Decía en mi columna anterior que el régimen de partido único en China brega por hacer realidad distopías que las mentes visionarias de la ficción especulativa apenas alcanzaron a imaginar.
Por ejemplo, hacer realidad en el 2019 la novela “1984” de George Orwell. Ese régimen desarrolla técnicas biométricas que buscan no solo identificar a las personas sino incluso interpretar sus emociones. Estas se aplicarían a escala nacional con base en un sistema de circuito cerrado de televisión que cuenta con 170 millones de cámaras y se busca instalar 400 millones más en los próximos tres años.
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En forma simultánea desarrolla en la región de Xinjiang el mayor sistema de encarcelamiento de una minoría étnica en el mundo contemporáneo. A través de él, según Human Rights Watch, hasta un millón de integrantes de la etnia uigur habrían sido internados en lo que se denomina campos de reeducación, sin mediar proceso judicial alguno. Si cree que ese sistema podría justificarse por la existencia en dicha provincia de una organización separatista que emplea el terrorismo como táctica, cabría recordar que el mismo se basa en técnicas desarrolladas por Chen Quanguo, jefe del Partido Comunista en Xinjiang, cuando ocupaba el mismo cargo en la región del Tíbet, en donde ello no ocurre.
En la región de Xinjiang, cada ciudad está dividida en zonas de unas 500 personas, cada una de las cuales cuenta con su propia comisaría. A su vez, existen hasta cinco puestos de control por cada kilómetro en los que, por ejemplo, los transeúntes están obligados a revelar la contraseña de su teléfono celular para que pueda inspeccionarse su contenido. Ello en el improbable caso de que no hayan descargado una aplicación obligatoria para dispositivos con acceso a Internet, cuyo propósito es rastrear el empleo que se haga de ellos.
Según la revista “The Economist”, el sistema de control social en dicha región incluye además la obligación de sus habitantes de permitir el ingreso de funcionarios a su lugar de residencia, que recopilan un dossier de sus ocupantes, el cual podría derivar en su internamiento en un campo de reeducación. Ello incluye obtener información de discutible relevancia en materia de seguridad, como si los presuntos implicados beben alcohol o usan barba. Según la revista, a ello se añade la obligación por parte de las familias de etnia uigur de recibir de forma regular en su lugar de residencia a un funcionario del Partido Comunista (habitualmente de etnia han, la mayoritaria en el país), quien incluso vive con ellos por breves períodos. Su presencia tiene múltiples propósitos, desde enseñar a los integrantes de la familia el chino mandarín, hasta verificar la información recolectada por los inspectores, además de realizar proselitismo. Según un reporte oficial, en el 2018 más de un millón de estos funcionarios fueron asignados a más de un millón y medio de familias uigures (alrededor de la mitad del total).
Dentro de su generosa contribución a la materialización de las distopías que concibe la literatura en ciencia ficción, el régimen chino busca además hacer realidad la unidad policial precrimen que describe “Minority Report”, el filme de Steven Spielberg. Una base de datos monumental, que incluye desde el sistema de crédito social descrito en mi artículo anterior hasta información genética y biométrica, está puesta al servicio de programas que buscan predecir las conductas proscritas.