Días después de la invasión rusa de Ucrania, una incursión aérea china en la zona de identificación de defensa aérea de Taiwán generó preocupaciones infundadas. De un lado, la zona en cuestión es más extensa que el espacio aéreo taiwanés. De otro, esas incursiones no son inusuales: desde que se creó esta zona, han ocurrido más de novecientas veces.
Por lo demás, esa comparación ignora que, salvando la coyuntura actual, Taiwán es más importante para Estados Unidos que Ucrania. Por ejemplo, mientras Taiwán es el noveno socio comercial de ese país, en ese listado Ucrania ocupa el puesto 67. La principal empresa productora de semiconductores en el mundo es taiwanesa, y sus productos cumplen un papel crucial en las cadenas internacionales de suministros.
En el plano de la seguridad, Taiwán es parte de la primera de las dos cadenas de islas a las que apelaría EE.UU. en la eventualidad de que busque contener el poderío naval de China. En cambio, en el hipotético (y negado) caso de que Ucrania llegase a ingresar a la OTAN, sería solo uno de cinco integrantes de la alianza que tienen fronteras con Rusia (Polonia y Lituania las tienen con el enclave ruso de Kaliningrado). De otro lado, las fronteras que Letonia y Estonia mantienen con Rusia están más cerca de Moscú que la frontera entre Rusia y Ucrania.
Cuando decidió establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China, Estados Unidos adoptó frente a Taiwán lo que denominó una política de “ambigüedad estratégica”. En ese contexto, el término ‘ambigüedad’ dista de ser un eufemismo, como demuestran estas citas: “Estados Unidos reconoce que todos los chinos en ambos lados del estrecho de Taiwán sostienen que solo existe una China y que Taiwán es parte de China”, pero aclara de inmediato: “No hemos aceptado tomar una posición en torno a la soberanía sobre Taiwán”.
En el plano de la seguridad, esa ambigüedad estratégica está contenida en el Acta de Relaciones con Taiwán de 1979, la cual afirma el compromiso de EE.UU. de “asistir a Taiwán en el mantenimiento de su capacidad de autodefensa”. Pero no se compromete de manera explícita a intervenir militarmente para contribuir a esa defensa. Tan solo afirma que “cualquier esfuerzo por determinar el futuro de Taiwán por medios que no sean pacíficos […] será de gran preocupación para Estados Unidos”.
Garantía de seguridad
La razón por la cual el Gobierno Estadounidense optó por esa estrategia no reviste mayor ambigüedad. De un lado, no quería que Taiwán emplease una garantía de seguridad como patente de corso para provocar a China. De otro, pretendía infundir en China el temor a que esa ambigüedad pudiese ser usada en su contra, como ocurrió durante las crisis en el estrecho de Taiwán en la década del 50 (en las que China subestimó el riesgo de una intervención estadounidense).
Pero, aun siendo ambiguo, existe un compromiso formal de Washington con la seguridad de Taiwán. Y eso es más de lo que se puede decir sobre Ucrania.
La conducta de la OTAN hacia ese país constituye un ejemplo de lo que los economistas denominan “incentivos perversos”. De un lado, en la Cumbre de Bucarest en abril del 2008, esa alianza aseguró a Georgia y Ucrania que “se convertirán en miembros de la OTAN”. Con esa decisión, atizó temores de seguridad en Rusia que, siendo tal vez desproporcionados, no por ello fueron menos reales. De otro lado, 14 años después, aún no se había iniciado el proceso de admisión de esos países, y tampoco se les ofreció garantías de seguridad durante el período de transición hacia una eventual membresía.
No resulta por ello difícil de entender por qué todas las intervenciones militares de Rusia en Georgia y Ucrania se produjeron después de la Cumbre de Bucarest en el 2008.
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