Irene Cuevas nunca olvidará el sonido de olas rompiendo bajo el balcón de su apartamento.
Si tan solo el destello de un relámpago en la oscuridad le hubiera permitido vislumbrar lo que sonaba como un mar rugiente.
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“Era el miedo constante, porque como no teníamos luz, oíamos el ruido del agua, que era algo impresionante”, le dijo Cuevas a The Associated Press. “Todo eran olas, aguas corrientes de agua por todos los sitios”.
“Esta calle estaba completamente anegada y no sabíamos. Estábamos esperando que hubiera un relámpago para poder ver la situación en la que nos encontrábamos”, relató.
“El ruido del agua lo tenemos grabado a fuego”.
Las súbitas y devastadoras inundaciones en el este de España esta semana que cobraron más de 200 vidas y destruyeron innumerables hogares y medios de vida también dejaron una cicatriz de terror en muchos sobrevivientes.
Cuevas, una embrióloga de 48 años, es residente de Chiva, un pueblo situado en una colina a unos 30 kilómetros (18 millas) de la ciudad de Valencia, cuyas afueras del sur también quedaron devastadas por las inundaciones el martes y miércoles.
Chiva recibió más lluvia en ocho horas que la que tuvo en los último 20 meses. Cuevas estaba en casa y vio cómo el desfiladero que divide su pueblo de repente se desbordó con agua corriente.
La pared de agua tipo tsunami cobró al menos siete vidas en Chiva, hogar de unas 16.000 personas, y el domingo continuaba la búsqueda de más desaparecidos, ya sea en casas colapsadas o en el barranco.
Cuevas relata que fue una noche “aterradora” cuando comenzó a llover. Dijo que ellos viven “justo al lado del barranco… y entonces el barranco comenzó a crecer. Comenzó a llevarse coches, a llevarse árboles. Todo eso embozó los puentes del pueblo”.
“Entonces el agua se desviaba por todas las calles y volvía. El problema es que todo el barranco estaba desbordado del agua que venía de las poblaciones anteriores y se generaban corrientes”, comentó. Los desniveles de los puentes comenzaron a taparse con escombros y el agua empezó a desbordarse al poblado.
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El Barranco de Chiva normalmente está seco, pero recibe agua de la escorrentía de otros cañones y canaliza el agua hacia los viñedos de abajo.
La enorme tormenta generó un muro de agua que derribó dos de los cuatro puentes que cruzan el barranco, mientras que un tercero quedó inseguro para cruzar. Los lados del desfiladero quedaron erosionados, derribando una acera y varias casas y haciendo agujeros en otras.
Cuevas, que se mudó a Chiva cuando se casó hace 18 años, vive en la calle contigua a las construcciones que bordean el barranco. Ella y otras personas que viven en su edificio de apartamentos ayudaron a varios vecinos del edificio de enfrente cuando les dio temor de que se viniera abajo. Los vecinos dijeron que su edificio temblaba por la fuerza del agua.
Cuevas y otros residentes ayudaron atando cuerdas de un lado al otro de la calle para que la gente tuviera de dónde agarrarse mientras avanzaban por la corriente de agua. Luego subieron las escaleras y unas 20 personas pasaron una noche en vela en su apartamento del segundo piso y en el apartamento de arriba.
Amparo Cerda, la vecina de arriba de Cuevas, dice que está traumatizada por sus recuerdos de la furia de las olas y el sonido de “explosiones de las puertas” por la fuerza del agua.
Era como si su edificio se hubiera convertido en un barco perdido en una tormenta en el mar en la noche negra como el carbón.
“Sobre todo era el oleaje. Había olas por el barranco, el oleaje en esta calle iba en aquella dirección y el barranco venía en la otra dirección. Entonces en la esquina, justo donde las casas están derrumbadas, las dos corrientes de agua chocaban, con lo cual había un oleaje terrible”.
Cuando llegó la luz del día pudieron ver el daño. Cuevas dijo que vieron todas las casas que habían desaparecido y había un sentimiento de impotencia porque no sabían por dónde empezar a buscar a las personas.
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Han pasado cinco días desde esa noche de terror, y en Chiva y otras localidades, como Paiporta, Barrio de la Torre y Massanassa, ciudadanos y voluntarios están colaborando para limpiar las montañas de escombros y las gruesas capas de lodo que dejó el agua.
Cinco mil soldados más iban a llegar a la zona este fin de semana para ayudar a los 2.500 ya desplegados. También se han enviado miles de policías. Pero por ahora son los propios ciudadanos los que siguen liderando el camino.
“Hoy necesitamos limpiar, intentar volver a la normalidad. Porque además es que la previsión de lluvias para el fin de semana no ayuda”, dijo Cuevas. “Creo que estamos todos intranquilos, estamos intentando despejar todo en caso de que vuelva a venir lluvia, y que va a venir”.
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