Una densa nube gris seguida de avalanchas de material incandescente registrados desde la madrugada del jueves 23 ha sido el aviso de que uno de los mayores riesgos latentes en Guatemala se ha reactivado. El Volcán de Fuego, la imponente montaña de 3.763 metros de altura situada a tan solo 35 km de la capital de Guatemala ha entrado en fase eruptiva.
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Hasta el momento, las autoridades no han considerado necesario evacuar a la población cercana al volcán, pero los expertos han advertido que es la fase más fuerte registrada desde el 3 de junio del 2018, cuando una poderosa erupción causo la muerte de 431 personas y la desaparición de otras decenas más.
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Panimaché I y II, Morelia, El Porvenir, Santa Sofía y Sangre de Cristo del municipio de San Pedro Yepocapa y Chimaltenango son algunas comunidades a las que ha llegado la nube de ceniza generada esta semana, según la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred).
Además, el descenso más largo de material incandescente se registró en la cara suroeste del volcán, alcanzando la base del mismo tras recorrer cerca de 6 kilómetros según detalló el Instituto de Vulcanología.
La población, por su parte, se mantiene expectante a la evolución del fenómeno, con el temor de que la tragedia de hace tres años se pueda repetir.
AVANCE FEROZ
Un rugido rompió la calma que se vivía en la Colonia Santa Rosa del Rodeo aquella tarde del domingo 3 de junio del 2018. De inmediato, Berta Candelaria supo que debía salir de su casa. Ella, su esposo y sus cuatro hijos consiguieron abandonar rápidamente el hogar y dejar atrás el pequeño poblado ubicado a los pies del volcán, el mismo que terminó siendo devorado por los ríos de lava que descendían de la montaña, según un artículo de la ONG Care Guatemala que recoge parte de su historia.
Aquel día, el Volcán de Fuego lanzó columnas de ceniza que alcanzaron los 17 kilómetros de altura y la cantidad de lava fue tal que desbordó la llamada Barranca Grande, el acantilado por el que suele descender el material incandescente.
El flujo piroclástico no tardó en enterrar a los poblados de La Reunión, Alotenango y San Miguel Los Lotes. Las carreteras se vieron colapsadas por vehículos que intentaban huir lo más rápido posible del lugar en medio de una densa capa de ceniza que impedía ver más allá de unos pocos metros.
Hacia el final del día, la ceniza había alcanzado a varios departamentos del país. Las autoridades estimaron que más de 1,7 millones de personas resultaron afectados por la erupción más fuerte de los últimos 44 años.
“Nunca había pasado algo como esto”, comentaba Aura Concobar, una sobreviviente de 38 años que también había conseguido escapar de El Rodeo junto a 10 miembros de su familia.
Dieciséis horas y media más tarde, la erupción cesó. El desastre fue el más letal de ese tipo en América Latina de todo el 2018.
Con los días, otro doloroso capítulo empezó: la búsqueda de sobrevivientes y el reconocimiento de cadáveres.
DESTRUCCIÓN TOTAL
El Rodeo “es ahora un fantasma de polvo áspero, una mole irregular de cenizas y lava, un cementerio tibio”, describía la BBC en un artículo publicado el 6 de junio del 2018.
Para entonces, las autoridades cifraban en 99 el número de muertos y 197 el de desaparecidos a causa de la erupción. Los cuerpos calcinados yacían en el suelo cubiertos aún por capas de cenizas. Los rescatistas, por su parte, luchaban incansablemente por encontrar alguna señal que los guiara hacia un superviviente.
“Cada día que pasa, cada hora, es una posibilidad menos de encontrar a alguien con vida. Yo diría que las posibilidades están agotadas, pero seguiremos aquí”, comentaba a BBC Carlos Valenzuela, representante de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres.
La ferocidad del fenómeno fue tal que hasta hace un par de semanas las autoridades seguían identificando a víctimas del desastre. Restos de 14 personas fueron entregados por el Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Guatemala a sus familiares, mientras que otros 137 fragmentos óseos permanecen sin identificar porque el material genético resultó demasiado dañado.
Durante los meses siguientes a la erupción de junio, el coloso siguió registrando nuevas explosiones y lanzando columnas de ceniza. Según informaron las autoridades, hasta el 24 de diciembre del 2018 registraba entre 7 y 9 erupciones por hora. El de Fuego es uno de los tres volcanes activos en Guatemala, junto al Pacaya y al Santiaguito. Además, es uno de los que mayor actividad registra en toda Centroamérica.
Prueba de ello es que para noviembre del 2018, el Volcán de Fuego registró su quinta erupción en lo que iba del año. El temor a que repitiera la tragedia llevó a que las autoridades ordenasen la evacuación de unas 4.000 personas. Afortunadamente las explosiones no fueron tan intensas, por lo que no se registraron pérdidas humanas.
Durante los años siguientes, el volcán siguió registrando actividad eruptiva, la última de ellas en marzo de este año cuando comenzó a producir 11 erupciones por hora y expulsar columnas de ceniza y gas con una altura de hasta 4.800 metros.
Ante esta nueva fase eruptiva, las autoridades han asegurado que se mantienen vigilantes de cómo se desarrolle y que ordenarán la evacuación tan pronto lo consideren necesario.
La situación es particularmente peligrosa pues, además de que son las erupciones más fuertes desde junio del 2018, los otros volcanes Pacaya y Santiaguito también han registrado actividad durante las últimas semanas.
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