El gas que enriqueció a Países Bajos ha dejado ciudades y pueblos en ruinas. La extracción de este rico recurso en la región de Groningen, en el norte del país, ha provocado miles de terremotos y ha reducido barrios enteros a sitios en construcción que parecen zonas de desastre. Estaba previsto que los trabajos de extracción finalizaran en 2024, pero ahora la guerra en Ucrania puede hacer que esta esperanza se desvanezca.
Canales serpenteantes, un molino de viento clásico y tulipanes en flor. Overschild es como cualquier otro pueblo holandés, hasta que te das la vuelta para mirar las casas.
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Calle tras calle, las casas muestran las cicatrices. Incluso el campanario de la iglesia del siglo XIX presenta una herida en forma de rayo.
Las grietas atraviesan las paredes de piedra y las baldosas del piso, las casas han sido reforzadas y apuntaladas por enormes vigas de madera, un camión de una empresa de construcción está estacionado a la entrada de casi todas las casas.
El 80% de este pueblo debe ser demolido por completo ya que las casas se consideran demasiado inseguras para ser ocupadas.
“Nos han tratado mal. Somos básicamente una colonia de Países Bajos. Se llevan toda la riqueza y apenas recibimos nada a cambio”, declara Coert Fossen, presidente del Groningen Earth Movement.
La extracción de gas ha causado más de 1.000 terremotos desde que Exxon Mobil y Shell comenzaron las perforaciones aprobadas por el gobierno en 1963.
Las últimas estimaciones oficiales encontraron que el Estado holandés había ganado US$442.000millones gracias a este sitio desde 1965.
Mientras cruzamos un puente, Coert nos explica que la extracción de gas de la arenisca ha provocado que la tierra se mueva.
Algunos de los canales que una vez fluían de este a oeste cambiaron de dirección. Incluso se han visto vacas corriendo en busca de refugio cuando se produce un temblor.
Él sonríe, pero me asegura que estas no son solo leyendas urbanas.
Nos acercamos a un nuevo barrio, que brinda alojamiento para cientos de desplazados internos en Países Bajos.
Coert dice que hay cuatro o cinco de estas urbanizaciones temporales en cada pueblo.
“Como las casas de la gente están siendo desmanteladas o reparadas, se mudan aquí. El riesgo es que durante un terremoto sus viviendas podrían colapsar”.
Coert es él mismo una de las cientos de miles de víctimas. En 2012, estaba en su casa cuando la silla en la que estaba sentado comenzó a temblar. Por encima de él, podía escuchar las vigas de madera que sostenían la estructura de su casa crujiendo.
Más de una década después, la extracción no ha cesado y el gobierno holandés ha designado a cientos de hogares como extremadamente inseguros, y los residentes luchan contra un sistema que sienten que ha funcionado en su contra incluso por una compensación básica.
Además de esta batalla, todas las víctimas comparten la misma incredulidad de que se siga extrayendo gas de sus tierras. Quieren saber por qué se antepuso la riqueza de una nación a la salud de sus ciudadanos.
Se lo preguntamos a Hans Vijlbrief, ministro de industrias extractivas.
“Si preguntas cómo podía pasar esto en Países Bajos... la gente no se lo creía. La gente en las altas esferas tenía problemas para creer esto”, admite, refiriéndose a los terremotos iniciales y los daños que causaron en 2012.
“Esto solía ser algo de lo que estábamos muy orgullosos. Fue algo grande. Nos hicimos ricos gracias a ello. Si quieres una explicación de cómo podría suceder esto en este país, creo que aquí está”.
El campo de gas de Groningen está programado para cerrar entre 2023 y 2024.
Pero el conflicto en Ucrania está obligando a los gobiernos a reconsiderar su dependencia del petróleo y el gas rusos.
Junto con el aumento del costo de la energía, existe una creciente presión dentro de Europa para aprovechar las reservas más cerca de casa.
Quienes pensaban que el final estaba a la vista se enfrentan a más incertidumbre.
Muchos residentes quieren garantías de que el cierre planeado seguirá adelante.
Hans Vijlbrief no se las dará.
“Si buscas garantías, deberías ir a un concesionario de autos usados. La presión sobre mí, sobre el gobierno, es enorme… seamos honestos, hay intereses muy grandes que me presionan para que vuelva a abrir el grifo. Por así decirlo, pero no lo haré porque es sencillamente inseguro, es peligroso”.
La antigua casa de Jannie y Bart Schrage no pudo salvarse.
Jannie nos muestra dónde surgieron las grietas en su piso de baldosas, debajo de la ventana delantera, a lo largo de la pared. Los inspectores oficiales no podían garantizar que su casa sobreviviría a otro gran terremoto.
“Nos hizo más viejos. Mucho estrés. Problemas cardíacos... nos han quitado la alegría. Y estamos tratando de ponernos de pie otra vez, pero es difícil porque ves que sucede a tu alrededor una y otra y otra vez”.
Es una historia familiar que hemos escuchado de muchas familias en esta zona. Jannie y Bart nos muestran carpetas llenas de evidencia de las batallas contra un sistema burocrático que sienten que está diseñado para obstaculizar en lugar de ayudar en su búsqueda de compensación.
En muchos casos, la gente ha recurrido a sus propios ahorros para vivir en un hogar seguro.
Esta inseguridad y la batalla interminable por el reconocimiento de sus derechos ha tenido un grave impacto en su salud mental.
Tom Postmas, profesor de psicología social en la Universidad de Groningen, nos contó sobre un estudio reciente que encontró que aproximadamente 16 personas al año mueren prematuramente en esta zona de Groningen debido al estrés causado por los terremotos.
Se descubrió que todos los que mueren antes de tiempo han sufrido daños en sus hogares.
“Hay tanta riqueza por obtener, es como una bonanza, por lo que la gente se siente bastante impotente para detener esto”.
Pero algunas personas que se oponían a cualquier extracción más allá de 2023 han cambiado de opinión debido a la guerra en Ucrania y al aumento de los precios de la energía.
Muchos sienten la presión de aceptar más incertidumbre.
Gerry Bulthuü está alquilando en uno de los vecindarios temporales, esperando que se construya su nueva casa resistente a los terremotos.
“Por un lado, no quieres dejar a la gente en una mala posición, por otro lado, no queremos más terremotos”.
De vuelta en el epicentro, la lucha de Coert Fossen para que se sellen los pozos está alimentada por una sensación de injusticia.
“Me enfurece porque hay un gobierno que permite que las empresas destruyan las casas, las propiedades de las personas y no solo eso sino su forma de vida”.
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