Pumza Fihlani
En el escasamente poblado desierto de Karoo, en el corazón del Cabo Norte de Sudáfrica, el espíritu del apartheid, el sistema de segregación racial establecido por la minoría blanca, sigue vivo.
Pasé varios días en Orania. De hecho, fui una de las pocas personas negras en poner un pie en esa ciudad de sólo blancos. Así ha sido desde que se fundara, en 1991.
El periodista zimbabuense Stanley Kwenda y yo obtuvimos el permiso para visitar la localidad como parte del equipo de la BBC.
Durante esos días, Stanley y yo fuimos las únicas personas negras en esa ciudad de 1.000 habitanes. Una experiencia inusual hoy en Sudáfrica.
La interacción racial no es bienvenida en una población de sólo afrikáners, descendientes de colonos holandeses, donde sólo se habla afrikáans, una variedad del holandés, lengua oficial en Sudáfrica junto con el inglés.
Los habitantes de Orania temen que se “diluya” su cultura.
“NO DOMINACIÓN”
-
(Foto: BBC Mundo)
“No encajamos fácilmente en la nueva Sudáfrica. Orania fue una respuesta a no dominar a los demás y a no ser dominados por nadie”, dice Carel Boschoff, el líder de la comunidad.
Boschoff heredó el cargo de su padre, también Carel Boschoff, un afrikáner intelectual, el yerno de uno de los arquiectos del apartheid, Hendrik Verwoerd.
El nieto político de Verwoerd me cuenta que su gente tuvo que enfrentar una difícil decisión sobre su futuro cuando el gobierno negro fue electo en 1994.
“Cuando el gobierno implementó políticas como el empoderamiento económico de los negros y la acción afirmativa -conocida también como discriminación positiva, una política consistente en dar un trato preferencial a un grupo social que haya sufrido discriminación-, los afrikáners que habían sido cercanos al Estado tuvieron que plantearse seriamente su futuro”, explica. Y sentencia: “No hubiera tenido sentido no hacerlo”.
El objetivo del plan para el empoderamiento económico de los ciudadanos negros (BEE por sus siglas en inglés) era fomentar la participación de este sector de la sociedad en los negocios.
John Strydom, un médico retirado, nos ofrece una visita guiada a la ciudad. Su principal mensaje es: “No estamos en contra de los negros. Estamos a favor de nosostros mismos”.
MISTERIOSO LUGAR
-
(Foto: BBC Mundo)
Nos sentamos a tomar algo con Boschoff y éste define la bebida que nos sirven como “auténtico café bóer (afrikáner), fuerte”.
En la entrada de la comunidad cerrada hay una estatua de Verwoerd, uno de los primeros ministros de la era del apartheid, y ondea la bandera de Orania.
Ésta representa a un pequeño hombre, con los colores azul y naranja de fondo, y recuerda a la bandera sudafricana vigente durante la época de la segregación, inspirada ésta a su vez en la Prinsenvlag holandesa.
El pueblo está tranquilo; el canto de los pájaros y el sonido de las hojas de los árboles al viento son sólo interrumpidos por los pocos autos que pasan. Es un misterioso lugar para un extranjero.
La localidad cuenta con tiendas, peluquerías, una biblioteca, una oficina de correos, un hotel, un par de escuelas... e iglesias, muchas iglesias.
Pero bajo esta apariencia de tranquilidad se esconde el miedo que lleva a la gente a abandonar puestos de trabajo bien remunerados en la ciudad por humildes empleos en esta árida tierra.
CRECIMIENTO CONSTANTE
“Son los niveles de crimen y violencia en Sudáfrica lo que empuja a la gente a venir a Orania. Muchos han sido víctimas de la delincuencia”, indica Boschoff.
La de Sudáfrica está considerada como una de las sociedades más violentas del mundo, con una de las tasas de homicidios más altas. Las estadísticas oficiales sugieren que la mayoría de los crímenes tienen lugar en comunidades pobres, entre gente que se conoce entre sí.
Sin embargo, esto no ha impedido que el miedo a la delincuencia se extienda a otras comunidades.
-
(Foto: BBC Mundo)
Como resultado, funcionarios de Orania aseguran que su población crece al año un 10% desde que se fundara la ciudad.
