El teléfono sonó a las tres de la mañana. Yermi Santoyo despertó y miró la pantalla. Era un número desconocido.
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—¿Usted es el esposo de Darielvis? —dijo un hombre en español, después de traducir lo que otro había dicho en inglés— Ella está herida.
—¿Herida? ¿Se cayó al río?
—No, no. Tiene que venir.
—¿Pero qué pasó?
—Si quiere enterarse, tiene que llegar hasta aquí para que le dé fuerzas.
El hombre colgó y Yermi se levantó de un salto. ¿Darle fuerzas? Sintió que una bruma nublaba su cabeza. No tenía idea de qué podía hacer.
Yermi había hablado por última vez con su esposa, Darielvis Sarabia, dos días antes, cuando abordaba una lancha que la llevaría junto a los niños desde Tucupita, al oriente de Venezuela, hasta Trinidad.
Tucupita es la capital de Delta Amacuro, una de las provincias de Venezuela más cercana a las costas de Trinidad, y uno de los principales puertos de salida de los venezolanos que escapan en bote para pedir refugio en la excolonia británica.
Seis millones de personas han huido o emigrado de Venezuela durante los últimos años, un éxodo que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados define como “una de las principales crisis de desplazamiento del mundo”.
Los migrantes venezolanos navegan por los afluentes del Orinoco, que atraviesan la geografía de Delta Amacuro y desembocan en el Mar Caribe. Por ello, Yermi temía que su esposa hubiese caído al río.
Yermi llamó a un amigo que vivía cerca y tomaron un autobús hasta el Hospital de Sangre Grande, al noreste de Trinidad. Llegaron poco antes del amanecer, después de dos horas y media de recorrido.
Darielvis estaba en el servicio de emergencias, acostada en una camilla, con el hombro izquierdo vendado y la ropa manchada de sangre. Dos policías trinitarios la custodiaban.
—¿Qué pasó, mi amor? —preguntó Yermi, temeroso de la respuesta.
—Perdimos al niño —respondió ella temblando.
Salieron de Venezuela el viernes 4 de febrero de 2022, cuando el gobierno conmemoraba 30 años del golpe de Estado que comandó el expresidente Hugo Chávez, y marcó el inicio del chavismo como movimiento político.
Los niños se llamaban Danna y Yaelvis. Ella tenía 2 años. Él, 1.
La madre y los niños navegaron los ríos de Delta Amacuro y esperaron hasta la noche del sábado para zarpar. Era más fácil evadir el patrullaje trinitario en medio de la oscuridad.
Sin embargo, una embarcación de la Guardia Costera interceptó el bote cuando se acercaba a las costas de Trinidad, en la noche del sábado 5 de febrero.
Darielvis contó a su esposo que el niño iba sentado en su regazo. Los alumbraron y dieron la voz de alto, pero el conductor de la lancha se puso nervioso e intentó retroceder.
Se escucharon disparos.
Ella cubrió al niño con su cuerpo para protegerlo, pero una bala atravesó su hombro izquierdo y le dio a Yaelvis.
—La cabecita le quedó explotada. La vi en mis manos —dijo a su esposo.
La tripulación gritó que había mujeres y niños en el bote y cesaron los tiros.
Los guardias separaron a Darielvis del cuerpo de su hijo para llevarla al hospital.
Danna, la mayor, se quedó con el resto de la tripulación del bote.
Un navío de 720 toneladas y 59 metros de largo patrullaba por la costa sur de Trinidad, cuando detectó una embarcación que había cruzado la frontera con las aguas marítimas venezolanas, reportó la Guardia Costera trinitaria en un comunicado el domingo 6 de febrero.
Las autoridades del buque enviaron un bote para interceptar la lancha.
Los oficiales llamaron por megáfono, tocaron la bocina del barco, apuntaron con el reflector y lanzaron bengalas para obligar a la embarcación a detenerse. Sin embargo, la nota refiere que el bote insistió en “evadir” al navío.
“El esfuerzo de embestida de la embarcación sospechosa, que era más grande que la (...) del barco, hizo que la tripulación temiera por su vida y, en defensa propia, dispararon contra los motores de la embarcación sospechosa”, prosiguió el comunicado.
Cuando el bote se detuvo, los oficiales de la Guardia Costera trinitaria descubrieron que había “migrantes ilegales a bordo”, que no fueron vistos porque “permanecían escondidos”.
