Hosna Jalil escuchó el disparó de la AK- 47 mientras subía las escaleras de su departamento. El balazo le rozó la cabeza. Calcula que fueron apenas unos 10 centímetros los que la salvaron de una muerte asegurada en una noche de fines de 2020. Pero nunca tuvo miedo de morir. “Creo que es porque estoy acostumbrada. La gente en Afganistán sabe que puede salir a trabajar a la mañana, sobrevivir a ser el blanco de un ataque por la tarde, y despertarse al otro día normalmente para volver a ir a trabajar”, dijo en una entrevista con LA NACION.
En su caso, sabe que corre un riesgo mayor. No solo por el simple hecho de haber nacido mujer en el país más inseguro del mundo para el género, sino por haber logrado ser la primera mujer en la historia de Afganistán en haber sido nombrada para llevar un alto cargo en el Ministerio del Interior, una entidad encargada de la lucha contra el crimen y de asegurar la aplicación de la ley y el orden en un país fracturado por más de veinte años de guerra. En definitiva, un puesto como viceministra destinado para los hombres, un “tabú” que logró desafiar con solo 26 años.
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Su nombramiento despertó la ira de muchos dentro y fuera de la sociedad afgana, pero lo más grave fue sin dudas el intento de homicidio. “Nunca recibí reportes sobre la investigación. Todavía no sé si quisieron matarme los talibanes, Estado Islámico, o miembros del crimen organizado”, aseguró.
Jalil, quien fue nombrada luego viceministra del Ministerio de Mujeres -ahora convertido en una entidad religiosa-, migró a Estados Unidos para continuar sus estudios en seguridad estratégica poco antes de la caída de Kabul en manos del gobierno de facto un año atrás, y está convencida de que si actualmente estuviese en el país ya estaría muerta.
“Recibí dos fotos de mis excolegas del Ministerio del Interior que fueron asesinadas a tiros”, contó en una conversación telefónica con LA NACION. “Sigo recibiendo mensajes de mis contactos y familiares en Kabul de que [los talibanes] preguntan dónde estoy. Si a ellos los torturan, yo debería ser torturada. Si los matan, a mí me matarían. Si estuviera en Afganistán hoy, no habría diferencia entre mis colegas y yo; no debería ser una excepción”.
Brutalidad, tortura, discriminación y promesas incumplidas. Jalil, de 30 años, recuerda a la perfección los últimos años de los talibanes en el poder en el período de 1996-2001. En conversación con LA NACION desde el exilio, asegura que las circunstancias cambiaron, pero las atrocidades son las mismas.
- ¿Qué rol desempeñaba en el Ministerio del Interior?
- Fui nombrada Viceministra de Política y Estrategia. Es un puesto civil, no uno militar. Trabajaba principalmente en políticas y documentos estratégicos para apoyar a las fuerzas policiales, desde los aspectos logísticos del suministro militar hasta los derechos humanos, la integración de la mujer y las bajas civiles. Estaba en un puesto civil para apoyar a las fuerzas.
- Fue la primera mujer en un puesto de tal magnitud. ¿Fue difícil conseguirlo?
- Creo que el camino hasta llegar a ese puesto no fue difícil, pero sí fue difícil sobrevivir. Primero, para la población era un tabú aceptar a una mujer en una organización militar. En Afganistán, la policía no es una autoridad civil, sino una militar. Trabaja contra el terrorismo, por ejemplo. Por lo que la gente tiene una visión similar de la policía y el ejército. Ver a una mujer, una civil, alguien tan joven como yo en ese puesto, para ellos eso era algo inaceptable. Para la población, era una mujer que no podía estar trabajando en el ministerio porque eso era trabajo de hombres. Entrar en una organización donde de 80 personas era la única mujer era algo muy difícil de aceptar. Por lo que tuve problemas para ser aceptada en el ambiente.
- ¿Cómo la veían las mujeres al asumir ese puesto?
- Es un punto interesante. La mayoría de las mujeres eran críticas hacia mi puesto en el ministerio por dos razones. La primera, es porque tienen impregnado en su cabeza lo que se les ha enseñado: hay trabajos de hombres a los que las mujeres no pueden acceder. Al ser un trabajo masculino, para ellas yo no debía estar ocupando ese cargo. Lo segundo, es que nunca antes habían visto a una mujer en ese puesto. Yo fui la primera en enlistarme en una posición como tal. Entonces, desde que entré estuve a prueba para la población. Necesitaban responderse si era realmente productiva, si podía igualar las aptitudes de mis compañeros hombres. Por fortuna, cuando terminé mi misión en el ministerio, muchas mujeres e incluso hombres me apoyaban.
- ¿Qué recuerda del régimen talibán de 1996-2001?
- De los primeros años no recuerdo mucho porque solo tenía cuatro años. Pero sí recuerdos los últimos años. Recuerdo, de hecho, casi todo de lo que pasó. La brutalidad, cómo torturaban, cómo discriminaban a las minorías. A las mujeres no se les permitía salir de sus casas sin la compañía de un hombre. Las niñas no podían ir a la escuela. Solo podíamos ir a las escuelas de la comunidad [financiadas por ONGs y países occidentales, con currículas extra oficiales] en donde tenías que estudiar a escondidas. También, me acuerdo la justicia tan dura aplicada a crímenes leves que no se lo merecían.
- ¿Cómo ve ahora a Afganistán?
