Abiertamente gay en una región especialmente conservadora del Punjab en la India, Jashan Preet Singh tuvo una vida muy dura por mucho tiempo.
Singh, de 24 años, estaba acostumbrado a la discriminación diaria en su ciudad natal, Jalandharm, donde sufría el acoso y las palizas de sus vecinos y su familia, que en gran medida le había dado la espalda.
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Pero lo que sucedió a finales del año pasado fue aún más grave.
“Unas 15 o 20 personas intentaron matarme”, declaró a BBC desde Fresno, California. “Me escapé de allí y salvé mi vida. Pero cortaron varias partes de mi cuerpo”.
El ataque le dejó un brazo mutilado y un pulgar cercenado.
La fuga de Singh le llevó en un viaje por Turquía y Francia para alcanzar finalmente la frontera entre México y Estados Unidos, a casi 12.800 km de distancia, donde cruzó a California para comenzar una nueva vida en el país norteamericano.
Durante años la llegada de inmigrantes indios a EE.UU. venía siendo lenta pero constante, con decenas e incluso cientos cada mes.
En 2022, sin embargo, las cifras se han disparado.
Desde el inicio del año fiscal (el pasado octubre) las autoridades estadounidenses han detenido a una cifra récord de 16.290 ciudadanos indios en la frontera con México.
El máximo anterior era de poco más de la mitad, 8.997, en el año 2018.
Los expertos enumeran una serie de razones para este aumento: el clima de discriminación en India, el fin de las restricciones por la pandemia, la percepción de que la actual administración de EE.UU. recibe a los solicitantes de asilo y el crecimiento de las redes de contrabando.
Aunque algunos migrantes indios van a EE.UU. por razones económicas, muchos huyen de la persecución, asegura Deepak Ahluwalia, un abogado de inmigración que ha representado a ciudadanos de este país en Texas y California.
Estos abarcan desde musulmanes, cristianos o hindúes de “casta baja” hasta miembros de la comunidad LGBT que temen la violencia de nacionalistas hindúes extremos, así como partidarios de movimientos secesionistas y agricultores de la región de Punjab, sacudida por protestas desde 2020.
Las condiciones de vida de muchas de estas personas se han deteriorado en los últimos años, según los observadores internacionales.
Tomar la decisión de dejar su país no fue fácil para Singh.
Primero consideró mudarse a otra ciudad india, pero temía que lo trataran igual de mal.
“No hay una cultura de mente abierta hacia las personas homosexuales”, asegura. “Ser gay allí es un gran problema”.
India solo despenalizó el sexo entre personas del mismo género en 2018, y el matrimonio sigue siendo ilegal.
El hermano de Singh lo puso en contacto con una “agencia de viajes” india, en realidad una sucursal de una sofisticada y costosa red de contrabando.
Esta lo llevó primero a Turquía, donde “la vida era muy dura”, y luego a Francia, donde consideró quedarse, pero no pudo encontrar trabajo. Fueron más de seis meses de viaje.
Al final su “agente de viajes” hizo los arreglos para que se uniera a un pequeño grupo de indios que se dirigían a EE.UU., donde muchos, también él, tenían familiares.
“Nos cobró mucho dinero”, dijo Singh. “De Francia me llevó a Cancún, y de ahí a Ciudad de México y al norte”.
Los migrantes como Singh suelen ver Estados Unidos como “la puerta de entrada definitiva” a una vida mejor, afirma Ahluwalia, el abogado.
Sin embargo, la enorme distancia hace que el viaje a los EE. UU. sea extremadamente complicado.
Tradicionalmente los inmigrantes indios que llegan a la frontera entre Estados Unidos y México han usado servicios de contrabando “de puerta a puerta”, con viajes organizados desde India hasta América del Sur.
A menudo les guían por todo el camino y viajan en pequeños grupos con sus compatriotas que hablan el mismo idioma, en lugar de hacerlo individualmente o solo con miembros de la familia.
Estas redes a menudo comienzan con “agentes de viajes” en India que subcontratan partes del trayecto a grupos criminales asociados en América Latina.
Jessica Bolter, analista del Instituto de Políticas Migratorias con sede en Washington DC, explicó que la afluencia de migrantes indios también está aumentando como resultado del “efecto llamada” que se produce cuando quienes han usado estos servicios los recomiendan a amigos o familia en la India.
“Naturalmente crecen y atraen a más migrantes”, dijo, aunque matizó que “por supuesto, eso no sucede sin que primero los migrantes quieran irse”.
La experiencia de Manpreet, un joven de 20 años de Punjab que pidió ser identificado solo por su nombre de pila, es la típica de quienes usan la ruta del sur.
Vocal crítico del partido gobernante BJP (Partido Bharatiya Jannata) de India, huyó del país tras ser perseguido por sus ideas políticas.
“De Ecuador tomé un bus a Colombia y de Colombia otro a Panamá”, recordó Manpreet en una entrevista con BBC desde California.
“Desde allí, en un barco, (fui a) Nicaragua y Guatemala, luego a México, y entré a EE.UU.”.
Una vez en Estados Unidos, los inmigrantes como Singh inician un largo proceso legal para solicitar asilo.
La mayoría de las veces comienza con lo que los funcionarios estadounidenses denominan una “entrevista de miedo creíble”, en la que deben convencer a las autoridades de que se enfrentarán a una persecución si regresan a casa.
“Este primer paso es el más importante”, explica Ahluwalia.
Si el agente “considera que no hay un miedo creíble, su caso nunca avanzará. Eso es desastroso”.
Si, de lo contrario, cree que los temores son fundados, es probable que el aspirante a solicitante de asilo reciba un aviso para comparecer ante un juez de inmigración que considerará su petición.
El proceso es largo, con tiempos de espera de varios años -algo que últimamente se ha convertido en norma en EE.UU.- sin la garantía de un resultado positivo.
Singh, mientras, vive en Estados Unidos desde finales de junio y está ahorrando dinero para contratar a un abogado.
Aunque su viaje fue largo y nadie le garantiza un futuro estable en el país norteamericano, es mejor que la otra alternativa que tenía, asegura.
“Siempre iba a temer por mi vida”, afirma. “Desde que estoy aquí, nunca he sentido algo así”.
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