Adem Serin observa desde un puente siete excavadoras que despejan lo que era su casa y mira el paso de los camiones que se turnan para sacar los escombros que dejó el terremoto de hace un mes.
“Para mí, es como si hubiese sido ayer. Todavía escucho los pedidos de ayuda (...) Este dolor no se borrará nunca”, afirmó el treinteañero, que se siente acechado por la tragedia que lo sorprendió a él y a su esposa embarazada de cinco meses en la undécima planta de su edificio.
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El 6 de febrero un terremoto de magnitud 7,8 devastó el sur de Turquía y una parte de Siria. Un mes después, su ciudad, Kahramanmaras, que está a dos horas del epicentro del sismo, intenta despejar los escombros.
A más de 40 kilómetros de la localidad se ve una nube de polvo que dejan estas tareas.
Cada día, se retiran 250 toneladas de escombros que son llevados a un depósito en las afueras. Hay fierros torcidos, colchones reventados, cortinas y placas de cemento.
“No hemos encontrado cuerpos (...) pero ayer, sentimos un fuerte olor”, contó Eren Genç, un guardia forestal de 26 años.
Más de 11.000 réplicas
Según las autoridades, 46.000 personas murieron en Turquía, más 6.000 víctimas mortales del lado sirio.
Los trabajos atraen a curiosos, pero también a los residentes del inmueble que buscan sus pertenencias. Un sastre espera encontrar su máquina de coser, a una familia le gustaría encontrar su cama.
La catástrofe dejó cientos de miles de familias sin techo y afecta la vida de unas 14 millones de personas.
El edificio de Veli Akgoz sigue en pie pero está profundamente dañado. Pese al peligro y las cerca de 11.000 réplicas, el hombre se atrevió a adentrarse con su hijo por las escaleras hasta su apartamento en la séptima planta para recuperar algunos electrodomésticos, herramientas y una puerta.
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“Nos expusimos a grandes riesgos”, reconoció este comerciante de 54 años cuya familia ahora vive hacinada en una casa.
Cuando los supervivientes deben recomenzar su vida en un campamento, cualquier cosa, un colchón o una manta de la vida de antes, marcan la diferencia.
Según el gobierno, hay dos millones de personas viviendo en carpas o en contenedores instalados en los estadios o en los parques. Pero esta oferta está lejos de cubrir las necesidades.
Solmaz Tugacar decidieron volver a su vivienda que quedó muy dañada. “Tenemos miedo, pero no nos queda otra”.
“Heroico”
En la parte alta de la ciudad, once tiendas de campaña fueron erigidas en los jardines del alcalde.
Ibrahim Yayla muestra una de las carpas. Aparte de algunas alfombras de una mezquita vecina no hay nada más para albergar a su mujer, su hijo de cinco años y su bebé de dos meses.
Los baños que están encima de la alcaldía ofrecen el único acceso al agua de todo el barrio. Pero después de una réplica que hubo el sábado uno de los niños se niega a entrar.
“Está traumatizado”, contó Ibrahim que espera que el menor pueda ver un psicólogo.
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“A todos nos hace falta”, dijo este electricista que todavía recuerda los gritos de sus vecinos pidiendo ayuda, mientras él intentaba sacar a su madre.
“Pero aquí somos valientes”, dijo sonriendo Ibrahim, que recuerda que el prefijo “Kahraman” sumado al nombre Maras significa “heroico”.
“Queremos ser un ejemplo”, afirmó.
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