Atiq Ahmed, uno de los gánsteres-políticos más temidos de India, fue asesinado el mes pasado a tiros junto con su hermano durante un directo para televisión a las afueras de un hospital.
Durante más de 40 años, el hijo de un conductor de carruajes tirados por caballos y una madre ama de casa dominó el submundo criminal de una tranquila ciudad situada en la confluencia del Ganges y el Yamuna, dos de los ríos más sagrados del país.
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Ahmed, un hombre corpulento con bigote y un característico turbante blanco, se movía entre dos realidades.
En casa, era un padre cariñoso con sus cinco hijos, tenía perros de raza, celebraba fiestas fastuosas y organizaba mushairas (recitales de poesía) para sus amigos. Hasta contó con la presencia de un respetado letrista de Bollywood.
En el exterior, se apoderaba de propiedades y negocios, extorsionaba a empresarios, emitía cheques falsos para compras y conseguía que sus rivales recibieran palizas en la cárcel.
Muchos policías y políticos se pusieron de su parte y le ayudaron.
Incluso los tribunales se mostraron cautelosos: en 2012, diez jueces del Tribunal Supremo se inhibieron de una audiencia en la que se decidía si se le concedía la libertad bajo fianza.
Ahmed tenía un largo currículum en los archivos policiales. Era el cabecilla de lallamada “banda interestatal 227” y había acumulado casi 100 casos, entre asesinatos y secuestros.
Gran parte del tiempo había permanecido prófugo, pero a la vista de todos.
El número real de crímenes de Ahmed es mayor porque “la gente le temía y no denunciaba cientos de casos”, afirma Lalji Shukla, ex alto cargo de la policía de Prayagraj, una población situada en el sur del estado de Uttar Pradesh.
A menudo pasaba tiempo en la cárcel como preso preventivo por sus actividades ilegales, pero seguía en sus andanzas: con frecuencia citaba a sus rivales y empresarios en la cárcel para extorsionarles, ordenaba que les dieran palizas e incluso difundía vídeos de sus malos tratos como prueba de su continuo dominio.
Sin embargo, no fue hasta marzo de este año cuando Ahmed fue declarado culpable en un caso de secuestro y condenado a cadena perpetua, la primera vez que era sentenciado. Shukla atribuye este retraso a que Ahmed sabía “cómo manejar el sistema”.
“Faltaba con frecuencia a las citas con el tribunal y amenazaba a los testigos. Algunos que no le temían acababan cansándose tras muchos años de comparecencias”, afirma.
Pero pocos días después de la condena, en la noche del 15 de abril, todo terminó de una manera bastante trágica.
Ahmed y su hermano fueron abatidos a quemarropa en un directo para televisión a la salida de un hospital de Prayagraj, en presencia de más de una docena de policías armados.
Los hermanos estaban bajo custodia policial y hablaban con los periodistas mientras se dirigían a un reconocimiento médico rutinario.
La policía detuvo a tres hombres que, según dijeron, mataron a los hermanos porque querían “hacerse un nombre en el mundo criminal”. Los asesinatos conmocionaron al país y el gobierno estatal ordenó una investigación.
“Ya ninguna mafia puede sembrar el terror en Uttar Pradesh”, declaró días después del asesinato Yogi Adityanath, ministro principal de Uttar Pradesh, gobernado por el Partido Bharatiya Janata (BJP). No mencionó directamente a Ahmed.
Atiq Ahmed nació en un barrio musulmán de Prayagraj, en 1962. No se sabe mucho de sus primeros años, salvo que abandonó el instituto y se dedicó a delitos menores.
Durante la década siguiente, se forjó como gánster, según relata la policía.
Robó chatarra de los astilleros ferroviarios, consiguió contratos públicos tras amenazar a contratistas rivales y usurpó terrenos y propiedades de otros.
También se unió a una banda dirigida por un gánster convertido en concejal municipal llamado Shauq Ilahi, conocido popularmente como Chand Baba.
En 1989, Ahmed empezó a hacer carrera política.
“A juzgar por la larga lista de causas penales en las que se le acusaba, Ahmed era igual de hábil dirigiendo una empresa criminal que prestando servicios a su circunscripción”, escribió Milan Vaishnav en su libro “Cuando el crimen paga: dinero y músculo en la política india”.
Vaishnav, politólogo, ofrece una vívida viñeta de la vida de Ahmed como político.
