París [AFP].- El primer día del confinamiento crearon un grupo WhatsApp llamado “La Familia”. Son muchos, están desperdigados por toda Francia, pero nunca se sintieron tan cercanos. Entre conmoción y adaptación, cansancio y risas, ésta es la crónica de una primavera a distancia en medio de pandemia del COVID-19.
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Del 16 de marzo al 10 de mayo, durante toda la duración del confinamiento en Francia, una familia aceptó contar su vida, sus intercambios, sus temores y sus estados de ánimo a una periodista de la AFP.
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Semana 1: “Estamos en guerra”. La conmoción, la efervescencia.
“¿Cómo estás? ¿Tienes para comer? ¿Cómo está ese ánimo?”. Cada vez empieza de la misma manera. Y dura horas. El ritmo de la vida está marcado por esas llamadas de teléfono, mensajes de texto, correos electrónicos, alertas de WhatsApp.
En la familia, es sobre todo de “Ma” que se ocupan. La bisabuela Jacqueline Sebban, de 83 años y con tres cánceres, vive sola en el barrio del Marais en París. Todos los días recibe una veintena de llamados. “Nunca la llamé tan seguido”, dice divertido su hijo Jan Dokhan. La nieta Clémentine Dokhan le habla dos veces por día. “Un día me dijo que había pasado el día en camisón. La regañé”, cuenta Clémentine.
Habitualmente muy arreglada, la mujer, psicoanalista, se organiza. Se despierta a las 7H30, ordena un poco la casa. Toca el piano, “pero es difícil, como si todo se evaporase”. Un poco de lectura, “pero es duro concentrarse”. Y demasiado Netflix.
Pero no abandona a sus pacientes. “Están mal, necesitan hablar. A pesar de todo, la gente no se deja estar, se activa una forma de lucha”. Las sesiones se hacen por teléfono.
A mitad de la semana, Jacqueline se entera de la postergación de una operación quirúrgica programada para dentro de dos días. Alivio: no tendrá que ir a la clínica. Pero al día siguiente tiene vómitos y 38 ºC de fiebre. El médico, que llega protegido con mascarilla y guantes, está apurado. ¿Puede ser el coronavirus? “No sabemos. Si sigue, llame al 15”. Una situación de la que no habla con la familia.
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La fiebre pasa. El contacto por WhatsApp se reanuda: fotos y video de los cinco bisnietos en el jardín tomando clases, una sonrisa, un diente menos -"Esperemos que el ratoncito no esté confinado". “Hablar con ellos, verlos, me mantiene dentro del mundo”, dice.
Hay bromas, pero la conmoción está presente. “El cerebro tiene problemas para entender”, afirma Clémentine, de 34 años y con tres hijos llenos de energía. Vive en una casa grande en un pueblo cerca de Bayona (sudoeste), en Tarnos, con jardín, piscina, hamacas. “Soy consciente de que tengo suerte”.
Pero ese confinamiento que se parecía a unas vacaciones se convirtió rápidamente en una calamidad. “Es necesario improvisarse como profesora y no es divertido. Los profesores te dicen 'estaría bien que lean esto, no están obligados y no lo corregiremos”.
Clémentine se puso objetivos: que Gabriel de 7 años lea bien, que Hanna de 5 escriba su nombre, que Yael de 3 dibuje cuadrados y círculos. Pero el más grande remolonea, Hanna no sabe leer los enunciados y la más pequeña tiene que cambiar de temática cada diez minutos.
Hay crisis y gritos. “No son autónomos y nosotros nunca mantenemos la disciplina adecuada. O confrontamos o aflojamos”, dice. Los estrictos horarios de los primeros días -8H30 a 10H00 y de 10H30 a mediodía, seguidos de un poco más por la tarde- se recortan rápidamente.
Sobre todo porque Clémentine también tiene que estudiar. Está en segundo año de la escuela de enfermería en el marco de una reconversión laboral y sus parciales están previstos en dos semanas.
