Corría 1989, aún Internet no había irrumpido en la vida de todos. Impensado era que un movimiento en redes sociales podría poner en cuestionamiento las decisiones políticas, judiciales y hasta tener el poder de generar un cambio. Sin embargo, aquel pasado con el presente se unen por una cuestionable causa por parte de adolescentes que se vieron conmovidos por el caso de los hermanos Menéndez, que cumplen una condena de cadena perpetua en Estados Unidos, por el crimen de sus padres, José y Kitty.
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Erik y Lyle Menéndez lograron cuestionar la decisión de la Justicia estadounidense con solo el uso de las redes sociales. A 33 años del crimen que cometieron, los usuarios tienen un pedido en común: que el caso y las condenas se revisen. Los cortos videos que apoyan la solicitud se vuelven un tanto sentimentales. Las imágenes de los adolescentes cautivan por su juventud y belleza y los usuarios de TikTok afirman que las voces de los jóvenes de 18 y 20 años en aquel entonces no fueron escuchadas. Entre los juicios que se llevaron en su contra, revelaron que sufrían abusos por parte de sus padres y este habría sido el motivo por el cual ellos habrían ideado el macabro plan de los crímenes.
Fue la noche del 20 de agosto de 1989 el día que los hermanos vieron a sus padres por última vez. Según su primer relato, volvieron de ver una película en el cine y, en su lujoso hogar de Beverly Hills, California, hallaron los cuerpos sin vida de José y Kitty, frente a la televisión del living de la mansión donde solían disfrutar del momento de ocio. Ante esta espeluznante escena, no dudaron en dar aviso a la policía. Siguieron las instrucciones del personal y abandonaron la propiedad, por si el o los asesinos seguían allí. Nunca sospecharon de ellos.
Con el comienzo de la investigación, los hermanos realizaron numerosas ceremonias religiosas para despedirse de sus padres, en compañía sus seres queridos. Nadie podía creer que la pareja hubiera sido blanco de los asesinos. La indignación por sus muertes iba en aumento cuando se recordaba su gran labor social y buena relación con quienes los rodeaban. Eran calificados como personas respetuosas, amorosas con sus hijos y con el incentivo de ayudarlos, a pesar de la mala imagen que tenían los adolescentes problemáticos. Es que tanto Erik como Lyle estuvieron involucrados en peleas callejeras, delincuencia juvenil y acusados de romper reglas. El matrimonio buscó llevar a sus hijos por otro camino ligado al plan que habían ideado para ellos, relacionado al estudio y un “buen” presente laboral.
Los adolescentes no querían esa vida que sus padres habían planeado. Por lo contrario, buscaban disfrutar del dinero familiar sin realizar esfuerzo alguno para ello. José Menéndez, a fuerza de trabajo tras huir de Cuba, se convirtió en los años ‘90 en uno de los empresarios más importantes de la industria musical del momento. La fortuna que cosechó era muy bien administrada por él y por su esposa. Y si bien no escatimaban en gastos, no querían que los jóvenes se acostumbraran a tenerlo todo y les exigían que cumplan con sus estudios. Bajo presión, ambos trataban de obedecerles.
El plan de los crímenes
Erik y Lyle tenían 18 y 20 años respectivamente cuando decidieron comenzar a vivir la vida que deseaban. Para que esto pueda llevarse a cabo, necesitaban la herencia de su padre, quien había decido apartarlos de ella, dejándola en nombre de su esposa. Por ello, tomaron la extrema decisión de asesinarlos para que sus problemas se disiparan.
Mientras Kitty y José Menéndez miraban en la televisión la película La espía que me amó, sus dos hijos ingresaron al hogar. Le lanzaron cuatro disparos a su padre y nueve a su madre. Minutos más tarde, Lyle realizó la llamada que podría poner en jaque todo el plan. Se comunicó al 911 y, aparentemente devastado, denunció haber hallado los cuerpos de sus padres. Por orden policial, los hermanos abandonaron la propiedad y esperaron a los efectivos policiales.
