moción de censura contra Barnier en la Asamblea Nacional (Parlamento) obtuvo 331 votos a favor gracias al apoyo de diputados de la izquierda y la derecha más radicales, muy por encima de los 288 que requería para provocar la dimisión del Ejecutivo.
Barnier, exnegociador de la Unión Europea para el ‘brexit’ elegido hace apenas tres meses por su talento para el pacto (tal como resalta la agencia Efe), fue incapaz de construir uno sobre los presupuestos para el 2025, quiso aprobarlos sin el consenso legislativo y acabó convirtiéndose en el jefe de Gobierno francés más efímero desde la Segunda Guerra Mundial.
Francia entra en una etapa de incertidumbre y Macron ya dijo que se tomará unos días para nombrar al sucesor de Barnier en medio de una situación de fastidio generalizado.
Cuando a fines del 2021 Angela Merkel dejó el cargo de canciller alemana luego de 16 años, muchas miradas se dirigieron hacia Emmanuel Macron buscando en él a un sucesor como la figura más influyente y sobresaliente de la Unión Europea. El presidente francés quiso calzarse esos zapatos pero ciertamente le han quedado grandes. Tras siete años y medio al frente de la nación gala, hoy atraviesa por uno de sus momentos más complicados y sus críticos le achacan que ya ni siquiera puede propiciar unidad en su país, menos aún en el continente.
En junio de este año, con los Juegos Olímpicos de París a puertas de su estreno, Macron decidió disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas anticipadas. Buena parte de la ciudadanía vio en ello una reacción hepática de orgullo herido tras los comicios al Parlamento Europeo (en ellos su partido no salió bien parado): una suerte de “lección dada al pueblo por haber votado mal” por parte del mandatario. Su popularidad cayó entre 8 y 10 puntos y le llovieron adjetivos como “narcisista”, “arrogante”, “fuera de onda” o “desconectado”.
Hay un dato elocuente sobre la inestabilidad que rodea actualmente al gobierno de Macron. Durante su primer quinquenio (2017-2022) solo tuvo dos primeros ministros (Édouard Philippe y Jean Castex) y en este segundo mandato, que recién va por la mitad, ya ha tenido tres (Elisabeth Borne, Gabriel Attal y Michel Barnier) y está abocado a buscar un cuarto, que saldría de una terna compuesta por un ex primer ministro socialista, un líder centrista y el actual ministro de Defensa.
El complejo cuadro para Macron se completa con una Asamblea Nacional fracturada en la que las voces que le piden la renuncia resuenan cada vez más. No vienen solo desde la izquierda o la extrema derecha sino también del partido conservador Los Republicanos. Para quienes claman por un adelanto de la elección presidencial, Macron les respondió que eso es “política ficción”, que no tiene sentido pedírselo a un hombre “elegido dos veces por el pueblo francés” y que cumplirá su mandato hasta el 2027.