- No puedo decir que sea exactamente como en los años 90, pero la situación no dista de los años 90. En parte, los talibanes son bastante similares en cuanto a sus políticas, su enfoque. La diferencia es el cambio generacional. A la vez, los talibanes se han apuntado a algo diferente. No han establecido el régimen de gobierno desde cero como en los años 90 en medio de la guerra civil. Ahora están a cargo de un gobierno ya establecido, de un sistema de gobierno enorme. Los talibanes no han cambiado, pero sus circunstancias son diferentes. Por ejemplo, Afganistán siempre fue una economía dependiente de la ayuda externa y de repente todo el dinero se les cortó [con la salida de los estadounidenses]. Su coyuntura es diferente a la que había en los 90.
- ¿Cómo es la situación actual de las mujeres?
- Creo que los talibanes y las mujeres están en una guerra fría. Los talibanes no están dando un paso atrás en sus políticas, pero las mujeres están resistiendo y tampoco están dispuestas a dar un paso atrás. En Afganistán, entre el 63% y el 67% de la población tienen 25 años de edad o menos. Esa es la generación que no recuerda al régimen talibán anterior y que ha tenido acceso a la educación, a los medios de comunicación. Está conectada con el mundo. En solo 20 años, el nivel de analfabetismo que teníamos pasó hoy a que el 43% de la población esté alfabetizado. Y es bueno que la mayoría de este porcentaje son jóvenes de esta nueva generación que quieren ser una generación educada. Puedo decir que los talibanes están luchando por manejar toda la situación. Son un grupo de organización terrorista y sólo saben cómo matar a la gente, así que están luchando. Estas mujeres que se manifiestan en contra del régimen no son violentas y hay algunos hombres jóvenes [que también protestan] que tampoco son violentos. Son simplemente pacíficos y los talibanes no saben cómo manejar eso. Las mujeres desaparecen, son torturadas, son asesinadas. Recibí dos fotos de mis excolegas en el ministerio del Interior que han sido asesinadas a tiros. Son brutales, pero a diferencia de antes, ahora las mujeres tienen medios de comunicación en sus manos, tienen sus teléfonos inteligentes, están conectadas con el resto del mundo y saben cómo usarlo de hecho. Así, los talibanes, que están corriendo detrás de dinero, necesitan el reconocimiento internacional, por lo que están tratando de fingir cuando se trata de gestionar estas manifestaciones.
- ¿Diría que es mejor ser una mujer en Afganistán ahora o en 1996?
- Nosotros decimos que una vez afgano siempre se es afgano. Tenemos un sentido de identidad diferente a otros países. Siempre estamos orgullosos de ser afganos. Pero nunca ha sido fácil ser mujer en Afganistán. No lo fue en 1996, tampoco después de 2001, ni lo es desde el 15 de agosto de 2021. Las mujeres siguen luchando para ir a la escuela, al trabajo, a la universidad. Pero definitivamente creo que es mejor ser una afgana ahora en comparación al primer gobierno talibán.
- ¿Tuvo miedo cuando entró en el ministerio?
- Bueno, cuando entré al Ministerio tuve un par de encuentros negativos. No un par, sino muchos. El último fue cuando me dispararon. Fue un tiro al blanco de hecho y en mi propio apartamento. Para ser honesta, no tenía miedo de morir porque sabía lo que estaba haciendo. Así que era la pasión, era el compromiso que tenía y sabía a qué me estaba arriesgando.
- ¿Y ahora?
- Ahora es un escenario diferente porque primero no estaba allí cuando entraron en Kabul. Pero sigo recibiendo mensajes de mis contactos y de los miembros de mi familia en la capital que me dicen que siguen preguntando dónde estoy. Así que sí. Su política para los que no pudieron salir de Afganistán es matarlos, torturarlos. Otros desaparecen, sobre todo cuando se trata de personas que han trabajado para las instituciones de defensa y seguridad nacional y más [si se trata] de una mujer que ha trabajado en puestos políticos. Si estuviera en Afganistán, yo no debería haber sido una excepción. Si ellos son asesinados, yo debería haber sido asesinada. Si son torturados, deberían haberme torturado. Quiero decir que no hay diferencia entre ellos y yo. Así que esa es su política. Va a ser aplicable a todos.
- ¿Cómo ve el futuro de Afganistán a partir de ahora?
- Tengo mucho para decir al respecto. Hay muchas razones para ser optimista. Pero es muy difícil de prever. ¿Cuándo van a cambiar las cosas hacia una dirección positiva? Es tan difícil hacer una proyección muy clara sobre ello porque las cosas siguen cambiando a diario. La razón por la que soy bastante pesimista es la de que los talibanes tomaron el poder y, si se retiran, esto conducirá definitivamente a otro nivel de caos. No va a mejorar la situación en este momento. La comunidad internacional ha detenido la financiación por el reconocimiento internacional. Vamos a tener de nuevo un par de años congelados en términos de desarrollo e incluso hemos retrocedido definitivamente con la toma de los talibanes, hemos retrocedido en términos de los 20 años de progreso que teníamos. Por otro lado, soy muy optimista al respecto porque las cosas tienen que cambiar, parte de la razón es por la generación que tenemos en Afganistán. Es una diferente. Ahora la resistencia que tenemos en Afganistán está en todas las provincias. Sabe cómo utilizar los medios que tienen a mano. Sin embargo, al mismo tiempo, en mi familia hay niñas pequeñas a las que ya no se les permite ir a la escuela. Lo que temo aquí es que pase el tiempo, que las cosas no cambien, y que tengamos una brecha más larga donde otra generación no tenga acceso a la educación. Así, tendríamos de nuevo una generación que pueda no necesariamente ser pro radicalización, pero que no resistirán y que renuncien a su poder para cambiar las cosas.
Por Lucía Sol Miguel
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