“PEQUEÑO GIGANTE”
El símbolo de la comunidad afrikáner es un “pequeño gigante”, un hombre con la camisa remangada, representado en la bandera y en la moneda local.
Los habitantes de Orania se dedican a la jardinería, la fontanería, la albañilería o a la recogida de residuos, trabajos normalmente realizados por asalariados negros en el resto del país.
“Hay que adaptarse. Para algunos es más difícil, porque están acostumbrados a la manera de hacer las cosas en Sudáfrica. No están acostumbrados al trabajo manual”, aclara Strydom.
Varios habitantes nos explican que el objetivo de Orania es ayudar a crear una generación de “afrikáners puros, que no hayan sido tocados por el mundo exterior”.
Curiosamente, la existencia del pueblo está protegida por la Constitución de Sudáfrica a través de una cláusula.
Ésta garantiza el derecho a la autodeterminación y fue introducida para tranquilizar a parte de la población descontenta con la transición democrática.
Con sus casas de estilo holandés, visitar Orania es como retroceder en el tiempo. Pero alguna de las familias temen que la ciudad llegue a ser demasiado pequeña para sus hijos.
“RESPETO”
Theunie Kruger se mudó de Johannesburgo hace un mes, tras una oferta de trabajo en Orania. Explica que sus hijos disfrutan de la vida en el campo, pero asegura que él y su esposa los están preparando para un mundo en el que no existe una sola raza o cultura.
“Aquí no hay ninguna institución de educación superior, por ejemplo. Así que necesitan instrumentos para, en un momento dado, poder manejar el mundo exterior”, señala. “Les enseño que no hay diferencias por el color de piel”, asegura.
“Les digo que si respetan a la gente de Orania también deben respetar a los de fuera”, añade su esposa Anneliza Kruger.
La pareja reconoce que aún está adaptándose a las “reglas” del pueblo. Estas normas incluyen solicitar el permiso al ayuntamiento para recibir visitas.
“Lo comprendemos, pero es frustrante a veces”.
-
(Foto: BBC Mundo)
“RACISMO AL REVÉS”
Recortes de periódicos enmarcados y recuerdos afrikáners adornan las paredes del bar local.
El dueño, Quinton Diedrichs, es un hombre viajado, pero se desilusionó de Sudáfrica y hace cinco años decidió mudarse a Orania con su esposa, una esteticista.
“Este lugar es muy seguro. Dormimos sin cerrar las puertas con llave. Puedes caminar por la calle a las 3 de la madrugada sin ningún temor y eso no lo tienes en cualquier otro lugar”, reflexiona.
Diedrichs culpa a Frederik Willem de Klerk, el último afrikáner que gobernó en Sudáfrica, de la situación actual.
“Entregó el país a cambio de nada. Pero tenemos el Ejército”, comienza a decir. Pero se detiene de golpe, sacudiendo la cabeza. Hay poca luz en el bar.
Los clientes observan un partido de rugby en la televisión y, salvo alguna mirada furtiva, parece que nadie nos presta mucha atención a Stanley y a mí.
Algunos habitantes se acercan a nuestra mesa y la conversación se mantiene educada y políticamente correcta, así como en el resto de Sudáfrica.
Pero pronto el espinoso tema de los trabajos y las políticas a favor de la población negra asoma su cabeza.
Uno de los locales explica que se trata del ”racismo al revés“.
“No conseguimos trabajos. Es como si nos estuvieran castigando por el pasado”, dice.
Parecen ignorar la opresión sufrida por los ciudadanos negros durante el apartheid. Para ellos fue un sistema que dio orden.
“DEFENDER CON LA VIDA”
Al ponerse el sol, los bustos de bronce de líderes afrikáners, desde Paul Kruger, James Barry Munnik Hertzog, Daniel Francois Malan y Johannes Gerhardus a, por supuesto, Hendrik Verwoed, se erigen protectores sobre el pueblo.
En el resto del país serían vistos con desdén, pero aquí son héroes.
Sin embargo, parece difícil que la comunidad vaya a ser capaz de mantenerse totalmente aislada en un mundo interconectado.
Ante la cuestión, un cliente del bar asegura que “ser un afrikáner en Orania es algo que defenderemos con nuestras vidas si hace falta”.