Cleopatra VII fue la reina egipcia que a los romanos les encantaba odiar.
Ella era, después de todo, el “monstruo fatal” que había seducido a Marco Antonio y lo había atraído a una alianza funesta.
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Todo el sórdido episodio había alcanzado su clímax a principios del año 30 a.C., cuando, con las fuerzas de Octavio, futuro emperador de Roma, acercándose a la capital egipcia de Alejandría, la pareja se quitó la vida.
A pesar de su trágica muerte, Roma seguía consumida por su ardiente odio hacia Cleopatra. Sin embargo, la admiración por el Egipto que la había producido era inmensa.
Y evidente: se veía en frescos ornamentados en paredes de la ciudad y hasta en pirámides descomunales, como la imponente tumba de Gaius Cestius Epulo en la Porta San Paolo en el sur de la ciudad.
Alguien a quien le debió desconcertar esa yuxtaposición fue la única hija de Marco Antonio y Cleopatra, Cleopatra Selene.
Nacida en el año 40 a.C. y criada en el Palacio Real de Alejandría, Cleopatra Selene tenía alrededor de 10 años cuando sus padres murieron.
Ella, su hermano gemelo, Alejandro Helios, y su hermano menor, Ptolomeo Filadelfo, fueron llevados a Roma y depositados en la casa de Octavia, hermana de Octavio y exesposa de su padre, Marco Antonio.
Si bien el biógrafo de Octavio, Suetonio, afirmó que el (futuro) emperador era una figura paterna bondadosa, que insistió en que se cuidara a los menores como si fueran su propia descendencia, sin duda hubo una dimensión política en esta decisión.
Retener el control de los niños significaba que se neutralizaba cualquier amenaza potencial al poder de Roma sobre Egipto.
Ese control se expresó por primera vez en el Triple Triunfo de Octavio, un evento organizado para celebrar sus éxitos militares, en el verano del 29 a.C.
El tercer y último día del triunfo conmemoró su conquista de Egipto y, en ausencia de su madre, los niños caminaron junto a una efigie de ella entrelazada con las serpientes que supuestamente habían acabado con su vida.
Cleopatra Selene se vistió como la Luna y Alejandro Helios como el Sol, en referencia a los nombres celestiales que les había otorgado Marco Antonio, para asegurarse de que las multitudes que se alineaban en la ruta procesional los reconocieran.
Por suerte para ellos, a diferencia de otros enemigos de Roma como Vercingétorix de Galia, su participación en la celebración no culminó con su ejecución ritual.
Pero ¿qué hacer con una princesa que ya no estaba en posesión de un reino?
Octavio se aseguró de que los otros hijos sobrevivientes de Marco Antonio fueran criados como romanos tradicionales: Iullus Antonius, de su tercera esposa, Fulvia, escaló el cursus honorum (carrera política) y fue elegido cónsul.
Antonia la Mayor y Antonia la Menor, las dos hijas de Marco Antonio con Octavia (su cuarta esposa), se casaron con romanos adecuados y contaron entre sus descendientes a los emperadores Calígula, Claudio y Nerón.
Pero la situación de Cleopatra Selene no era tan sencilla.
Después de todo, Marco Antonio la había declarado reina de Creta y Cirenaica (parte de la actual Libia) por derecho propio en el 34 a.C., y técnicamente podía considerarse la reina legítima de Egipto tras la muerte de su madre.
Afortunadamente para Octavio, se presentó una solución en la forma de otro de sus pupilos, Gaius Julius Juba.
Al igual que Cleopatra Selene, Juba era el último vástago de una familia real depuesta en el exilio.
Su padre, Juba I, había sido rey de Numidia (una región al norte del Sahara), pero había respaldado al perdedor en la guerra civil entre Julio César y Pompeyo el Grande. Tras la derrota de Pompeyo, Juba I, como Cleopatra, se suicidó, y Roma confiscó su reino, su tesoro y su descendencia.
Así como Cleopatra Selene, Juba había sido exhibido en una procesión militar: el Cuádruple Triunfo de Julio César en el 46 a.C. Era un niño en ese momento, y el biógrafo de César, Plutarco, lo describió como “el cautivo más feliz jamás capturado”.
Cleopatra Selene y Juba se casaron alrededor del año 25 a.C. antes de ser enviados al recién creado reino cliente romano de Mauritania (actual Marruecos y Argelia).
Mauritania era el único reino cliente de Roma en el oeste del imperio.
Era un vasto territorio, bendecido con considerables recursos naturales que incluían muchos de los lujos que anhelaban los romanos, como tinte púrpura, madera de cidro y animales exóticos, así como alimentos básicos como cereales y pescado.
Estaba poblado por muchos grupos indígenas diferentes, que hoy en día se conocen colectivamente como “bereberes”. También había colonias griegas y romanas ubicadas a lo largo de la costa mediterránea de la región.
Si bien en el corazón del imperio romano se esperaba que las mujeres ejercieran solo un discreto poder, las reinas en la periferia, como Mauritania, eran mucho más visibles.
Era tan natural que se involucraran en todos los aspectos del funcionamiento diario de sus reinos que sus súbditos se habrían sentido agraviados si no participaban plenamente.
Y Cleopatra Selene había crecido viendo a su madre hacer precisamente eso: no solo gobernando su reino y recibiendo embajadores de todo el antiguo Mediterráneo, sino también visitando y manteniendo correspondencia con otras mujeres poderosas, como la reina Amanirenas, quien presidió la vecina Kush.
