Una desconocida enfermedad mortal, una comunidad perseguida por un invasor despiadado y unos valientes médicos y religiosos.
La anterior parece la lista de ingredientes de una película de Hollywood, pero forman parte de un episodio no muy conocido de la II Guerra Mundial y del que este año se conmemorarán ocho décadas.
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Todo ocurrió en Roma a finales de 1943, cuando las tropas de la Alemania nazi tomaron la capital italiana tras el derrocamiento de su aliado, el fascista Benito Mussolini, a manos de un grupo de militares, empresarios y políticos.
Luego de hacerse con la “ciudad eterna”, los soldados de Adolfo Hitler iniciaron una cacería contra la comunidad judía de la urbe, que hasta entonces se había salvado del brutal persecución y aniquilamiento registrada en otras zonas de Europa.
Para evitar ser deportados a los temidos campos de concentración, de los cuales habían comenzado a llegar informaciones, muchos judíos se refugiaron con vecinos, pero sobre todo en iglesias, monasterios, conventos y hasta en hospitales administrados por la Iglesia Católica.
En uno de esos centros de salud, tres médicos acogieron a decenas de personas y las diagnosticaron con una terrible y mortal enfermedad, de la cual nadie había oído hablar. Y no podía ser distinto, porque la dolencia jamás existió.
El 16 de octubre de 1943 la capital italiana se despertó sobresaltada. Los soldados alemanes se lanzaron sobre el gueto judío, a solo tres kilómetros de distancia del Vaticano; y comenzaron a apresar a hombres, mujeres y niños, capturando a más de un millar.
Algunos afortunados lograron escapar y llegaron al hospital San Juan Calibita, conocido por los romanos como Fatebenefratelli (Haz el bien hermano, en español).
El centro, de 437 años de antigüedad y que pertenece a la Santa Sede, se ubica en una pequeña isla en el medio del río Tíber y desde él ve la Gran Sinagoga de la capital italiana y lo que fue el gueto judío.
Los nazis no tardaron en llegar al hospital para continuar con su cacería. El entonces director del hospital, Giovanni Borromeo, un ferviente católico con buenos contactos en la Santa Sede, los recibió y se ofreció a mostrarles el recinto a los uniformados.
Sin embargo, al llegar a una sala les advirtió que allí había personas aisladas por presentar los síntomas de una extraña y peligrosa enfermedad que apenas estaban investigando.
Borromeo le dijo a los alemanes que se trataba del síndrome K, una dolencia que describió como altamente contagiosa que afectaba el sistema neurológico y acarreaba la muerte.
“Lo llamamos K por el comandante (Albert) Kesselring (responsable de la ocupación de Italia): los nazis pensaron que era cáncer o tuberculosis y huyeron como conejos”, afirmó el médico Vittorio Sacerdoti a la BBC en 2004.
Sacerdoti fue, junto a Borromeo y el también médico y antifascista italiano Adriano Ossicini, autor intelectual del engaño que permitió salvar de una muerte segura a decenas de judíos.
Este médico, quien era judío de origen fue contratado por Borromeo para trabajar en el hospital romano, pese a que las leyes raciales aprobadas por Mussolini a finales de los años 30 proscribían esto.
También hay versiones que aseguran que la K con la que fue bautizada la enfermedad ficticia era también por Herbert Kappler, jefe de las temidas SS en Roma, aunque otros expertos ofrecen unas explicaciones distintas.
“A la enfermedad la bautizaron síndrome K para que hacer una aproximación a la enfermedad de Koch (la tuberculosis) que estaba causando muchos problemas a las tropas de Hitler en Hungría y en Polonia en ese tiempo”, explicó a BBC Mundo el escritor y sacerdote español Jesús Sánchez Adalid.
El autor publicó a principios de este mes la novela “Una luz en la noche de Roma”, una historia de amor entre una joven acomodada y un chico judío, la cual se desarrolla precisamente durante estos hechos históricos.
Borromeo, Sacerdoti y Ossicini pusieron en marcha un gran montaje. Así comenzaron a fabricar los expedientes médicos de los judíos que supuestamente habían contraído la misteriosa enfermedad, una operación que requirió de la colaboración de muchas personas dentro y fuera del centro.
“Hubo un equipo muy amplio que involucró a religiosos, entre ellos el superior de la orden (San Juan de Dios) que administraba el hospital”, agregó Sánchez Adalid.
