Con miles de muertos y heridos y multitud de edificios e infraestructuras destrozados, el terremoto de magnitud 7,8 que sacudió Turquía y Siria en la madrugada del lunes fue uno de los más devastadores de los últimos años.
Una confluencia de factores desencadenó el desastre.
MIRA: ¿Por qué es imposible predecir un terremoto como los que sacudieron a Turquía?
La combinación de la intensidad del sismo, su profundidad, su localización geográfica, el tipo de falla que lo generó, su longitud o la potencia de las réplicas magnificaron la tragedia.
Aquí te contamos qué factores multiplicaron la capacidad destructiva del terremoto.
El primer sismo, registrado en las primeras horas del lunes cerca de Gaziantep (Turquía), cuando la gente dormía, fue de magnitud 7,8, que se considera “mayor”.
La magnitud cuantifica “la energía que se libera en el sismo” y, a nivel global, “suelen producirse unos dos terremotos de una magnitud parecida al año, aunque la mayoría se producen bajo el océano o en zonas no pobladas”, explica Stephen Hicks, sismólogo del University College de Londres (UCL).
La magnitud más grande registrada desde que se miden los terremotos fue la del que tuvo lugar en Chile en 1960, que alcanzó 9,5.
Como apunta el geofísico chileno Cristian Farías, “la magnitud es como si vas a un concierto y la banda está tocando con un volumen fijo. Obviamente es el volumen que ellos ponen y es uno solo, igual que el terremoto solo tiene una magnitud”.
Sin embargo, dependiendo de dónde estés en la sala, “vas a tener una experiencia distinta del concierto. Lo mismo pasa con la intensidad. Si tú estás en lugares distintos respecto a donde ocurrió el terremoto, vas a sentir efectos distintos”, añade el profesor de la Universidad Católica de Temuco.
Aquí es donde entra en juego un nuevo factor: la intensidad.
El efecto de un terremoto en la superficie de la tierra es lo que llamamos la intensidad, que se mide con la conocida como “escala sismológica de Mercalli”.
Esta escala “estima la intensidad de un terremoto en base a cosas como cuánto se movió el suelo, con qué aceleración se movió, si es que hay edificios que se cayeron o no… el nivel de destrucción”, explica Farías.
La escala se mide en números romanos y va de I a XII.
En el caso del primer terremoto del lunes, varios puntos en Turquía, en torno a las ciudades de Osmaniye, Kahramanmaras, Adiyaman o Malatya, registraron una intensidad IX, que se considera “muy destructivo” e implica, por ejemplo, una destrucción severa de edificios y derrumbes, como desgraciadamente se ha podido observar.
Aunque lo habitual es que los terremotos vayan seguidos de réplicas de menor intensidad, el segundo terremoto que se sintió el lunes fue de una magnitud muy parecida, 7,5.
Esto es algo que solo suele ocurrir en el 10% de los casos, explica Stephen Hicks, quien recuerda que es imposible saber cuándo o dónde va a ocurrir el siguiente terremoto.
De hecho, el segundo terremoto del lunes ocurrió en una rama diferente de la Falla oriental de Anatolia, que va del sudoeste hasta el noreste.
“Esto recalca la complejidad de intentar hacer predicciones, porque puede que no supieras que existía la falla hasta que finalmente ocurre algo con ella”, señala el profesor de UCL.
El estado de fragilidad en el que habían quedado muchos edificios contribuyó a nuevos derrumbes con el siguiente sismo, aumentando la tragedia.
El terremoto fue, coinciden los científicos, muy superficial ya que se produjo a tan solo 18 kilómetros de profundidad en la corteza terrestre.
Lo que ocurrió entonces es que “las vibraciones que salieron del terremoto no perdieron la suficiente energía antes de llegar a la superficie, y eso provocó una agitación extrema en la zona que muchos edificios, especialmente los tradicionales de Medio Oriente, no estaban preparados para soportar”, señala Hicks.
El tamaño de la falla, de 150 kilómetros de largo por 25 kilómetros de espesor, fue otro de los factores que contribuyeron a la destrucción.
“Uno tiende a pensar que mientras más larga sea la falla, más ancho también va a ser [el radio afectado], pero en este caso tuvimos una muy, muy larga y muy delgadita, lo que significa que de verdad toda la energía se concentró en las partes superficiales, y eso siempre es muy complicado para cualquier construcción”, explica Cristian Farías.
El tipo de falla que se generó en el terremoto de Turquía y Siria, conocida como falla transcurrente (o strike-slip) también contribuyó a aumentar la destrucción.
Para tener intensidades grandes, señala Farías, “no necesariamente necesitas un terremoto con magnitud muy grande”.
En efecto, el del lunes, de 7,8, no es tan grande en comparación con otros grandes terremotos que han ocurrido en el mundo, como el de Japón en 2011, de 9; el de Alaska de 1964, de 9,2; o el de Chile de 1960, de 9,5.
“Como la escala que los mide es logarítmica, son sismos muchísimo más grandes, pero no siempre tienen la intensidad en algunas zonas que sí generó este”, añade el especialista chileno.
La forma en la que se produjo este sismo, con una falla transcurrente, añadió a su devastación.
Para explicar este tipo de falla, Hicks propone imaginar un papel que se rasga: “se trata de un movimiento horizontal, como el que haces al rasgar un papel. Imagina rasgar ese papel de 400 kilómetros, ese desgarre produce vibraciones que se sienten muy lejos del epicentro de forma muy intensa”.
Farias usa el símil de la masa de pan: “para romper una masa de pan, básicamente, tomamos un trozo y la mueves para acá y otro para allá, ¿cierto? Con la corteza pasa lo mismo, solamente que tienes grandes trozos de roca y si tú mueves uno en respecto al otro, vas a generar esta ruptura dentro de la corteza”, explica.
El problema, señala el geofísico, es que “no solamente el sismo comienza de manera superficial, sino que todo el movimiento es superficial, llegando casi incluso hasta el suelo. Y, entonces, si alguien vive cerca, como pasó en Turquía, la aceleración que produce en el suelo es muy grande. El efecto que se siente es como si recibieras toda la energía de las ondas, pero de inmediato, casi como estar en primera fila en un concierto de heavy metal”.
Y aquí, coinciden los expertos, llega la segunda parte de la destrucción: la capacidad de los edificios para resistir los sismos.
Mientras que en países como Japón o Chile las normas de construcción son muy estrictas debido a la recurrencia de fuertes terremotos, es posible que en Turquía y en Siria muchos edificios no se adecuaran a la normativa.
“En las imágenes que nos han llegado del terremoto se ven edificios que están completamente en el suelo y, al lado, otros que han quedado en pie. Eso sucede porque, seguramente, los que están en pie fueron construidos considerando bien la norma, contemplando todos los escenarios, y los otros no”, aventura Farías.
Existe un desafío constante en los países que tienen grandes terremotos de poder entender estos escenarios y prepararse para ellos “porque el costo lo pagamos con vidas”.
“Los desastres no son naturales”, concluye Farías, “dependen de cómo uno se va preparando ante la amenaza”.
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