Nadie sabe exactamente cuántos son. Las estimaciones varían entre 150.000 y 300.000. Pero poco importa el número, sino quiénes son esos emigrantes que partieron de Rusia desde que comenzó la guerra y que llegan de a miles a Georgia, Turquía y Europa occidental. Se trata de una diáspora de intelectuales, artistas, periodistas, científicos y profesores. Todos muy jóvenes, educados, politizados y activos que, abandonando su país natal, lo están dejando sin un recurso imprescindible para su futuro: los cerebros.
“Antes de que Putin lanzara esta guerra, como artista y como ciudadana, yo trataba en Moscú de consagrarme con energía a convencer a la gente de que necesitábamos más responsabilidad individual, que había que participar más en la vida política del país. Pero a los rusos no les interesa nada de eso”, explica Anna por teléfono desde el barrio berlinés de Mitte, donde trata de comenzar una nueva vida como artista plástica.
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“Ante la invasión de Ucrania, una parte de mi no comprendía lo que sucedía. Pero la otra veía bien que se trataba de la consecuencia lógica de lo que Putin ha hecho durante estos 20 años. Nuestro país se ha vuelto más militarista. Mi abuelo y sus familiares decían que nunca más debía haber una guerra. Y el lema en las conmemoraciones de la Segunda Guerra Mundial era: ‘Nunca más’. Pero Putin transformó ese mensaje en ‘podemos repetirlo’. Lo que es absolutamente insensato”, se lamenta.
“Cuando la guerra comenzó, decidí irme de Rusia lo antes posible. El 5 de marzo estaba en un avión”, dice a su vez Evgueni, un programador de 28 años, desde Estambul. Como él, ya son más de 100.000 los profesionales del sector high-tech ruso -informáticos, analistas, dueños de startups o de grupos más importantes-, que decidieron darle la espalda a Moscú. Una fuga de cerebros que no solo tendrá consecuencias desastrosas para esa industria en Rusia, sino también -a largo plazo- sobre toda la economía del país.
Los actores del sector confirman esa partida masiva.
“Estimamos entre 100.000 y 150.000 el número de informáticos que dejaron Rusia después del 24 de febrero, día de la invasión”, afirma Alexey Suhorukov, cofundador de IT-Academy, agencia especializada en los empleos tecnológicos.
La situación es tan inquietante que el mismo Vladimir Putin se vio obligado a evocarla el 18 de julio, durante una reunión retransmitida por televisión. Denunciando el bloqueo “casi total” de acceso a las tecnologías occidentales, el presidente ruso reconoció que el país enfrentaba “dificultades colosales” e intentó tranquilizar a la población afirmando que las autoridades buscaban activamente soluciones.
El gobierno ruso intenta, en efecto, desde hace meses conservar sus talentos ofreciéndoles reducción de impuestos, préstamos a tasas reducidas e incluso dispensas para el servicio militar.
“La patria les ha dado todo lo que necesitan para hacer su trabajo. Ustedes podrán trabajar en forma perenne para su país, su empresa, ganar un salario normal y vivir aquí confortablemente”, declaró Mijail Mishustin, primer ministro ruso, tratando de convencer a los intelectuales en los sectores tecnológicos de no dejar el país.
Para Suhorukov -también expatriado en Chipre- más allá de las razones ideológicas y emocionales, el éxodo se explica también justamente por razones materiales:
“La mitad del personal informático de la Federación de Rusia trabajaba hasta febrero para clientes extranjeros. Pero esas empresas no pueden pagar ahora a sus empleados debido a las sanciones que afectan al sector bancario. Para continuar cobrando sus salarios, muchos prefirieron emigrar y abrir cuentas en el extranjero”, explica.
La tranquilidad de conservar un puesto o de hallar otro fácilmente es un factor clave para la emigración en ese sector. Un terreno en el cual el dominio de las lenguas locales no es un requisito obligatorio.