El hijo de Jacqueline, Jan Dokhan, tiene problemas. A sus 59 años, acaba de crear una empresa de alquiler de espacios para almacenar objetos en el suroeste, cerca de Hossegor donde vive. Cuando iba a empezar la buena temporada, el crecimiento paró en seco. De las 70 visitas diarias a su portal en la web, solo queda una quincena. “No es el momento para comenzar”.
Ahora tiene que poner a su equipo en desempleo parcial, hacer los trámites para beneficiarse de las medidas de ayuda a las pequeñas y medianas empresas - postergación de impuestos, contribuciones sociales, plazos del crédito.
Este inicio se ve un poco más complicado con un problema técnico que lo deja sin internet durante tres días. Al final de la semana, este emprendedor, con cabello canoso y lentes redondos, está aliviado. En un intercambio de correos, el “banco ha dicho sí a aplazar los pagos”.
Semana 2: El estado de emergencia sanitaria. La aceptación.
Pasada la estupefacción, uno se instala en la duración.
Clémentine ha recibido una orden de movilización: el director de la escuela de enfermería pide a los alumnos que estén listos a ayudar inmediatamente. “Les supliqué que me llamaran”, dice.
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En casa se había relajado. Como empezaba a mostrarse irritable, paró su régimen. Por la tarde, los niños tienen vía libre para jugar en el jardín. Siempre hay disputas, desorden en el salón, pero se adapta. “Ya es bastante difícil así como para encima ponerme de mal humor”.
Es tiempo de informaciones en dosis mínimas y teléfonos celulares en modo silencio: su prima, Clara Delobel, de 38 años, y su marido Nicolas, de 42, se han acantonado en su pequeña casa en una urbanización moderna en Thouaré-sur-Loire en las afueras de Nantes (oeste). Necesitan tranquilidad: la joven de pelo moreno rizado está embarazada del tercero.
Mientras Clara monta el aula en el salón, Nicolas, informático, teletrabaja en el primer piso. Ha colocado una mesa sobre caballetes en la estrecha habitación parental y desde allí realiza sus videoconferencias.
“Esto organiza bien la jornada, tenemos trabajo, nos piden preparar proyectos a largo plazo”. Este hombre alto y rubio de ojos azules cree que es un privilegiado ya que conserva su empleo. Uno de sus clientes ha cerrado su empresa y ha dejado en la calle a una treintena de colaboradores de un día para el otro. “Vemos pasar los mensajes de despedida: después de tantos años trabajando con ustedes, etc, etc...”.
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“Es molesto”. Jacqueline empieza a sentir que se hace largo. Las jornadas dando vueltas en casa, las filas de los supermercados y la radio encendida todo el día la hacen pensar en su juventud durante la guerra de Argelia. Y esto provoca interrogantes existenciales.
“La soledad nos obliga a pensar en la vida: ¿vamos a cambiar? Y a la muerte que aparece de golpe sin que uno esté preparado, como en la guerra. Pero sentimos que estamos todos en el mismo barco, saberlo nos hace bien, como cuando aplaudimos al personal sanitario a las 20H00”.
Ahora es ella quien se preocupa por los demás. “Yo, de todas formas, a los 83 años, me digo que si pasa, pasa, es la vida. Sé que hay triaje entre los enfermos y si fuera necesario para salvar a alguien más joven, no me importaría sacrificarme”.
Semana 3: Más de 3.000 muertos. La adaptación.
Las llamadas se espacian. “Lo prefiero, porque lleva tiempo y siempre repetimos las mismas tonterías amables”, dice Jacqueline.
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El gran acontecimiento de la semana habrá sido contactar a todo el mundo por Zoom. Intercambios familiares del domingo por la mañana: “Buenos días, la reunión está abierta”, “hay que hacer clic en el vínculo azul, ma”, “no hemos recibido la invitación”, “esto no funciona”. “¡Familia de inútiles tecnológicos!”. Intento frustrado, irritación y risotadas.
