En un andén de la región ucraniana de Donetsk, Ania Dvorianinova espera con paciencia un tren al que nunca querría haber subido.
La mujer de 35 años se prepara para huir con sus hijos del avance del ejército ruso cerca de Pokrovsk, una ciudad estratégica del frente oriental que Moscú quiere conquistar.
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Irse significa alejarse de los combates y la esperanza de una vida mejor. Pero también dejar “su casa”, explica la ucraniana a la AFP.
“Nací aquí, crecí aquí, me casé aquí, me divorcié, tuve a mis hijos”, recita Ania intentando contener las lágrimas. “No quiero irme porque es mi querido Donbás”.
Esta cuenca minera en el este de Ucrania es escenario de combates entre Kiev y rebeldes prorrusos desde hace una década, antes incluso de la invasión lanzada por Moscú en febrero de 2022.
A pesar del embate de las tropas rusas, Ania retrasó su marcha el máximo tiempo posible, con la esperanza de que “alguna cosa mejorara”.
“Pero hasta ahora, nada ha cambiado. Y hemos decidido partir”, explica.
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“Da miedo”
Con sus pertenencias empacadas en bolsas o grandes maletas, otros ucranianos también resignados a partir esperan en el andén bajo el sol de final de verano. Es imposible saber cuándo volverán, o si podrán hacerlo.
“Espero que podamos regresar y reconstruir”, confía Klavdia Skupeiko.
Esta sexagenaria de mechas blancas vivía en Selídove, una pequeña ciudad situada a unos 20 kilómetros de Pokrovsk. Sus calles estaban ahora vacías por los constantes bombardeos, explica.
Las tropas rusas se acercan. El miércoles reivindicaron la conquista de la aldea de Komishivka, a unos 10 km en línea recta.
“Da miedo”, asegura Skupeiko, quien ya apenas podía conciliar el sueño por las noches.
Los bombardeos destruyeron la escuela de Maksim Starovski, de 16 años, que desde entonces continúa sus clases en línea.
“Me preocupa porque necesito una educación para el futuro”, dice a la AFP.
Cuando el tren llega a la estación, hay que encajar perros, gatos y el aparatoso equipaje en los estrechos compartimentos del convoy.
El destino de estos desplazados suelen ser municipios más al oeste. El peligro es menor que cerca del frente, pero nadie está a salvo de los bombardeos rusos que castigan todo el país.
Con el tren ya en marcha, algunos pasajeros se despiden de los familiares que se quedan en el andén, con la mano o con un beso lanzado al aire.
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Esperanza en el regreso
En los últimos meses, la progresión del ejército ruso en el frente oriental ha convertido muchos municipios en pueblos fantasma.
Es el caso de Mirnograd, unos 10 km al este de Pokrovsk. Vehículos repletos de maletas abandonan esta ciudad entre calles silenciosas y flanqueadas de edificios destrozados.
Quedan “muy pocas personas”, en su mayoría ancianos, asegura Kiril Kozoriz, un habitante de 32 años que ayuda a evacuar a los últimos resistentes.
“Hay bombardeos muy a menudo, los drones sobrevuelan” la ciudad, dice este hombre frente a filas de tiendas vacías.
Kiril pasó toda su vida en Mirnograd, donde posee varios negocios. Sabía que su ciudad ya no era segura, pero “no llegaba a creer” que algún día debería abandonarla.
“Seré sincero con ustedes, a veces se me saltan las lágrimas”, dice a la AFP. El hombre siente “escalofríos” al imaginar Mirnograd destruida, como tantos municipios en el este de Ucrania.
Se acuerda de Bajmut o de Avdivka, dos grandes ciudades de la región conquistadas por las tropas rusas en mayo de 2023 y febrero de 2024 tras haber sido prácticamente arrasadas por los bombardeos.
“No me puedo imaginar que esto ocurra con nuestra ciudad”, afirma.
Su madre, refugiada temporalmente lejos del frente, se opone a que se lleve todos los enseres de su casa, convencida de que pronto estará de vuelta y que “todo irán bien”.
Nadejda y Andrei Levchenko, una pareja de unos 50 años que se va de Mirnograd, comparte ese deseo. Atrás dejan su “sueño” de juventud, una tienda de relojes que dirigen con orgullos desde los 1990.
Con cuidado embalan las piezas que exponían hasta hace poco en sus vitrinas de cristal. Cuando terminan de recoger, bajan la persiana y se suben a su coche.
Su destino, como el de su comercio, es “desconocido”, estima Nadejda, quien explica que hizo sus maletas con el aterrador zumbido de los drones de fondo.
La pareja no tiene plan, pero sí una ambición: volver a su tienda. “Creemos en ello”, asegura Nadejda cuyo nombre, en ruso, significa esperanza.
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