Al noreste de Nigeria, entre las fronteras con Niger y Chad, se encuentra el estado de Borno. El árido desierto que cubre la mayor parte de esta zona ha sido testigo de casi una década de enfrentamientos entre grupos armados como Boko Haram y fuerzas gubernamentales que han generado más de 2 millones de desplazamientos forzados y llevado a que unas 8 millones de personas dependan de la ayuda humanitaria para sobrevivir.
En el medio de todo este convulso terreno se encuentra Pulka, un pequeño enclave recuperado por el Ejército Nigeriano que ha visto a su población crecer de 30 mil a 70 mil habitantes a causa de los refugiados que han llegado de pueblos cercanos controlados por extremistas y ahora intentan acomodarse dentro de cinco campos humanitarios.
Los víveres solo pueden ser llevados en caravanas organizadas por el ejército, debido a la amenaza latente de los grupos armados.
“En Pulka no hay energía eléctrica, no hay señal telefónica y hay muy poca agua”, dice Bruno Giusti Díaz, un psicólogo peruano de 32 años que desde marzo coordina el área de salud mental en dos proyectos que tiene ahí Médicos Sin Fronteras (MSF).
- ¿Cuándo llegaste?
El 20 de marzo de este año.
- ¿Cómo termina un peruano en medio del desierto africano?
Bueno, es mi primera misión con MSF. Yo soy de Lima, estudié allá y el trabajo comunitario siempre me interesó mucho. Estuve en Ayacucho, apoyando en el terremoto de Pisco, luego fui a estudiar dos maestrías a España y ahora se me presentó esta oportunidad. Me interesé mucho porque es una gran oportunidad para conocer otros contextos y traer el trabajo psicológico a estas zonas. Es todo un campo de trabajo nuevo.
- No es lo mismo apoyar en Ayacucho o tras un terremoto que en una zona en conflicto armado, imagino que los días están llenos de retos.
Sí, claro. Debes tener super claro cuál es el reto que asumes al venir. Afortunadamente, MSF hace todos los esfuerzos por mantenernos seguros y además nos informa al detalle de todo lo que pasa en cada zona antes de aceptar venir. Cada uno es libre de decidir si va o no.
- Estás a cargo del equipo de salud mental, ¿cuán grande es?
Está compuesto por 13 profesionales, entre psicólogos, trabajadores comunitarios, consejeros.
- Desde acá conocemos la amenaza de Boko Haram, pero imagino que no es la única en la zona.
No solemos hablar de Boko Haram como tal, hablamos de grupos armados no estatales por varias razones. Primero, porque hay varios y es complejo saber qué grupo está dónde y en qué momento. Además, yo como psicólogo no sé los pormenores de lo que sucede políticamente. En cuanto a los pacientes, como te imaginarás al vivir en un ambiente como el actual la gente se enfrenta a muchísimas situaciones de violencia, han perdido sus casas, han perdido a seres queridos. Y cuando los grupos armados han estado en control de los pueblos donde ellos vivían se han enfrentado a amenazas, torturas, maltratos físicos, abusos sexuales y muchas cosas más. Todo esto deja, además de una serie de enfermedades, un montón de experiencias traumáticas por atender.
- No puedo ni imaginar lo complicado que debe ser para ustedes atender esos casos.
Sí, sobre todo porque la gente que trabaja aquí es de la zona, así que han vivido estas situaciones de violencia. Es un trabajo del día a día, hay muchos momentos de tensión y sientes que estás un poco perdido, que lo que sientes nunca es suficiente. Pero sí hacemos muchas cosas. Por ejemplo, tenemos un hospital en la zona, hacemos trabajo dentro de él, pero además trabajamos directamente en los campos de refugiados.
- Muchas veces hablamos de los problemas de salud mental como un todo, de forma muy general. ¿Qué problemas específicos se desarrollan en esas situaciones?
Pasan muchas cosas. Desde lo más evidente, como la ansiedad o reacciones muy fuertes por los traumas que han vivido, ataques de pánico y problemas de tensión; hasta dificultades en sus vínculos, a la gente que ha vivido esos episodios de violencia se le hace muy difícil sentirse segura y confiar en otras personas. Parte de nuestro trabajo es que vuelvan a confiar en las relaciones con otros. Establecer vínculos saludables con su entorno permite que uno se pueda curar. Además del trabajo de prevención y concientización sobre los tipos de problemas de salud mental que hay y cómo prevenirlos.
- ¿Y la gente suele ser receptiva a ese intento de concientización?
En un contexto como este la gente no habla de salud mental no solo porque no quiere o porque hay un tabú, sino porque no tiene dónde hacerlo. Cuando hacemos talleres en los campos y explicamos los signos para detectar alguno de estos problemas muchos se dan cuenta de que lo padecían y, al enterarse de que tiene solución, generalmente lo reciben muy bien.
- ¿Algún caso se te ha quedado grabado especialmente?
Es complicado contar eso sin romper la confidencialidad. Pero de manera general te puedo decir que hay cosas pequeñas con un impacto muy grande. Hay pacientes que por la situación han dejado de hablar, llevan años sin comunicarse. Tuvimos una paciente que tras unas sesiones y después de trabajar empezó a hablar otra vez. Estábamos reunidos en una sesión con la paciente y con su familia, de repente comenzó a hablar y fue super emocionante. En una situación así, esas cosas son las que te reconfortan.