Se ha generado una auténtica solidaridad en torno a Jacqueline en su edificio. La conserje le ha dicho: “Usted es nuestra decana”. La última vez, le había traído el “mejor pan de todo el barrio”. “No dude en llamar”, le repitió una vecina. Una mañana, descubrió en su puerta una copa de crema de chocolate, y unos días después una torta.
Una tarde, cuando acababa de tocar al piano Schubert y Mozart con las ventanas abiertas, los vecinos aplaudieron: “¡Bravo! ¡Una más!”. En el patio, un vecino acaba de lanzar un curso de Tai Chi. Y por la noche, el edificio se llena de un aire de fiesta cuando cada uno difunde para los demás su canción preferida.
En el fondo de Ardeche (sur), lejos de las redes sociales y de internet, el nieto Joachim Dokhan, de 31 años, al fin ha dado noticias. Se fue con su novia a una comunidad aislada en plena naturaleza -una yurta, dos cabañas y lugares comunes compartidos con tres pastores de cabras y dos horticultores.
Joachim descubre la vida en pareja que el confinamiento les ha impuesto seis semanas después de haberse conocido. No es fácil “encontrarse de golpe juntos al inicio de la relación”, dice. Ni de acostumbrarse a la vida en comunidad: “Estar siempre bajo la mirada de los demás es agotador a veces. Al mismo tiempo evita los altos y bajos”.
Para hacer algo útil, el joven desgarbado, que antes del coronavirus hacía pan que vendía en los mercados, prepara una vez por semana una hornada de brioches para el caserío.
Semana 4: “El confinamiento va a durar”. Una pequeña depresión.
Miércoles a las 20H00. Cada uno se ha vestido con sus mejores galas, cambiando jean y camiseta por camisa y vestido de primavera, pintalabios rojo para las damas. Jacqueline come zanahorias con comino, Clara las judías del huerto, Clémentine albóndigas.
Un tío abuelo lo ha organizado: una "videocena" de familia.
Todo el mundo está “presente”: tíos, tías, primos. Algunos han adelgazado, otros han engordado. El cabello ha crecido y las raíces canosas son muy evidentes. Los niños están nerviosos, todos quieren hablar al mismo tiempo. Nadie sabe a quién le preguntan. Como una auténtica comida de familia. Todos sonríen: “Qué bueno verlos a todos”. Y todos parecen estar en forma. Por una vez, nadie habla del coronavirus. Todos beben y ríen.
Pero es solo una pantalla. Nadie quiere preocupar a los demás. No es el lugar donde manifestar los momentos de depresión, la soledad que empieza a pesar, la preocupación por la educación de los niños, el empleo, la ansiedad de los más viejos, la incertidumbre sobre el tiempo de confinamiento. Ni contar las pesadillas que asaltan a unos y a otros. “Duraba dos años”, “estaba en una bodega y me ahogaba”, “enfermos de COVID-19 venían a mi casa”.
“Fue agradable pero al cabo de un rato, me dio tristeza, no deja de ser superficial”, dice Jacqueline después.
Los exámenes parciales han sido aplazados y eso tranquiliza a la nieta Clémentine. Pero está cansada de luchar con su hijo para hacerlo estudiar. Y esta semana ha tenido dos encontronazos con su marido Charles, de 34 años, que durante la semana habitualmente trabaja en París en la función pública. Habían perdido la costumbre de estar todo el tiempo juntos. “Se puso a jugar a los videojuegos y se me cruzaron los cables”.
Nicolas, el marido de la otra nieta, empieza a ver las limitaciones del teletrabajo. “Los días son interminables, la gente sigue llamando pese a que ya has cumplido tu horario”. A diferencia de otras, su empresa no ha propuesto a los empleados que aflojen.
Algunos clientes, en el campo de la aeronáutica, no están, pero otros, vinculados con el sector farmacéutico o médico, piden programas de informática o mantenimiento. Prácticamente tiene más trabajo que antes. Y sin corte entre la oficina y la casa, “es más difícil desconectarse”.
Jan está en vilo. Va todos los días a la oficina, pero no tiene llamadas, los proyectos para desarrollar su joven empresa están aplazados. “El hecho de saber que uno es prisionero de una situación donde no se puede controlar nada, donde no podemos proyectarnos, pone presión”.