Una vez que éstas terminaron su trabajo en el lugar, los hermanos creyeron que su plan había sido exitoso: las sospechas no apuntaban a ellos, por lo que no fueron sometidos a las pruebas científicas como involucrados. Los días continuaron entre llantos fingidos, despedidas y declaraciones policiales. Los vecinos y familia coincidieron en la principal teoría de un intento de robo, lo que libraba a los verdaderos asesinos.
Sin embargo, pocos son los “crímenes perfectos” y si bien las acciones salieron como lo planearon, algo sí falló. Desde la muerte de sus padres, los hermanos hacían terapia para atravesar el duro momento, que a los ojos ajenos era lo peor que podía sucederles. Jerome Oziel atendía a los dos hermanos y, luego de dos meses, Erik no pudo continuar con la mentira y le confesó los asesinatos a su terapeuta. Ante esto, el mayor de los hermanos amenazó al psicólogo.
El miedo y su cuestionamiento profesional llevaron a Oziel a contarle sobre el parricidio a su secretaria, quien era su amante. Posteriormente, terminaron su relación amorosa y ella se presentó ante la Justicia para declarar la información que guardaba. Allí, comenzó lo que para los hermanos fue el fin de su secreto.
Los juicios y la llegada a las redes sociales
La conmoción fue el principal ingrediente de esta historia que caló hondo en la alta sociedad de los Estados Unidos. El caso se volvió aún más de interés general, por ello, los dos juicios que enfrentaron los Menéndez durante 1993 y 1996 fueron televisados. La primera vez frente al tribunal, los acusados en medio de un desgarrador testimonio relataron los abusos sexuales, físicos y mentales que habrían sufrido por parte de su padre desde que eran pequeños. Mientras que señalaron a su madre como cómplice de esto.
Ante este relato, fueron sometidos a un perito psicológico y psiquiátrico para determinar la veracidad de sus palabras, las cuales fueron desestimadas luego de las conclusiones de los profesionales. Su estrategia se vio derrumbada y, tras descubrir que Erik había realizado un guion teatral sobre un parricidio, dos años antes del hecho, el juicio se declaró nulo para realizar nuevas investigaciones.
El 18 de abril de 1996 terminó el segundo juicio en el que se condenó a los hermanos a cadena perpetua sin derecho a libertad condicional, al determinar que los crímenes fueron con la intención de heredar la suma de 14 millones de dólares.
Desde entonces, están encarcelados en prisiones distintas para evitar posibles nuevos planes que pondrían su vida y la de terceros en riesgo. En pocas ocasiones brindaron entrevistas a la prensa, sin embargo, su imagen aún sigue vívida en los medios, sobre todo en las redes sociales, donde una generación cuestiona asuntos de toda índole relacionado con los derechos individuales, cuestiones de género y tipos de discriminación. En estas reflexiones, las figuras de Erik y Lyne no escaparon.
Los hombres de hoy 54 y 52 años no usan TikTok, pero sí son sus rostros los más vistos en esta red social. El llanto de ambos al momento de relatar los abusos que habrían sufrido llevó a adolescentes a pedir la revisión de su condena. Videos con música triste mientras Erik declaraba en medio del llanto o construcciones emocionantes con el rostro de Lyne en primer plano fueron suficientes para cuestionar un fallo de la Justicia de hace 26 años.
173 millones de visitas es el mínimo que tienen estos videos, creados por una generación de estadounidenses que creció en medio de movimientos sociales como el Me too y las marchas masivas en pedido de la ejecución de derechos. Hoy los lleva a concluir que los hermanos asesinos no fueron escuchados al denunciar abusos sexuales, por lo que no se apeló a los derechos del niño, motivo por el cual piden la revisión del caso. Los condenados no saben de esto mientras viven una realidad que poco cambió entre rejas, pero la revolución digital los ubicó en el centro, como cuestionables protagonistas.
Por Mara Piré Peña
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