A medida que las fuerzas estadounidenses se retiran de Afganistán, poniendo fin a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos, ha comenzado una nueva era para un país que ha visto ir y venir fuerzas invasoras a lo largo de los siglos.
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Las noticias han estado dominadas por los reportes sobre las fuerzas talibanes, que tomaron rápidamente el control de las capitales provinciales y se hicieron del control de Kabul sin oposición, y por las imágenes de las embajadas occidentales haciendo las maletas, las y los afganos intentando huir desesperadamente, el espectáculo de los extranjeros que huían en masa y muchas ONG que cesaban sus actividades. En contraste con estas escenas, Médicos Sin Fronteras (MSF) y un puñado de otras agencias humanitarias han mantenido su presencia y actividades en el punto álgido de los combates, brindando asistencia para salvar las vidas de personas enfermas y heridas.
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¿Cómo ha sido posible esto? MSF ha tenido éxitos y fracasos en Afganistán, pero el núcleo de nuestro enfoque sigue siendo el mismo: sólo trabajaríamos si tuviéramos el acuerdo explícito de todas las partes involucradas en el conflicto. Eso incluyó a los talibanes, a las fuerzas estadounidenses, el ejército nacional afgano y, en algunos casos, a milicias locales. Nuestros principios de neutralidad, independencia e imparcialidad, que a veces pueden parecer abstractos, se pusieron en marcha al hablar con todas las partes, rechazando el financiamiento de gobiernos, identificándonos claramente para no confundirnos con otros grupos que podrían tener otros intereses, y haciendo nuestros hospitales zonas libres de armas. Quien llegaba a un hospital de MSF financiado con fondos privados literalmente tenía que dejar su arma en la puerta.
Durante nuestro trabajo en los hospitales de Kunduz o Lashkar Gah, regularmente explicábamos a los soldados estadounidenses, afganos y talibanes que nunca rechazaríamos a ningún paciente, sin importar que fuera un soldado herido del gobierno, una víctima de un accidente automovilístico o un combatiente talibán herido. Nuestros hospitales hacían el triaje y clasificación de pacientes basándose únicamente en las necesidades de las personas. Trabajamos de acuerdo con la ética médica, no de acuerdo con quién era considerado un criminal, un terrorista, un soldado o un político. A menudo teníamos que pedir a los soldados estadounidenses y afganos que se fueran y regresaran sin sus armas si deseaban visitar el hospital.
Nuestro enfoque a menudo contrastaba con la forma en que los donantes impulsaban al sistema de ayuda, incluyendo a las agencias humanitarias, para construir el estado afgano, crear estabilidad en áreas tomadas por las fuerzas afganas y contribuir a la legitimidad de un gobierno incipiente respaldado por Estados Unidos. La ayuda era el “poder blando” para que el gobierno afgano se ganara a la población, era un componente clave de la estrategia que reforzaba el “poder duro” del despliegue militar.
De manera reveladora, cuando nos reunimos con un donante humanitario occidental en Kabul, no pudo decirnos dónde eran mayores las necesidades humanitarias, sino que se refirió a un mapa de áreas bajo el control de las fuerzas de la coalición (en verde), bajo el control de los talibanes (en rojo) y áreas en disputa (en violeta). Estaban enviando ayuda a áreas verdes y moradas para ayudar a impulsar el esfuerzo militar.
Las ONG internacionales que recibían fondos gubernamentales de los estados occidentales involucrados en los enfrentamientos se sorprendieron al ver que un lenguaje de contrainsurgencia como “limpiar y mantener” (“clear and hold”) se infiltraba en sus subvenciones de financiamiento. Como nos explicó uno de los mayores donantes del gobierno en Kabul: “los talibanes están logrando avances en esta provincia, le dijimos a la agencia de ayuda que cubriera la provincia con trigo, y lo hicieron”.