Semana 5: Todavía un mes más. Una pequeña rutina.
Por fin una fecha: a partir del 11 de mayo empieza el desconfinamiento, reabrirán las escuelas, las personas mayores seguirán confinadas.
“Si esto dura seis meses, me voy a volver loca”. Jacqueline está preocupada. Un amigo médico le ha dicho que “para las personas mayores habrá que esperar a la vacuna”. Ya hace cinco semanas que no ha salido de su edificio. “Con la falta de actividad, el no poder hablar, salir, nos marchitamos un poco. Una especie de adormecimiento general. Queremos hacer cosas y no las hacemos. Por ejemplo llamar a la gente. Después uno se dice, para qué”.
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Sin contar el dolor de cabeza de hacer las compras. La más pequeña le hace un pedido por internet. Pero pese al tiempo que ha pasado en una decena de portales, imposible encontrar hora para una entrega. ¿Y las vacaciones? Jacqueline tenía previsto viajar a Bretaña (oeste) a principios de agosto. ¿Podrá ir? Y si la tienen que operar, ¿quién se va a ocupar de ella?
Clara y Nicolas, que ya vivían cada vez más intentando consumir menos, se han acostumbrado a esta ‘slow life’. Desde hace dos meses no han llenado el depósito del auto, ya no tienen que pagar los extras del colegio ni el restaurante, casi no han comprado nada. Hacen conservas con las verduras del huerto y pan casero. “Tampoco está tan mal una economía un poco desacelerada, un medio ambiente menos contaminado, una vida menos frenética”, dice Nicolas.
Ahora que sabe cuándo va a terminar el confinamiento, Clémentine se dice que tampoco está tan mal después de todo. “Al darles clase, descubrimos un poco más a nuestros hijos, su carácter, su nivel escolar, su autonomía. Me doy cuenta de que a la pequeña le gusta trabajar cuando le consagramos tiempo, que la del medio es muy independiente y que el mayor se molesta por el mínimo error”.
Se ha relajado. Si estudian una hora al día, está bien. Ella, que al principio salía a los supermercados todos los días para “moverse un poco”, ha acabado tomándole el gusto al tiempo que se alarga. Ha empezado con la jardinería que antes odiaba y se hace limpieza de piel, pese a que no es muy coqueta.
Semana 6: “No volverá a ser exactamente como la vida de antes”
Es como si tener una fecha hubiese roto un dique en el confinamiento. Esta semana hubo un poco de relajamiento. Algunos fueron a cenar con amigos cerca de sus casas, otros condujeron 30 km para ver a la familia. “No está bien, pero hace bien”.
Donde vive Clara, la nieta, cerca de Nantes, se vuelve a ver a los niños jugando juntos. Incluso Jacqueline salió a la calle por primera vez desde el inicio del confinamiento.
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Todos empiezan a proyectarse en el futuro. Jacqueline prevé recibir a sus pacientes después del 11 de mayo. “Han podido hacer un verdadero trabajo por teléfono, pero es importante verse al menos una vez”.
Desde que hay una fecha de salida de la crisis, Jan ha visto un poco de movimiento en el negocio. Hay proyectos de mudanza y de alquiler de guardamuebles, las solicitudes de presupuesto han aumentado en un 30%. La tesorería resiste por el momento. “Pero hay que estar atentos: estamos sujetos a muchos factores exógenos, a tantas incertidumbres...”. Su inversión es considerable: 2 millones de euros en 20 años.
Confinado en una yurta en Ardeche con su novia, el nieto Joachim está feliz de poder circular libremente de nuevo. “Hemos funcionado bastante bien, pero después de dos o tres días necesito aire”.
Las reglas de la pequeña comunidad en la que viven han sido estrictas: salir de la aldea era exponerse a no volver. “Es difícil empezar una relación en estas condiciones, comprender sus sentimientos: estoy bien aquí, es hermoso. Está el bosque, el río, pero ¿estoy bien porque me siento seguro estando aquí durante esta crisis o porque estoy bien con ella?”.