Por lo tanto, no sorprende que ella no mostrara ninguna inclinación a hacerse a un lado y permitir que Juba tomara la iniciativa.
Al fin y al cabo, ella tenía el linaje más prestigioso que se remontaba a Ptolomeo, un general de Alejandro Magno, y también podía presumir de una conexión directa con la familia imperial a través de sus medias hermanas y abuela paterna, Julia.
Así que la pareja gobernó junta, un hecho que las monedas acuñadas dejaban claro: a un lado aparecía Juba y la leyenda latina Rex Iuba (Rey Juba), y al otro Cleopatra Selene y la leyenda griega Kleopatra Basilissa (Reina Cleopatra).
Cabe destacar que Cleopatra Selene también emitió sus propias monedas, repletas no solo de referencias a sí misma a través de lunas crecientes, sino también de motivos egipcios como cocodrilos, ibis y la corona y el sistro de la diosa Isis.
En una emisión de monedas, se presentó como “Reina Cleopatra, hija de la reina Cleopatra”, evidenciando el orgullo que sentía de su madre.
Siempre cautelosos y discretos, la pareja le dio a la capital de Mauritania, Iol, un nuevo nombre: Cesarea, en honor a Octavio.
Pero encontraron una forma de honrar a Cleopatra y la cultura egipcia dentro de los muros de la ciudad.
Se embarcaron en un lujoso programa de construcción para convertirla en una sede apropiada para su incipiente dinastía, y claramente se inspiraron en el antiguo hogar de Cleopatra Selene.
Construyeron un faro en el puerto similar al famoso de Alejandría, un gran palacio, un foro, un teatro y un anfiteatro. También plantaron una arboleda sagrada, importaron obras de arte egipcias, renovaron templos antiguos y erigieron otros nuevos.
Los dioses y diosas egipcios pronto se hicieron populares en Mauritania, y hubo un templo de Isis al que Juba dedicó cocodrilos.
Con el tiempo, Cesarea se convirtió en una corte altamente sofisticada y multicultural, poblada por eruditos griegos, romanos, egipcios y africanos prolíficos, y artesanos talentosos y creativos.
En sus propios escritos de Juba, incluyó anécdotas sobre Egipto, Alejandría y el Nilo que muy probablemente provenían de Cleopatra Selene. Fue una forma de reutilizar los recuerdos de su madre y su vida anterior de una manera aceptable para los lectores romanos.
Cleopatra Selene y Juba habían convertido, por todos los medios, sus infancias turbulentas (derrota, cautiverio, suicidios de sus padres) en un triunfo.
Pero en algún momento alrededor del cambio del primer milenio, esa historia de éxito tuvo un final repentino por la muerte prematura de la reina.
Aunque no sabemos la fecha precisa de su fallecimiento, otro poema compuesto por el poeta de la corte, Crinágoras de Mitilene, puede proporcionar una pista:
“La Luna misma, que salió temprano en la tarde, apagó su luz, velando su luto con noche, pues vio a su tocaya, la linda Selene, descender muerta al tenebroso Hades. A ella le había otorgado la belleza de su luz, y con su muerte mezcló sus propias tinieblas”.
En su poema, Crinagoras parece indicar que la muerte de Cleopatra Selene coincidió con un eclipse lunar.
Esto ha llevado a los historiadores a proponer dos fechas posibles para su fallecimiento, ambas presenciaron eclipses lunares que fueron visibles en Cesarea y Roma: el 23 de marzo del 5 a.C. y el 4 de mayo del 3 d.C.
La reina fue enterrada en un magnífico mausoleo, cuyos restos aún se pueden ver cerca de Cherchell en Argelia hoy.
Juba continuó gobernando Mauritania durante dos décadas después de la muerte de su esposa, y su hijo Ptolomeo fue designado cogobernante en el año 21 d.C.
Incluso después de su muerte, Cleopatra Selene siguió siendo una figura importante en el reino.
Un tesoro depositado cerca de Tánger contiene monedas que pueden fecharse en el período 11-17 d.C. e incluye no solo las acuñadas por Cleopatra Selene y Juba juntos, sino también las emitidas por la reina sola.
Esto indica que sus antiguos súbditos seguían usándolas décadas después de su muerte, y que Juba y Ptolomeo pudieron estabilizar su reinado conjunto gracias en parte al brillo perdurable de su esposa y madre.
Cleopatra Selene tuvo un impacto inmenso en su reino y en el resto del mundo romano durante su vida, incluso más allá.
Entonces, ¿por qué es tan poco conocida hoy?
Paradójicamente, la respuesta puede estar en su éxito.
Los historiadores romanos estaban obsesionados con lo que sucedía en el centro del imperio. Solo mencionarían los reinos clientes cuando había problemas.
El hecho de que no escribieran mucho sobre Mauritania indica que las cosas iban bien allá.
A diferencia de su madre y otras reinas-clientes romanas como Boudica, Cleopatra Selene parece haber triunfado en silencio en lugar de haber fracasado en voz alta.
* Jane Draycott es profesora de historia antigua en la Universidad de Glasgow. Su último libro, “La hija de Cleopatra”, fue publicado por Head of Zeus en noviembre de 2022. Si quieres leer el artículo original en BBC HistoryExtra, haz clic aquí.
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