Reino Unido celebra esta semana los 70 años en el trono de Isabel II, quien se ha convertido en la piedra angular de la nación y en una pieza sólida e inamovible frente a las transformaciones radicales vividas por el país en estas siete décadas.
“El cambio se ha convertido en una constante, gestionarlo se ha hecho una disciplina en expansión”, declaró en 2002 la monarca durante el discurso con motivos de los festejos por su Jubileo de Oro, donde admitió que se consideraba la guía del país a través de tiempos turbulentos.
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¿Cuáles han sido esas transformaciones que Isabel II ha afrontado y que ha logrado sortear en su largo reinado?
Aquí analizamos algunas de ellas.
En 1953, con solo 27 años, la monarca fue coronada y presentada al mundo como un nuevo comienzo para un reino empobrecido y que veía como su Imperio se deshacía después de los estragos de la II Guerra Mundial.
“Ya no somos un poder imperial, hemos llegado a un acuerdo con lo que esto significa para nosotros y para nuestras relaciones con el resto del mundo”, admitió, mientras daba su respaldo a la consolidación de la Commonwealth of Nations (Mancomunidad de Naciones), organización que unió a Reino Unido con sus antiguas colonias.
“La Commonwealth no se parece a los imperios del pasado”, explicó la reina en su mensaje de Navidad en 1953.
“Es una concepción completamente nueva, construida sobre las más altas cualidades del espíritu del hombre: la amistad, la lealtad y el deseo de libertad y paz”.
Con estas palabras Isabel II reconoció que la monarquía y el país necesitaban adaptarse a las sensibilidades de la posguerra y asumir el declive del colonialismo.
Pese a que su momento hubo quienes vieron en la organización la certificación del declive de la influencia británica en el mundo, Isabel II mantuvo su entusiasmo por este foro internacional. “A esta nueva concepción de una asociación igualitaria de naciones y razas me entregaré en cuerpo y alma todos los días de mi vida”, prometió.
Sin embargo, sus primeros años también coincidieron con las tensiones sociales provocadas por la llegada de inmigrantes de las antiguas colonias a Reino Unido.
Durante la década de los años 70, la reina además de jefa de Estado y de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, asumió el rol de “consoladora en jefe” de los británicos ante los problemas que afrontaban.
Sólo en 1974, Reino Unido se sumergió en una ola inflacionaria, en un momento de inestabilidad política que provocó dos elecciones generales y además vivió una sangrienta campaña de atentados ejecutados por el grupo terrorista Ejército Republicano Irlandés (IRA).
“Escuchamos mucho sobre nuestros problemas, sobre discordia y la incertidumbre sobre nuestro futuro”, dijo. “Mi mensaje de hoy es de aliento y esperanza”.
Frente a una sociedad polarizada y fracturada por la violencia y la crisis económica, la soberana buscó que sus palabras y acciones fueran vistas por los británicos como neutrales e imparciales. Aunque también recurrió a su fe cristiana para alentar a sus súbditos a encontrar el bien.
“La buena voluntad es mejor que el resentimiento, la tolerancia es mejor que la venganza, la compasión es mejor que la ira”, dijo.
Con la caída del Muro de Berlín en 1989, Isabel II consideró oportuno recordar a sus súbditos sus responsabilidades frente a estos históricos cambios y advertirles sobre los peligros de caer en el triunfalismo.
“Nosotros, que decimos ser del mundo libre, debemos examinar qué entendemos realmente por libertad y cómo podemos ayudar a garantizar que, una vez establecida, esté allí para quedarse”, dijo en un discurso ese año.
En 1992 Isabel II vio como el aniversario de sus cuatro décadas en el trono fue manchado por el naufragio de los matrimonios de dos de sus hijos, tras soportar durante meses el bochorno que supuso que sus infidelidades fueran ventiladas por la prensa sensacionalista.
Y como si esto no fuera suficiente también debió afrontar el incendio que redujo a cenizas parte del castillo de Windsor, su residencia habitual a las afueras de Londres.
Con estos hechos a cuestas no debería sorprender que la monarca calificara a este período como “annus horribilis”. Sin embargo, la reina trató de mantenerse alejada de la refriega e ignorar los titulares de la prensa.
“La distancia”, reflexionó la reina, puede “prestar una dimensión extra al juicio, dándole una chispa de moderación y compasión, incluso de sabiduría, que a veces falta en las reacciones de aquellos cuya tarea en la vida es ofrecer opiniones instantáneas”.
Sin embargo, su mayor reto estaba aún por venir. La muerte de la princesa Diana, quien fuera la esposa de su hijo mayor y heredero al trono, Carlos de Inglaterra, en un accidente automovilístico ocurrido en Paris (Francia) en 1997 desató una oleada de críticas por el silencio e inacción de la familia real ante el suceso.
Muchos de estos ataques fueron dirigidos contra la reina en persona, pues amplios sectores de la sociedad británica demandaron que se sumara al dolor que embargaba al país.
Inicialmente la monarca y su círculo más cercano permaneció en su residencia escocesa de Balmoral, donde tradicionalmente veranea.
Isabel II ignoró los llamados, algunos provenientes del propio gobierno del entonces primer ministro Tony Blair, para que se dirigiera al país. Seis días después de la muerte de la llamada “princesa del pueblo”, regresó a Londres y habló en vivo a la nación, vestida de negro fúnebre.
“Como su reina y abuela, lo digo de corazón (…) Esta semana en Balmoral, todos hemos estado tratando de ayudar a (los príncipes) Guillermo y Enrique a aceptar la devastadora pérdida que ellos y el resto de nosotros hemos sufrido”, dijo, siendo la primera vez en su reinado que se permitió unir sus dos roles: el público de monarca y el privado de abuela.
Sin embargo, incluso en ese inusual discurso en la víspera del multitudinario y mediático funeral de Diana, la reina mantuvo una distancia emocional, fiel a su convicción de cómo debe comportarse un monarca.
La decisión suponía un riesgo, debido a que la flemática sociedad británica cada vez más comenzaba equiparar autenticidad con exteriorizar sentimientos.
No obstante, la soberana parece haber ganado la apuesta, pues para su Jubileo de Diamante en 2012 ocupaba una posición inexpugnable en los corazones de la nación, una situación que no ha cambiado en estos últimos años.
Hoy 81% de los británicos tienen una opinión favorable de Isabel II, según la más reciente encuesta de Yougov.
Pese a los cambios y escándalos que han salpicado a la institución, en ningún momento de su largo reinado el republicanismo ha atraído un apoyo popular significativo en Reino Unido.
El futuro de la Corona parece asegurado, pues los mismos sondeos revelan que seis de cada diez habitantes de las islas (62%) consideran que la monarquía es la mejor forma de Gobierno.
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