Cuando navegaba en el crepúsculo hacia la isla de Icaria, en el norte del mar Egeo, con sus escarpados picos que se elevan de la angosta orilla rocosa, noté que el titilar de luces emanando de las casas no estaban principalmente a lo largo de la costa, como es el caso en la mayoría de las islas griegas, pero estaban predominantemente desparramadas en las montañas detrás. Me pregunté: ¿por qué los habitantes harían la vida más difícil optando por vivir en las empinadas laderas, lejos del parejo suelo cerca del mar?
Pronto me enteré de que el mar fue tanto la bendición como la maldición de Icaria. Le permitió a la isla difundir su reputación por el excelente -y potente- vino pramniano, y comerciar su preciado producto por toda la Grecia Antigua, junto con aceitunas y miel. Pero el mar también trajo piratas, atraídos por su muy valorada producción y la prosperidad que le brindaba.
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Icaria no fue la única isla en Grecia en estar asediada por piratas, pero sufrió la complicación adicional de un ciclo interminable de regímenes. El Imperio Persa, la asociación de ciudades-estado griegas Liga de Delos, los romanos, el Imperio Bizantino, la República de Génova y los Caballeros de St. John todos ejercieron variada influencia sobre Icaria entre 500 a. C. y 1521 d. C., cuando Icaria cayó firmemente bajo dominio del Imperio Otomano, donde permanecería durante más de tres siglos.
Pero, debido a su geografía, la isla siempre fue un puesto fronterizo de cualquier territorio al que correspondía, y períodos regulares de inestabilidad, acompañados de una costa pobremente vigilada, permitió que la piratería prosperara.
Aunque los primeros informes de piratería en Icaria se dieron en el siglo I a. C., fue un fenómeno más o menos desenfrenado durante el régimen romano (finales del siglo III a. C. a el siglo V d. C.) y el régimen bizantino (siglo V al XII d. C.). Luego, con la llegada de los genoveses en el siglo XIV, los icarios recurrieron a la destrucción de sus propios puertos para disuadir a los invasores. Pero incluso esa acción no fue suficiente.
Con escasos recursos para repeler a sus agresores, los isleños decidieron asumir el reto. Se retiraron hacia lo profundo del interior montañoso, haciendo hasta lo imposible para convencer a cualquiera que estuviera navegando frente a Icaria de que estaba desierta, construyendo comunidades que eran aparentemente invisibles, por lo menos antes de la luz eléctrica. Fue por esta elaborada y audaz estrategia, practicada por los isleños durante varios siglos, que llegué para aprender más al respecto.
Conocí a Eleni Mazari en su oficina en el puerto norteño de Evdilos. Mazari dirige una empresa inmobiliaria, pero la pared a la entrada apuntaba a su otra pasión de toda la vida: la historia de Icaria. Aquí había repisas llenas de maquetas con el tipo de casas que los isleños de antaño construyeron, conocidas comúnmente como “casas antipiratas”.
Estas viviendas de piedra de baja altura incorporaban las características naturales del paisaje, como rocas, peñascos sobresalientes y matorrales. Grandes rocas, que estaban desparramadas en las altas laderas de las montañas, usualmente formaban gran parte de las paredes y techos, mientras que las otras paredes estaban hechas de piedras secas. La distribución era sencilla, las casas no tenían mucho más que una puerta y un fogón, ya que los isleños pasaban la mayor parte del tiempo afuera.
“Fue un cambio total al tipo de estructura que la mayoría de la gente asocia con Grecia”, dijo Mazari, que ha estado fascinada por las casas antipiratas durante años, fotografiándolas y coleccionando toda la literatura disponible al respecto.
“La edad de los grandes templos había terminado. Los icarios estaban construyendo casas diseñadas para que nadie las viera, y para hacerlo tuvieron que adentrarse en las alturas agrestes donde no podían ser observados desde el mar. Habría muchas ocasiones, desde el período romano en adelante, en la que se escondieron temporalmente de los invasores en las montañas, así que la posibilidad de hacerlo siempre estaba en sus mentes de ser necesario”.
Fue la incorporación de Icaria al Imperio Otomano lo que persuadió a los icarios a cambiar por completo las costas por los peñascos. Los otomanos procedieron a regir Icaria descuidadamente, permitiendo a una oleada de piratería interrumpir o disuadir el comercio marítimo de otros estados. Las opciones que tenían los icarios eran limitadas: huir, con escasos medios a su disposición, a una muerte casi segura; abandonar la isla hacia lugares más seguros; o buscar santuario bajo el amparo de las montañas.
Esta vez, sin embargo, sería un traslado a largo plazo. Los isleños esconderían su sociedad en las cimas rocosas más altas de las montañas Aetheras durante los siguientes 300 años. Este período se denominó la piratiki epochi (“la era pirata”), con sus primeros años conocidos reveladoramente como el “siglo de la oscuridad”.