Pero nuestro enfoque no siempre nos protegió. En 2015, las fuerzas especiales estadounidenses bombardearon nuestro hospital en Kunduz después de que los talibanes tomaran brevemente el control de la provincia. El hecho nos demostró las zonas grises que existen en tales conflictos: la ayuda es tolerada y aceptada cuando aumenta la legitimidad del Estado, pero se vuelve susceptible de ser destruida cuando cae en un territorio donde comunidades enteras son designadas como enemigas hostiles y cuando el estado está a la defensiva. Esta zona gris es cultivada por ambigüedades legales entre el derecho nacional e internacional, creando entornos propicios para lo que las autoridades estadounidenses categorizaron como “errores”.
Tras la destrucción de nuestro hospital, MSF se comprometió nuevamente con todas las partes en el conflicto para aclarar el respeto hacia nuestras actividades médicas. Podría decirse que fue nuestro amplio apoyo público y el costo político del ataque a MSF lo que finalmente sirvió como nuestra mejor salvaguardia contra futuros supuestos errores de las fuerzas estadounidenses y afganas. Sin embargo, esta forma de disuasión a través del compromiso y la presión pública no sirvió de nada cuando nuestro hospital de maternidad fue brutalmente atacado en Dasht-e-Barchi, muy probablemente por parte del Estado Islámico en Afganistán, que ha permanecido fuera del alcance de nuestro diálogo.
Si bien MSF ha podido operar en las capitales de las provincias, no hemos podido ir a las zonas rurales para atender las necesidades allí. Este ha sido uno de los fracasos del trabajo de MSF durante los últimos años. Sin embargo, hace dos semanas, cuando los talibanes entraron en las ciudades, pudimos seguir trabajando para atender a los pacientes: las personas enfermas y heridas pudieron recibir atención en las instalaciones que adaptamos para hacer frente a la intensidad de los combates. En Helmand, Kandahar, Kunduz, Herat y Khost, nuestros equipos continuaron trabajando. Hoy, nuestras instalaciones médicas están llenas de pacientes.
Por eso, como MSF, buscamos negociar con todas las partes en un conflicto. Es para permitir que nuestros equipos brinden asistencia cuando más se necesita. A menudo, estos momentos se producen en medio de cambios de poder y control. También es la razón por la que nos resistimos a los esfuerzos por incorporar nuestras actividades en los procesos políticos de construcción del Estado. Esta es la razón por la que alzamos nuestra voz cuando nuestras instalaciones y personal se ven perjudicados.
El futuro de Afganistán es incierto y nuestras actividades seguirán bajo presión. Los desafíos que enfrentamos evolucionarán y la seguridad de nuestros equipos y pacientes sigue siendo una preocupación. Pero para lidiar con las tormentas futuras en Afganistán, los actores humanitarios harían bien en trazar con firmeza su propio rumbo en función de las necesidades que existen, en lugar de dejarse guiar por los vientos políticos cambiantes.
Afganistán muestra cómo la construcción de una nación liderada por extranjeros puede fracasar y cómo las contribuciones de los actores humanitarios a tales esfuerzos son mínimas. También muestra que nuestro trabajo puede salvar la mayor cantidad de vidas cuando somos capaces de ser lo más independientes posible, tanto cuando se está construyendo un estado como cuando se derrumba.
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Christopher Stokes y Jonathan Whittall han trabajado en Afganistán. Stokes fue el Jefe de misión de MSF en Afganistán en 1996, cuando el Talibán tomó el control de Kabul por primera vez, y ha regresado de forma regular al país en las últimas dos décadas para apoyar y representar las operaciones de MSF en sus responsabilidades como Director de Operaciones y Director General del Centro Operacional de MSF en Bruselas. Estuvo en Afganistán en 2021.
Whittall ayudó a instalar el hospital de traumatología de Kunduz como Coordinador de Proyecto en 2011/2012 y ha regresado en múltiples ocasiones al país, en una de ellas como Asesor Humanitario para realizar una investigación sobre el acceso a la salud en Helmand, y para apoyar a los equipos en las negociaciones en Kabul tras el ataque al hospital de Kunduz en 2015.
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