Tras 16 años en el poder con una popularidad “inoxidable” y al cabo de una sucesión mal preparada, Angela Merkel se dispone finalmente a abandonar la cancillería, dejando un gran vacío en Alemania y en el mundo pese a su desigual legado.
Merkel, que igualó el récord de longevidad en la cancillería de su mentor Helmut Kohl, corre el riesgo de retirarse de la política con una derrota histórica de su partido conservador.
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Tras haber creído durante mucho tiempo que la victoria estaba garantizada, los democristianos se ven castigados por el desgaste de una década y media en el poder.
También por los errores de su candidato --el torpe e impopular Armin Laschet-- así como por la negligencia de Merkel para pasar el testigo.
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Movilizada en todos los frentes, tanto en Alemania como en el exterior, donde multiplica las visitas de despedida, la líder de 67 años intentó enderezar el barco mostrándose en la campaña electoral con Laschet.
Pero según los sondeos ha sido en vano hasta el momento.
Merkel conserva, sin embargo, una popularidad que envidiarían muchos dirigentes occidentales.
Lejos parece haber quedado el año 2019, cuando la canciller, al frente de una gran coalición de la derecha y la izquierda agotada, daba la impresión de estar sobrepasada por la movilización de los jóvenes a favor del clima.
El “mayor desafío”
Como símbolo del crepúsculo de su gobierno, unos incontrolables temblores afectaron a Merkel durante unas ceremonias oficiales y generaron dudas sobre la capacidad de esta “casi infatigable” canciller para concluir su cuarto y último mandato.
Pero la pandemia del coronavirus llegó e impulsó su popularidad. Tres cuartas partes de los alemanes se dicen satisfechos de su acción al frente del país, según los sondeos.
Incluso se oyeron voces durante la pandemia que reclamaban un quinto mandato, pero la primera mujer en dirigir Alemania lo descartó de plano.
Esta científica de formación realizó una gestión casi sin fallas del covid-19 y supo comunicar, con pedagogía y de forma racional, para hacer frente al “mayor desafío”, según ella, desde la Segunda Guerra Mundial.
El confinamiento, que le recordó su vida en la ex-RDA (República Democrática de Alemania, comunista), constituyó, a su juicio, “una de las decisiones más difíciles” en sus 16 años en el poder.
Alemania registró una situación menos dramática que gran parte de sus vecinos europeos, a pesar de una segunda ola mortífera en el otoño boreal de 2020.
La pandemia y sus consecuencias económicas y sociales dramáticas también le han permitido a “Mutti” (“mamá”), como la llaman cariñosamente muchos alemanes, adaptarse a la crisis cambiando de paradigma.
Esta ferviente defensora de la austeridad europea tras la crisis financiera de 2008 pese a la asfixia de Grecia, propulsó el aumento del gasto y la mutualización de la deuda, lo único, según ella, que podía salvar el proyecto europeo.
En 2011, la catástrofe nuclear de Fukushima en Japón la había convencido rápidamente para iniciar el abandono progresivo de la energía nuclear en Alemania.
Decisiones de riesgo
Pero su apuesta política más osada la realizó en el otoño de 2015, cuando decidió abrir las puertas a centenares de miles de solicitantes de asilo sirios e iraquíes.
Pese a los temores de la opinión pública, prometió integrarlos y protegerlos. “¡Lo lograremos!”, aseguró. Se trata quizá de la frase más sorprendente pronunciada por Merkel, bastante reacia a los discursos apasionados.
Hasta entonces, esta doctora en Química que sigue llevando el apellido de su primer marido y no tiene hijos había cultivado una imagen de mujer prudente e incluso fría, sin aristas, que adora las papas, la ópera y el senderismo.
Para explicar su histórica decisión sobre los migrantes, adoptada sin consultar realmente a sus socios europeos, invocó sus “valores cristianos” y una cierta obligación de ejemplaridad de un país que carga el estigma del Holocausto.
Esta caridad cristiana de Angela Kasner, su apellido de soltera, viene de su padre, un pastor austero que se fue voluntariamente a vivir con toda su familia a la Alemania Oriental comunista y atea para predicar.
“Mi herencia me ha marcado, especialmente el deseo de libertad durante mi vida en la RDA”, dijo en el 30º aniversario de la Reunificación.
Pero el miedo al islam y a los atentados llevó a una parte del electorado conservador a refugiarse en el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que en septiembre de 2017 llegó al Parlamento, rompiendo así un tabú de la posguerra.
“Líder del mundo libre”
No obstante, tras el terremoto Donald Trump y el Brexit, Merkel, que siempre ha asumido su decisión sobre los refugiados, ha sido entronizada por la prensa y muchos políticos como la “líder del mundo libre” ante el ascenso de los populismos.
Barack Obama, uno de los cuatro presidentes estadounidenses que Merkel conoció desde 2005, la describe en sus memorias como una dirigente “fiable, honesta, intelectualmente precisa” y como una “bella persona”.
La “canciller teflón”, que parece inmune a los problemas, es un animal político tan particular como temible, y muchos de sus adversarios la subestimaron.
En el año 2000, se benefició de un escándalo financiero en su partido para hacerse con las riendas de la CDU, adelantando a toda la jerarquía masculina.
El 18 de septiembre de 2005, se impuso por la mínima en las elecciones al canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder. A este primera victoria siguieron otras tres, en 2009, 2013 y 2017.
El 20 de mayo, afirmó que se retiraba de la política con una sola ambición: que no se diga de ella que ha sido “perezosa”.
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