Encontraron a una “migrante ilegal adulta” que estaba sangrando y sostenía a un niño. “Lamentablemente, se descubrió que el bebé no respondía”, explicó la Guardia Costera.
Eran Darielvis y su hijo Yaelvis.
Días después, un pescador trinitario desmintió a la Guardia Costera en una declaración a la prensa trinitaria, en la que pidió mantenerse anónimo.
El pescador viajaba con otras dos personas en un bote por la zona de Moruga, al sur de Trinidad, cuando avistaron una embarcación en problemas.
Los tripulantes se cambiaron al bote de los pescadores para llegar a la orilla, pero fueron interceptados antes de tocar tierra firme.
“Vimos este barco, no tenía luces ni nada. Vimos una bengala. No sabíamos si eran bandidos o guardacostas. Con la primera bengala que lanzaron, escuchamos varios disparos”, citó el diario trinitario Guardian.
“Lanzaron una próxima bengala con varios disparos más. Después de la segunda bengala, enviaron una tercera en la que encendieron una luz en su bote que decía: Guardacostas, alto”.
Una mujer se levantó y estaba herida. “Veo un gran agujero en la cabeza del bebé. Ella estaba llorando. Estaba ensangrentada”, añadió en referencia a Darielvis.
Los oficiales de la Guardia Costera llevaban pasamontañas, aseguró el pescador. Se acercaron a la embarcación en dos botes más pequeños y los apuntaron. “Maldecían y pedían drogas y armas”.
Obligaron a los pescadores a permanecer en el bote con el cuerpo del niño, mientras los tripulantes eran trasladados a las embarcaciones oficiales.
“Luego me llamaron para que subiera al frente y levantara al bebé y orara por él. Hice lo que dijeron porque estaba muy asustado”, contó el pescador a los periodistas.
La exprimera ministra trinitaria y lideresa de la oposición, Kamla Persad-Bissessar, dijo que sentía un “dolor desgarrador” al ver a la Guardia Costera “disparando contra un barco migrante, asesinando a un bebé”.
“Dices que venían a embestirte, podrías haber tomado una acción evasiva. ¿Por qué tenías que disparar? ¿Era eso lo que llamabas fuerza razonable?”, cuestionó.
El primer ministro trinitario, Keith Rowley, respondió en un post de Facebook que la patrulla fronteriza intentó “detener una embarcación que se negó a responder y actuó agresivamente en cumplimiento de órdenes legales, razonables y profesionales según los protocolos y leyes internacionales”.
Y remató en mayúsculas sobre la muerte de Yaelvis: “¡FUE UN ACCIDENTE!”.
BBC Mundo no obtuvo respuesta a la solicitud de entrevista con voceros de la Guardia Costera ni del Ministerio de Seguridad Nacional de Trinidad y Tobago.
La abogada trinitaria Nafeesa Mohammed, especializada en derechos de la infancia, opina que la Guardia Costera actuó sin tomar en cuenta la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados ni la Convención sobre los Derechos del Niño.
“Los refugiados y quienes buscan asilo son víctimas y necesitan protección, no persecución”, dijo en entrevista con BBC Mundo.
“La Guardia Costera se encarga de proteger nuestras fronteras y conduce sus asuntos de manera militar. No respetan los derechos humanos ni consideraciones humanitarias”, precisó.
El gobierno venezolano pidió investigar la muerte de Yaelvis.
La pareja y los niños vivían en casa de la abuela de Darielvis, quien se ocupó de ella desde que tenía 15 años, cuando su madre falleció de cáncer.
Ahora la abuela tiene 80 y se mueve en silla de ruedas.
En junio de 2021, Darielvis y los niños estaban tan delgados que Yermi decidió marcharse a Trinidad para buscar trabajo y enviar remesas.
Vendió hasta el teléfono móvil para reunir los 200 dólares que costaba el viaje desde Tucupita.
A diferencia de su familia, la embarcación que tomó Yermi logró llegar a la playa de Morne Diablo, al sur de Trinidad, sin ser detectada.
Trabajó durante ocho meses en Trinidad como jornalero en fincas agrícolas.
Llamaba a los niños todos los días, antes de salir en la mañana, durante la pausa del almuerzo y antes de dormir. Quería evitar que lo olvidaran.
