Pacientes en el área de Cuidados Intensivos que entran en paro, máquinas que se mueven, enfermeros que corren, desfibriladores que se cargan y horas de muerte que se dictaminan son cosas que pasan frecuentemente en los hospitales.
Incluso, luego del covid-19 se empezó a creer que había un síndrome post- UCI, una enfermedad que “incluye síntomas físicos, neuropsicológicos, problemas de salud mental y de tipo socioeconómico”, según revela “El País”.
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No obstante, que un enfermero le inyecte drogas que aceleran el ritmo cardíaco del paciente, que le hagan producir un paro en el corazón y posteriormente, lo maten no es para nada una práctica ética o común en el mundo de la medicina.
Sin embargo, y aunque parezca de película de terror, este es el caso de Niels Högel, un enfermero de Alemania que habría matado, al menos, a 100 pacientes que estaban a su cuidado de esta manera entre 2002 y 2005.
El ascenso
De acuerdo con el podcast ‘Medial Murders’, de Spotify, en una mañana como cualquier otra, un compañero de Niels notó que se había presentado un pico alto de muertes ese día. Fue ahí cuando un colega del entonces enfermero descubrió que algo no iba bien con el paciente que acababa de fallecer.
Además, el enfermero también reparó en que los niveles de potasio del fallecido eran altos, lo que solo quería decir que se le había inyectado algo al paciente sin autorización.
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No obstante, y aunque su compañero le dijo a su supervisor, el caso no pasó a mayores, pues fue considerado un accidente.
Y es que, de acuerdo con el doctor Davis Kipper, analista de este caso, el asesino era tan bueno en situaciones de emergencia y presión, que los doctores se sentían afortunados de tenerlo en su equipo. Incluso, su labor era tan buena que se le nombró con el apodo de ‘Resuscitation Rambo’, o Rambo resucitador en español.
Lo que parecía ignorar el hospital era que su ‘Rambo’ no era más que un asesino que experimentaba con sus pacientes.
El descubrimiento
La revelación llegó una tarde de 2005, cuando Niels Högel fue descubierto por una de sus colegas mientras le inyectaba una sustancia extraña a uno de sus pacientes.
Adicionalmente, mientras estaba ayudándolo en las prácticas de reanimación reparó en que, al lado de la cama, en un cesto de residuos, había desechada la caja de un alcaloide antiarrítmico que no figuraba entre los fármacos recetados por el médico de cabecera, aseguran desde ‘El País’.
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Una vez abierta la investigación, los crímenes salieron a relucir. “Al revisar las muertes ocurridas en el hospital durante los últimos dos años, los policías descubrieron que el número de muertes en el hospital se había duplicado desde la llegada de Högel en 2005. También comprobaron que el 73 % de esas muertes habían ocurrido en su horario de trabajo y que la proporción de muertes por fallos cardíacos era mayor que las ocurridas por otras causas”, afirman en el medio citado con anterioridad.
Con pruebas en mano, el exenfermero fue a juicio, en el cual fue condenado a siete años y medio en prisión.
Pero la historia no se detuvo ahí, las investigaciones a los colegas y personal administrativo del hospital reveló más irregularidades durante el paso de Högel por el recinto.
Es por esto que la policía decidió exhumar los cuerpos de los 83 pacientes que había tenido a su cargo y que no habían sido cremados. Para sorpresa de nadie, la gran mayoría de estos contaban con el letal químico en su cuerpo.
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“El acusado ha descrito con detalle la tensión que vivía ante lo que podía suceder cuando inyectaba a los pacientes los medicamentos, lo bien que se sentía cuando conseguía reanimarlos y lo deprimido que le dejaban los fallecimientos”, informa ‘El País’.
De acuerdo con expertos de ‘BBC’, este hombre puede sufrir el síndrome de Munchausen por poder, una enfermedad mental en la que el cuidador inventa síntomas falsos o provoca síntomas reales para que parezca que el implicado está enfermo.
La Fiscalía, por su parte, cree que este hombre lo hacía por el mero hecho de presumir ante sus compañeros lo bueno que era resucitando pacientes.
Segundo y tercer round
Fue así como en 2015 se llevó a cabo un segundo juicio en su contra, en el cual fue condenado a cadena perpetua. No conforme con esa situación, el enfermero empezó a hablar en la cárcel acerca de los otros crímenes que cometía.
Razón por la cual fue investigado nuevamente y llevado a juicio por tercera vez, en 2019. En este se le imputó el asesinato de 106 personas más que estuvieron bajo su cuidado y se dio la imputación de otra cadena perpetua.
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En sus últimas palabras ante los familiares de las víctimas, Högel, de 42 años, dijo estar arrepentido y avergonzado y señaló que durante el juicio llegó a entender el enorme sufrimiento causado por los hechos cometidos en ese periodo.
”Les pido disculpas a todos y a cada uno de ellos por todo lo que les he hecho a lo largo de los años”, fueron las palabras de Niels Höge en el juicio, dirigiéndose hacia las familias de los afectados.
Durante el juicio que empezó en octubre de 2018, Högel explicó que actuaba así por la satisfacción de los “comentarios positivos” que recibía si salvaba una vida. Según la fiscalía, sin embargo, el acusado actuaba por aburrimiento, mientras que los expertos en psiquiatría detectaron problemas de narcisismo en el acusado y de pánico a la muerte.
Juicio contra sus colegas
En el mes de marzo de 2022, la Fiscalía acusó formalmente a los colegas del asesino, ya que dicen que “los acusados pasaron por alto todas las señales de advertencia de los asesinatos en sus lugares de trabajo”.
De acuerdo con el informe, ellos habrían considerado que “los actos de N. Högel eran realmente posibles, por lo menos desde finales de octubre de 2001″, pero que “sin embargo, se alega que no intervinieron y que consintieron la comisión de nuevos delitos en el pabellón 211″.
Según el medio especializado en medicina ‘Medscape’, los empleados habrían puesto por encima la reputación de su lugar de trabajo en vez de las acciones punibles de su compañero.
”¡Se trata de un deber moral! ¿Qué responsabilidad tiene el individuo cuando nota algo anómalo? Incluso en un puesto de responsabilidad, es cuestión de priorizar: ¿Hay que proteger al paciente o la reputación del hospital?”, dijo Karsten Krogmann, portavoz de la asociación de apoyo Anillo blanco, la cual apoya a las familias víctimas del asesino.
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