“Fue una sociedad autosuficiente, debido a sus patios, su estrechas terrazas donde cultivaban las vides, aceitunas, criaban cabras, producían miel”, explicó Mazari. “Los icarios siempre han estado acostumbrados a crear algo con muy poco. Así que, para lo que a los extranjeros les parecía como una tierra montañosa inhabitable no era lo mismo para nuestros ancestros. Si las casas podían permanecer invisibles para los piratas, valía la pena mudarse”.
Mientras conducía a la costa norte de la isla y miraba hacia los que se conoce afectuosamente como el “viejo oeste” de Icaria, me pareció que el interior rocoso de la isla sería difícilmente habitable aún en la actualidad. El terreno es árido, rocoso y virtualmente desértico; las laderas se inclinan tan agudamente hacia el mar que apenas había suficiente terreno nivelado para abrir espacio para una casa o para que una carretera se retorciera por el borde.
Mi destino era Lagkada, el lugar a donde muchos icarios decidieron retirarse. Este refugio en las alturas es un lugar sagrado en el corazón de los isleños: sin él, la población muy probablemente se habría extinguido. El camino era demasiado empinado y destapado para intentar llegar en auto, así que caminé por un espeluznante sendero que se enroscaba por el borde escarpado hasta llegar a un frondoso valle que nunca se hubiera podido detectar desde abajo.
Aquí, aún sin una señal que lo indicara, y todavía escondida detrás de los olivos y rocas con formas surrealistas, estaba la cuna de la civilización antipiratas de Icaria.
A pesar de saber que había numerosas casas antipiratas en los alrededores, deambulé el valle de arriba a abajo durante varias horas y no vi una sola. Fue sólo tras una inspección final del valle desde las alturas que atisbé una apertura en una roca demasiado angular para ser producida naturalmente. Había descubierto la antigua cárcel de la comunidad.
El esfuerzo que me costó (no hay vallas con información u opciones de visitas guiadas) me hizo apreciar lo expertos que eran los isleños en la construcción de viviendas que se confundían perfectamente en la naturaleza. La vida debió ser dura para ellos, constantemente bajo amenaza de una ataque pirata y sabiendo que camuflarse en este territorio agreste era su única defensa.
Mi siguiente parada fue más adentro, en los viñedos de la familia Afianes. Además de ser productores de uno de los mejores vinos de Icaria, el dueño Nikos y su hija Eftychia son considerados como unos expertos en la historia de la isla. Y accedieron mostrarme la casa antipiratas en su propiedad.
“En Icaria no tenemos escasez de rocas grandes”, sonrió Eftychia, explicando que esas rocas determinaban la ubicación y aspecto de la mayoría de las casas antipiratas. “Las rocas hacen tanta parte de la estructura de la casa como lo permite su forma, una o dos paredes o tal vez, si la roca tiene un colgante, un techo. Si el terreno era muy empinado para crear un lote plano, como lo solía ser, la gente se esforzaba para escarbar la roca de la tierra para crear una terraza nivelada”.
Añadió que, tradicionalmente siempre se construía hacia el fondo de la roca, in dirección de la tierra, para que la estructura no pudiera detectarse desde el mar. “Y como las rocas más útiles están naturalmente dispersas, las comunidades también lo fueron, lo que significaba que había menos probabilidad de ser descubiertos si los piratas invadían”, dijo.
Entramos en la casa antipiratas, usada ahora para almacenar vino. Las gruesas paredes, explicó Nikos, hubieran garantizado que se mantuviera fresca durante los veranos calientes y retuviera el calor durante el invierno.
Los lugareños hicieron esfuerzos adicionales para hacer sus asentamientos invisibles a los forasteros. “La estructura era baja, de un solo piso, más baja que la altura máxima de la roca”, señalo Eftychia. Además, las casas no tenían chimenea para evitar formar columnas de humo delatoras. En cambio, cuando usaban el fogón, sacaban una piedra a cada lado de las paredes que no tenían argamasa para que el humo se disipara sutilmente. La gente sólo interactuaba durante la noche. Según Mazari, durante la era pirata, ni perros tenían por miedo a que sus ladridos alertaran a los invasores.
Las casas antipiratas pudieron haber sido construidas como lugares de retiro de emergencia, pero tuvieron un efecto duradero en la sociedad icaria, mucho después de que los buques de guerra enviados por Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Rusia finalmente puso fin a la actividad corsaria en el Egeo en la década de 1820.
La tendencia de las aldeas a continuar estando apartadas y basadas en las montañas, y de que los isleños disfruten estar despiertos hasta altas horas de la noche, se atribuye a la era pirata. Hasta los lugares de culto construidos en el estilo antipiratas sobreviven, como la capilla Theoskepasti, que dramática y estrechamente yace en una saliente de una roca cerca de Evdilos.
En cuanto a Lagkada, aunque parecería que lo que en su época fue el centro vital de la era pirata estuviera ahora abandonado, eso no es del todo cierto.
“Todavía hay por lo menos un hombre viviendo allí permanentemente”, afirmó Nikos. “Su familia nunca se fue. La mayoría de nosotros sólo lo vemos cuando vamos al panigýri [festival] de Lagkada, que él organiza. El resto del año, debe vivir rodeado de fantasmas”.
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