Otras investigaciones históricas y periodísticas apuntan que monseñor Giovanni Battista Monti, el futuro papa Pablo VI y quien para el época ocupaba un alto cargo en la Secretaría de Estado del Vaticano, estaba al tanto de lo que ocurría en el hospital y lo apoyaba. El entonces prelado firmó varios documentos que facilitaron a Borromeo sus actividades.
Y aunque la versión de la supuesta enfermedad letal mantuvo a raya a los nazis, los médicos no bajaron la guardia e instruyeron a los judíos sobre qué hacer en caso de que éstos volvieran.
“El doctor nos había dicho que si venían los alemanes teníamos que toser con todas nuestras fuerzas y dar la impresión de que éramos enfermos terminales”, declaró en 2019 a la televisión pública germana, Gabrielle Soninno, quien apenas tenía cuatro años cuando fue “ingresado” al hospital católico.
¿Y los nazis se tragaron esa historia? “Los alemanes enviaron médicos al hospital para corroborar la versión de la enfermedad, pero se conformaron con las explicaciones de los médicos italianos. Capaz el miedo a contagiarse o el simple hecho de no querer perder tiempo en un hospital lleno de enfermos los hizo caer en el engaño”, explicó Sánchez Adalid.
“Si los médicos alemanes hubieran hecho algún examen a los supuestos enfermos habrían descubierto la mentira, pero no lo hicieron”, remató.
En mayo de 1944 las tropas nazis volvieron al hospital y lo inspeccionaron, pero al pasar por la sala donde estaban los judíos estaban aislados y escucharlos toser pasaron de largo.
Un mes después las fuerzas aliadas liberaron Roma y los supuestos pacientes que quedaban en el hospital fueron dados de alta.
Los hechos ocurridos en el hospital romano han sido corroborados por historiadores y distintas autoridades.
Así el Yad Vashem, el centro de conmemoración del holocausto de Israel, le otorgó en 2004 a Borromeo la distinción, a título post-mortem, de “justo entre las naciones”, honor reservado para aquellas personas que salvaron o ayudaron a salvar vidas judías durante la II Guerra Mundial.
¿Cuántas vidas el síndrome K le arrebató a los nazis? Eso sigue sin saberse.
“No sabemos el número exacto de las personas salvadas en el hospital. No hemos podido conseguirla, porque el hospital era un puente de escape”, explicó Sánchez Adalid, quien para escribir su novela pasó dos años investigando en los archivos del centro, en los Vaticano, así como en la Shoa Foundation y el propio Yad Vashem.
“A las personas que llegaban al Fatebenefratelli, supuestamente enfermas, les daban documentación falsa para que pudieran irse a Suiza u otros países. En un determinado momento llegó haber 75 niños”, aseguró el novelista y religioso.
Sánchez Adalid reveló que algunos de los “pacientes” terminaron emigrando a América Latina luego de terminada la guerra, aunque rechazó dar datos sobre ellos, alegando que desean mantenerse en el anonimato.
El hospital fue solo uno de los lugares con los que la Iglesia Católica salvó a judíos del exterminio en Europa.
“La Iglesia salvó a 4.480 judíos que sepamos en este hospital, en iglesias, monasterios y conventos”, dijo Sánchez Adalid.
“Me han contado que cuando la Gestapo llegó a Roma se sorprendió a ver que en algunos conventos había hasta 70 monjas, muchas de ellas no eran monjas, sino judías disfrazadas, por supuesto. Las religiosas se inventaron explicaciones disparatadas para distraer a los nazis, tales como que al ser Roma la capital del catolicismo obviamente es donde más monjas hay”, apuntó.
La protección que la ficticia enfermedad ofrecía permitió que el hospital no solo sirviera de refugio para judíos.
“Gracias al miedo que los nazis cogieron, el hospital fue centro de espionaje, base de comunicaciones y lugar de reuniones de la resistencia italiana”, narró Sánchez Adalid.
En el Fatebenefratelli operó la llamada radio Victoria, una red de comunicaciones operada por soldados estadounidense de ascendencia italiana que transmitía a los aliados dónde estaban los cuarteles y unidades nazis en Roma para que fueran bombardeados.
El escritor y religioso aseguró que no buscó escribir “Una luz en la noche de Roma” por el 80 aniversario de los acontecimientos ocurridos en el hospital romano, sino que la historia le fue ofrecida por las autoridades del centro.
No obstante, Sánchez Adalid admitió que su investigación le permitió confirmar que “en los peores momentos de la historia humanidad es cuando sale y brota lo mejor del ser humano”.
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