Sheikh Kibria, un bangladesí que emigró a Malasia, guarda un amargo recuerdo del dormitorio superpoblado en el que su empresa, el primer fabricante de guantes de protección del mundo, lo alojaba cuando estalló la pandemia de coronavirus, de la que se contagiaron miles de compañeros suyos.
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El grupo malasio Top Glove registró una importante alza de sus beneficios este año y su cotización en bolsa se disparó más de un 400% gracias a la pandemia de coronavirus, que llevó a numerosos países a demandar sus equipos de protección.
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Sin embargo, en una entrevista con la AFP, el migrante, que trabajó en la cadena haciendo largas jornadas laborales por 300 dólares mensuales, describe unas condiciones de vida indignas, con dormitorios en los que hasta 25 personas pasaban la noche hacinadas en literas.
Otros empleados consideraron que el grupo no hizo lo suficiente para protegerlos, a pesar de los sucesivos avisos.
A principios de año, Estados Unidos prohibió la importación de productos de Top Glove, precisamente a raíz de unas acusaciones sobre trabajos forzados en el grupo.
Un 25% de los empleados, positivos al COVID-19
Más de 5.000 obreros, es decir, cerca de un 25% de sus efectivos, dieron positivos en la zona en la que se encuentran las fábricas y los alojamientos de los obreros, en las afueras de la capital de Malasia, Kuala Lumpur.
Frente a la explosión de casos, el gobierno ordenó en noviembre a Top Glove que cerrara 28 fábricas de las 41 que gestiona en Malasia.
Pero el fabricante, que provee alrededor de un cuarto de los guantes que se venden en todo el mundo, advirtió que se producirían retrasos en las entregas y que los precios subirían.
Mientras, las autoridades se plantean tomar medidas, como sancionar a la compañía por haber alojado a sus empleados en condiciones miserables.
Según Sheikh Kibria, el hacinamiento de los dormitorios no hizo más que agravar la situación.
“La habitación estaba reducida al mínimo. Y es casi imposible mantenerla limpia cuando tanta gente vive junta”, explicó. “Es como un cuartel militar, pero peor mantenida”.
Cuando la situación empeoró el mes pasado, Top Glove empezó a trasladar a los obreros contagiados de COVID-19 al hospital, y a los que estuvieron en contacto con ellos, los colocó en centros de cuarentena.
Y aunque la empresa afirmó barajar la posibilidad de reducir el número de inquilinos por habitación, “las habitaciones continuaron estando superpobladas, y al final, los casos de coronavirus se multiplicaron”, señaló Karan Shrestha, un migrante nepalí, a la AFP.
“El grupo no garantizó la seguridad de los obreros. Los que lo dirigen son unos avariciosos y se preocupan más de sus ingresos y de sus beneficios”, consideró.
La AFP ha utilizado pseudónimos para proteger la identidad de los empleados.
“Tengo miedo”
Top Glove, que tiene alrededor de 21.000 trabajadores y produce 90.000 millones de guantes al año, asegura que intentó mejorar la situación.
La compañía afirma que destinó cinco millones de dólares al alojamiento de los obreros en los dos últimos meses y que prevé construir “megahoteles” con infraestructuras modernas para alojar en ellos a más de 7.300 personas.
“Somos conscientes de que todavía queda mucho por hacer para aumentar el nivel de bienestar de nuestros empleados y prometemos corregir los errores inmediatamente”, declaró el director ejecutivo del grupo, Lee Kim Meow.
Las promesas las hizo hace unas semanas, cuando la compañía publicó un beneficio trimestral neto de 590 millones de dólares.
“El grupo, sus inversores y sus compradores dieron prioridad a una producción de guantes más elevada, más rápida y a una rentabilidad más alta, en detrimento de la salud de la mano de obra, sobre todo inmigrante”, subrayó Andy Hall, activista defensor de los derechos de los trabajadores migrantes en Asia.
Malasia, un país del sureste asiático relativamente rico, de 32 millones de habitantes, atrae a numerosos migrantes de Asia para trabajar en la industria o en el campo.
Top Glove precisó que sus plantas están en proceso de reapertura y que la mayoría de los obreros que fueron hospitalizados se curaron.
Pero algunos temen volver a las cadenas de producción, a pesar de que la empresa intente que se respeten las distancias y proporcione equipos de protección a sus empleados.
“Tengo miedo de volver a trabajar a la fábrica”, declaró Salman, un bangladesí entrevistado en un hotel. “Incluso con las precauciones adicionales, es muy difícil evitar los contagios”.
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