“Papá”, respondía Yaelvis al verlo por videollamada.
Cuando sintió confianza suficiente para pedir un favor, Yermi obtuvo un préstamo de su jefe por 2.000 dólares trinitarios (casi US$300) para montar a su esposa y a sus hijos en aquella lancha.
Los coyotes que trasladan a los venezolanos desde Delta Amacuro evitan precisar a dónde llegarán. Las maniobras para evadir a “la costera” les impiden saber en qué parte de la isla podrán desembarcar los pasajeros.
Cuando llegan a la playa no atracan en la orilla. Ordenan a los pasajeros que se lancen al agua y lleguen a tierra, aunque muchos no saben nadar.
—¿Y Danna dónde está? —preguntó Yermi a su esposa en la emergencia del hospital.
—Se la llevaron. Búscame a mi niña —respondió ella.
Los policías dijeron a Yermi que podía visitar a su esposa entre las 4:00 y 5:00 de la tarde todos los días, pero durante los primeros tres no le permitieron verla.
Funcionarios de la embajada de Venezuela lo acompañaron a buscar a su hija Danna. Al tercer día la encontraron en el helipuerto de Chaguaramas, una instalación militar donde retienen a las personas que ingresan ilegalmente en Trinidad.
Yermi salió del carro e intentó aproximarse al edificio principal de Chaguaramas, pero dos guardias le bloquearon el paso.
Danna apareció de la mano de un desconocido. Cuando se la entregaron a Yermi, comenzó a llorar y no lo reconocía. Él la abrazó y le recordó que era su papá. Le dijo que todo estaría bien, se quedarían juntos para siempre.
La niña iba al baño con frecuencia durante los días siguientes. Yermi se preguntaba si habría tomado agua sucia. De madrugada gritaba y lloraba, despertaba sobresaltada por las pesadillas.
Él dejó de trabajar mientras su esposa estaba hospitalizada. Tardaba al menos dos horas en ir desde casa hasta el hospital, y otras dos para regresar. Siempre acompañado por Danna.
Yermi percibía que su esposa evitaba llorar frente a él. Se hacía “la fuerte”, igual que la mamá de Darielvis cuando recibía el tratamiento contra el cáncer.
Aunque los policías dijeron a Yermi que podía acompañar a Darielvis durante al menos una hora diaria, no le permitían estar más de 30 minutos.
Los policías autorizaron que Danna entrara a ver a su mamá. Ella alcanzó a darle un beso y decirle que la amaba, pero la niña no mostró mayor interés por el reencuentro, como si no la reconociera.
Darielvis estuvo hospitalizada durante nueve días, hasta que la operaron del hombro.
Como la veía tan delgada y decaída, Yermi pidió hablar con un médico, quería saber si sus valores en sangre eran normales, confirmar que su cuerpo podía soportar una cirugía.
Sin embargo, nadie respondía.
Ella se recuperó de la operación y fue dada de alta después del velorio de su hijo.
Del grupo que viajaba en aquella lancha, Darielvis y su hija fueron las únicas que recibieron la autorización del gobierno trinitario para quedarse en la isla.
Los demás fueron deportados en una lancha hasta Güiria, un pueblo venezolano ubicado 516 kilómetros al norte de Tucupita.
El primer ministro trinitario ha señalado que la isla, de 1,39 millones de habitantes, no tiene capacidad para recibir a los solicitantes de refugio de Venezuela, un país de 28 millones.
“Si usted va a solicitar asilo en Trinidad y Tobago, o en cualquier parte del mundo, tiene que demostrar que está personalmente en riesgo, bajo ataque por su raza, religión, por política o lo que sea”, declaró Rowley en diciembre de 2020.
“Su ambición por una vida mejor a través de cambios económicos no aplica para el asilo en ninguna parte del mundo”, añadió.
Venezuela perdió cuatro quintos del tamaño de su economía a partir de 2014, la contracción económica más severa en la historia moderna del hemisferio occidental.
En ese panorama, Delta Amacuro figura como uno de los estados más pobre de Venezuela.
Nadie se ha atrevido a decirle a la abuela de Darielvis lo ocurrido. Todavía espera que su nieta y los niños la llamen para contarle cómo estuvo el viaje a Trinidad.
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