Semana 7: El desconfinamiento se perfila
La reapertura será progresiva y por regiones. La vuelta al colegio será voluntaria y las personas mayores podrán disfrutar del desconfinamiento.
¿Colegio? Las hijas de Clara y Nicolas no volverán. “A su edad, los niños son incapaces de hacer los gestos barrera. Todo esto es para enviar a los padres de vuelta al trabajo: es política, dirigida por la necesidad de reactivar la actividad económica”, se queja Nicolas.
“Encantada”, dice en un principio Clémentine. Su hija menor comienza el 11 de mayo, la mayor la semana siguiente. Cuando los profesores explican las condiciones, el entusiasmo decae: todo el día en clase, sin recreo. “Eso los va a estresar”.
El tiempo pasa más rápido para Clémentine: comenzó una pasantía de enfermería en el departamento de oncología y cuidados paliativos de una clínica de Bayona. Pasa el día con una mascarilla en la cara -"Es opresivo"-, aprende a hacer perfusiones, a pinchar para un catéter. “Aquí no hay casos de COVID-19, pero los pacientes no reciben visitas, para ellos es difícil, puede ser peor que la muerte”.
¿Cómo será el mundo de después?, se pregunta Jan. “El modelo en el que vivimos ha quedado mal parado y no sabemos cómo va a cambiar”. ¿La sociedad? Piensa en teorías conspirativas, denuncias por incumplimiento del confinamiento. “Da miedo”. ¿La economía? Con la recesión histórica, teme una explosión social.
“Por primera vez, los líderes han optado por centrarse en la salud más que en la economía. Pero si dejamos colapsar la economía, el remedio puede ser peor que el mal: ¿qué pasará cuando la gente ya no pueda comer?”.
Semana 8: Más de 25 mil muertos. Hacia la reapertura del mundo.
Durante todo este tiempo, nunca entró en pánico, se vistió, se maquilló, cocinó, trabajó. “Me di cuenta de que tenía más fuerzas de lo que pensaba”, dice Jacqueline.
Pero para ella, el desconfinamiento pasa por la clínica. La operación aplazada en marzo tendrá lugar el viernes 15 de mayo. Le tranquiliza y le preocupa. “No me veo durar mucho así, con un riesgo de cáncer”.
Clémentine, por lo general muy activa, descubrió una vocación de ama de casa. “¡Empezaba a acostumbrarme!”. Ahora lo que le preocupa son las vacaciones: habían planeado un viaje a Brasil, pagado los billetes, los alquileres. “Un gran presupuesto y no podemos obtener un reembolso hasta que haya una prohibición oficial. Y hemos alquilado nuestra casa este verano...”.
Jan pasa cada vez más tiempo en la oficina. “Para preparar el lugar para recibir al público de forma segura, firmar contratos”. Espera que sus empleados vuelvan a estar a tiempo completo para fin de mes. “Capeamos el temporal y avanzamos”.
Para Nicolas y Clara nada cambia: teletrabajo para él, clases a las niñas para ella. Pero está “casi más estresado con el desconfinamiento porque todo el mundo va a mezclarse de nuevo”. “Seremos aún más vigilantes”.
El nieto Joachim está feliz: ha terminado de escribir un libro de cuentos en alejandrinos. ¿Y ahora qué? “Tendremos que reaprenderlo todo”. Por el momento, lo que quiere es ir a pasear.
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¿Qué es el coronavirus?
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).
El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.
El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.
Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.
Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.
¿Cuánto tiempo sobrevive el coronavirus en una superficie?
Aún no se sabe con exactitud cuánto tiempo sobrevive este nuevo virus en una superficie, pero parece comportarse como otros coronavirus.
Estudios indican que pueden subsistir desde unas pocas horas hasta varios días. El tiempo puede variar en función de las condiciones (tipo de superficie, la temperatura o la humedad del ambiente).
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El Comercio mantendrá con acceso libre todo su contenido informativo sobre el coronavirus.
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