Parado al borde de una sección de bosque totalmente carbonizada en el suroeste de Francia, el veterano bombero Hervé Trentin se secaba las lágrimas de las mejillas.
Era la segunda vez que lloraba esa mañana: “Lo siento”, dijo mientras intentaba serenarse. “Este es nuestro bosque. Es desgarrador verlo arder”.
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Trentin y su pequeño equipo de combatientes del fuego estaban por un área al sur de la ciudad francesa de Burdeos, en la región de Gironda, tratando de anticiparse a un enorme incendio el sábado por la mañana.
Su trabajo consistía en quemar el bosque, crear cortafuegos, una táctica que habían entrenado durante años para dominarla. Era un pequeño grupo de bomberos capaz de hacer ese trabajo en la región.
Pero Trentin también creció ahí y se sentía afectado al quemar su tierra natal.
“Es difícil para mí pensar que no volveré a ver este bosque como era. Tengo 53 años y este bosque necesitará más de 30 años para recuperarse”.
Trentin tiene una hija de 3 años y cuando piensa en el futuro del bosque, también piensa en ella.
“Me pregunto qué pasará”, dijo, mirando hacia las copas de los árboles y más allá hacia el cielo. “No quiero decir que nuestro futuro será como lo que estamos viviendo este verano, pero... quién sabe”.
Los habitantes de Gironda apenas habían tenido tiempo de recuperar el aliento desde el último megaincendio, ocurrido en julio, que quemó más de 20.000 hectáreas en la misma zona.
Ese incendio parecía estar bajo control, pero el calor todavía estaba en la tierra, lo que es llamado “fuego zombi” y que resurge en condiciones secas prolongadas y acelera nuevos incendios.
Trentin también combatió el incendio de julio, pasando hasta 48 horas continuas entre las llamas. “Nunca había visto un incendio tan grande”, dijo. “Recuerdo los grandes incendios en el 91 y el 97, pero no se extendieron tan rápido”.
De alguna manera, el nuevo incendio era peor. La vegetación estaba más seca que nunca. “Incluso las maderas duras se queman como la paja”, explicó. “Usualmente usamos las maderas duras para ayudarnos contra el fuego”.
El sábado por la mañana, el pequeño equipo de especialistas de Trentin estaba quemando secciones de bosque alrededor de varios hogares de familias para protegerlos.
La tarea consiste en quemar secciones para eliminar el material inflamable antes de que lo haga un incendio.
El suelo en Gironda ha estado tan seco que las llamas que crean pueden barrer amplias secciones en segundos y arrancar los troncos de los árboles hasta la altura de la cabeza.
Los bomberos solo pueden hacer este trabajo cuando el viento es bajo, para minimizar el riesgo de que se propaguen sus cortafuegos, pero no pueden controlar el viento.
El pasado martes por la noche, Trentin y su equipo realizaban una quema controlada cerca del pueblo de Hostens cuando el viento se volvió en su contra.
La primera señal fue la sensación de aire fresco pasando por sus piernas, dijo, creando la sensación de una brisa. Era el fuego succionando aire hacia él a medida que se acercaba.
Hay más de 1.000 bomberos franceses ahora en Gironda luchando contra este incendio, asistidos por colegas de varias naciones europeas.
No todos comparten los años de experiencia de Trentin, y para algunos es la primera vez que se enfrentan a un megaincendio que puede moverse más rápido que ellos.
Cuando el nuevo incendio estaba en su apogeo a mediados de la semana pasada, Trentin y su colega Christophe Dubois estaban trabajando en el bosque cuando vieron una bola de fuego que volaba hacia ellos.
“Es como una ola que viene sobre ti, no puedes dejarla atrás”, dijo Dubois. “Tienes que encogerte y tumbarte en el suelo”.
Pero cuatro colegas más jóvenes de Toulouse se quedaron pasmados, de pie. Dubois y un colega se apresuraron a rociarlos con agua y tirarlos al suelo, pero unos segundos fueron demasiado largos y dos resultaron heridos con quemaduras de segundo grado en las piernas y la cara.
“Si no tienes pasión por este trabajo, no puedes hacerlo. Puede que parezcamos tipos duros, pero somos sensibles. Tenemos pasión por el bosque, por la naturaleza. Es doloroso verlo arder y penoso quemar los pinos nosotros mismos para salvarlo”.
Después de una dura mañana creando cortafuegos alrededor de varias casas, Dubois y el equipo regresaron a un campamento base donde hay cientos de bomberos en todo momento.
Entre los miembros del equipo hay décadas de experiencia realizando incendios controlados.
Mientras comían, hablaron sobre el ritmo al que habían perdido terreno debido al incendio la semana pasada: alrededor de 2.500 hectáreas en una sola noche.
“He sido bombero durante 40 años y nunca había visto un incendio así”, dijo Jean-Pierre Le Cunff, jefe de bomberos tácticos de la región de Haute-Garonne, que tiene dos hijos en el equipo.
“Estamos esperando la lluvia, la nieve, el invierno, o a Dios”, dijo.
Para ellos no hay duda de que el clima está cambiando para peor.
“Hablamos del calentamiento global, por supuesto”, dijo Le Cunff. “Lo vemos, lo sentimos. Este año es llamativo. En las montañas ya no hay glaciar, todo está seco, los rebaños no tienen qué comer”.
Después del almuerzo, el equipo fue llamado a un área de bosque en las afueras de Belin-Beliet, un pueblo abandonado que sufrió graves incendios en julio y nuevamente en agosto. Generaron un gran incendio táctico a solo unos 25 metros de una casa para protegerla.
Los bomberos ya le habían dicho a Claudie Decourneau que se fuera de casa cuando el incendio de julio trajo grandes llamas cerca de su propiedad, pero ella se negó.
El sábado, se puso de pie y observó cómo quemaban aún más de su tierra, donde cría ganado para vivir y vende su madera.
“No quiero dejar a mis animales y me siento más útil aquí porque puedo estar atenta a nuevos incendios”, dijo Decourneau. Pero lloró al ver a Trentin, Dubois y el equipo quemar la tierra.
El viernes, su corriente eléctrica falló. “Tengo miedo de perderlo todo”, dijo. “No nos rendiremos, pero es muy duro. Los pinos tardan muchos años en crecer”.
El calor era feroz mientras ardía la tierra de Ducournaau.
Cuando las llamas tocaron los árboles, los bomberos se movieron rápidamente para apagarlos, pero el área quedó completamente carbonizada. El rico bosque quedó reducido a un páramo.
Cuando se acabó el fuego y el aire se llenó de humo, los bomberos regresaron a sus camiones y la conversación se centró en la noche que se avecinaba.
Se pronosticó una tormenta: fuertes vientos, tal vez relámpagos, pero poca lluvia.
“Es aterrador”, dijo Trentin. “No sabemos si habrá lluvia. Si hay viento y relámpagos, el fuego empeorará”.
Se pronosticaba que la tormenta llegaría alrededor de la medianoche. Alrededor de las 11 de la noche, comenzaron los relámpagos y los truenos, pero también cayó la esperada lluvia.
Texto y fotos de Joel Gunter. Con la colaboración de Baptiste Charbonne.
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