Emigrar a Israel
“No hablar hebreo no es un freno para encontrar un puesto”, explica Yulia, que decidió instalarse en Israel.
Ventaja suplementaria: tratándose en general de gente muy joven, los candidatos al exilio suelen tener muchas menos obligaciones familiares.
“La mayoría de esos profesionales de alto nivel viven hoy en Chipre, en los países Bálticos, Turquía, los Emiratos, Armenia y Georgia”, enumera Suhorukov. En Israel, ya son más de 5000 los jóvenes que obtuvieron la ciudadanía gracias a la llamada “ley del retorno”. Y cuando no pueden beneficiarse con ella, muchos consiguen fácilmente una visa de trabajo si la empresa que los emplea está instalada en el país.
¿Acaso ese éxodo de cerebros podría explicar la reciente amenaza de Putin de cerrar las oficinas de la Agencia Judía israelí de Moscú, a pesar de que ese país tuvo buen cuidado hasta ahora en no aplicar las sanciones occidentales o tomar posiciones demasiado claras en el conflicto?
“Es verdad que la partida de los judíos rusos es una muy mala noticia para Putin, profundamente preocupado por la fuga de cerebros. La Agencia Judía registra en este momento 1000 solicitudes de emigración por día. Unos 35.000 rusos judíos esperan partir. Pero, por otro lado, Moscú reprocha a Tel Aviv no ser mucho más claro en cuanto al conflicto”, explica la historiadora y sovietóloga Françoise Thom.
A su juicio, existe además una razón más profunda para explicar la decisión de Putin.
“Rusia está cerrando todas las estructuras y organizaciones que pueden servir de interface con el mundo exterior. La Agencia Judía era una de las últimas que subsistían en territorio ruso. Estamos, en realidad, ante una nueva manifestación de la lógica de autodestrucción que caracteriza hoy a la Rusia putiniana: torpedea Gazprom prohibiéndole exportar, destruye sus fuerzas armadas infligiéndoles una guerra de desgaste sin fin, y ahora sabotea la relación con Israel, que supo ser extremadamente fructífera, incluso en el terreno de las tecnologías militares”, explica Thom. “En ese proceso de autodemolición, es fácil entender las razones que llevan a la juventud más educada a partir del país”, concluye.
Los millonarios
En todo caso, los jóvenes cerebros no son los únicos que abandonan a Putin. Hay otro sector de la sociedad que decidió rápidamente imitarlos: los más ricos.
Cerca de 15% de los rusos propietarios de más de un millón de dólares en activos listos para ser utilizados migrarían antes de fin de año, según predicciones de Henley & Partners, una sociedad basada en Londres que trabaja como intermediaria entre los superricos y los países que venden sus ciudadanías. Según el periódico The Guardian, esa franja representa más de 15.000 millonarios.
¿Dónde van a radicarse esos rusos adinerados, que antes lo hacían en Gran Bretaña y Estados Unidos?
“Ambos países han sido destronados por los Emiratos Árabes Unidos, que este año ocuparía el primer puesto: unas 4000 personas. Les siguen Australia (3500), Singapur (2800) e Israel (2500)”, confirma Andrew Amoils, responsable de investigación en New World Wealth.
La actual ola de emigración tiene un eslogan: Poka Putin zhiv (“Mientras Putin esté vivo”). Nadie sabe cuánto durará eso, aunque el tiempo juega en favor de los emigrados. Casi todos tienen entre 20 y 30 años, mientras que el presidente ruso cumplirá 70 este año. No obstante, a pesar de su optimismo, ninguno puede asegurar que algún día regresará. Tampoco pueden saber cómo será Rusia después de la guerra. Como bien lo resumió el joven Dziadko, un exestudiante ruso emigrado a la revista The Economist: “Nadie sabe dónde vamos a aterrizar, porque todavía estamos volando”.
Por Luisa Corradini
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