Gánsteres como Ahmed se unieron a partidos políticos, o formaron los suyos propios, principalmente para protegerse. De 1989 a 2002, ganó el mismo escaño en Prayagraj durante cinco legislaturas consecutivas.
Empezó como candidato independiente y más tarde se convirtió en líder del influyente partido regional Samajwadi. Por último, se afilió al Apna Dal, un partido de corte minoritario formado por un líder de casta inferior.
“Los lugareños se maravillaban de esta asamblea semanal, donde Ahmed, con una oreja pegada a su teléfono móvil y la otra atendiendo las peticiones de servicio de la circunscripción, murmuraba órdenes a su asistente personal o taquígrafo”, escribió Vaishnav.
“La sede del partido en la que Ahmed se reunía a menudo se parecía más a una armería que a una oficina administrativa, con las paredes impresionantemente forradas de armas automáticas importadas”.
En las reuniones públicas, Ahmed se hacía con las multitudes y hablaba como un político astuto. Hacía referencia a la igualdad, laicismo, justicia social y educación de las niñas.
“La educación es el mayor amor que puedes dar a tus hijos”, le dijo hace muchos años a una multitud enfervorizada.
Cuando los periodistas le preguntaban por sus antecedentes penales, Ahmed les recordaba que un tribunal había anulado en un solo día la cifra récord de 123 causas abiertas contra él.
“¿Ha ocurrido en algún otro lugar del mundo que me enfrente a tantos casos falsos?”, preguntó a un periodista.
Ahmed se presentaba como una figura sacrificada en política, afirmando que tenía poca vida personal porque trabajaba para el pueblo.
“Daba dinero a los pobres para pagar sus facturas médicas, enviar a sus hijos a la escuela. Ayudaba por igual a hindúes y musulmanes. Pero no tenía nada de caritativo. Se trataba de cultivar una imagen, como hacen otros políticos-gánster”, afirma Anupam Mishra, editor de The Leader, un destacado periódico de Prayagraj.
Inclusollegó a compararse a sí mismo con Nelson Mandela, afirmando que el venerado estadista también “estuvo 27 años en la cárcel”. “Mandela fue una vez el hombre más buscado. Luego se convirtió en el gobernante más respetado de su país”, observó.
Ahmed consolidó su poder político entre 2003 y 2007.
Pero justo antes de que terminara el gobierno del Partido Samajwadi y se convocaran nuevas elecciones en 2007, un horrible caso marcó su caída y pareció hacerle perder el favor de los musulmanes de su circunscripción: dos niñas fueron secuestradas en una madraza y violadas en grupo.
Esto causó una inmensa indignación en la comunidad y muchos señalaron a Ahmed y a sus hombres, aunque el nombre del gánster no se mencionaba en la denuncia policial.
“Desde este incidente, Ahmed dejó de contar con la buena voluntad de su comunidad, que era su mayor bloque electoral”, afirma Zeeshan Ali, un pariente de Ahmed.
Dos años después, Ahmed perdió su escaño en el Parlamento. Nunca más ganó unas elecciones.
Pero siguió presentándose a los comicios, entrando y saliendo de la cárcel y manteniendo su influencia en el mundo del crimen.
En 2017, el gobierno del BJP de Adityanath llegó al poder. Desde entonces, Ahmed pasó la mayor parte del tiempo en la cárcel.
El ciclo de violencia y represalias que desató Ahmed continuó después de su ingreso en prisión.
En una cálida tarde de febrero, Umesh Pal -abogado y testigo clave en el asesinato de Raju Pal en 2005- fue asesinado a tiros en la puerta de su casa por pistoleros sospechosos de pertenecer a la banda de Ahmed.
Luego la policía mató al hijo de Ahmed, Asad, estudiante de Derecho, quien fue visto supuestamente en una grabación de circuito cerrado de televisión disparando a Umesh Pal y nombrado acusado del asesinato.
Para entonces, Ahmed había caído en desgracia.
La policía declaró que había confiscado y demolido las propiedades del gánster -casas, oficinas, negocios- por valor de casi 10.000 millones de rupias (US$121 millones).
Tres meses después, el propio Ahmed encontró un destino espantoso.
¿Ordenó alguien su asesinato? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Un epílogo sobre el hirviente submundo de Prayagraj está aún por escribir.
* Información adicional de Ankit Srinivas en Prayagraj.
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