El nacimiento de la República Popular del Donetsk se puede rastrear ocho o nueve años atrás. A fines del 2013, el presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, se opuso a buena parte del sentimiento popular que buscaba la integración a la Unión Europea, provocando el Euromaidán, nombre que llevan las protestas violentas que terminaron en febrero del 2014 con la renuncia de Yanukóvich.
La respuesta vino del Donbás, específicamente de Lugansk y Donetsk, zonas que hoy por hoy son el centro de la guerra entre Rusia y Ucrania. No es gratuito que, en febrero de este año, Moscú reconociera su independencia justamente pocos días antes de la invasión a territorio ucraniano.
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El Financiero recuerda: “En abril del 2014, los rebeldes respaldados por Rusia tomaron edificios gubernamentales en las regiones de Donetsk y Lugansk, proclamaron la creación de ‘repúblicas populares’ y lucharon contra las tropas ucranianas y los batallones de voluntarios”.
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Se trata de una zona de gran importancia para Rusia. Tanto es así que, días antes de iniciar la guerra, destacó tropas so pretexto de mantener la paz, más allá de cifras como los 140 mil muertos desde el 2014 en dicha zona hasta antes del presente conflicto armado.
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Una región rebelde
El Donbás se divide en dos unidades administrativas u oblast: Donetsk y Lugansk. Su importancia, dice “El País”, es su salida al Mar Negro, “cuyas aguas permiten el acceso al Mediterráneo”.
Antes de ser Donetsk, se llamó Stalino y se destacó por ser uno de los “principales centros metalúrgicos de Ucrania” que, hasta febrero de este año, contaba con una población de 2 millones.
Y que no resulten curiosos los vínculos del lugar con Rusia: según la agencia EFE, esto se explica con la gran migración de trabajadores rusos que llegaron tras la Segunda Guerra Mundial. Luego, ya en el 2014, los ciudadanos organizaron un referéndum y declararon su independencia, a pesar de que la comunidad internacional rechazó dicho estatus.
Rusia evitó pronunciarse sobre el asunto por ocho años, aunque seguía respaldando con armas y dinero a los separatistas. Incluso, recuerda “El País”, concedió “la nacionalidad rusa a más de 700.000 de sus habitantes rusohablantes”: la protección a su pueblo fue la excusa perfecta para la intervención militar.
A pesar de que se firmó un acuerdo de paz en el 2015 -que, además, les dio a un “estatus especial”-, el total alto al fuego jamás sucedió.
Actualmente, el líder de Donetsk -reconocida como república por Rusia, Osetia del Sur, Bielorrusia, Siria y Nicaragua- es Denis Pushilin, quien desde diciembre del año pasado declaraba que existían altas probabilidades de “la reanudación de acciones militares a gran escala”.
En las últimas semanas, también Pushilin criticó a la resistencia de la acería Azovstal, tildándolos de nazis; y anunció que quiere convertir partes de la destruida Mariúpol en un resort.
Estas noticias llegan cuando el Tribunal Supremo de Donetsk acaba de condenar “a muerte a dos prisioneros británicos de nombres Shaun Pinner y Aiden Aslin y al marroquí Braguim Saadun, acusados de ser mercenarios del Ejército ucraniano y luchar en contra de las tropas rusas”.
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