Cuando Rusia invadió Ucrania, atrajo la atención del mundo hacia algo sobre lo que he estado escribiendo durante casi una década: el papel de Reino Unido como lavandería del dinero sucio del Kremlin.
Es un problema enorme. Ha ayudado a financiar la creación de una autocracia agresiva que ahora está matando a miles y expulsado a millones de sus hogares.
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Pero eso es apenas una parte de algo mucho más grande.
No solo se lava la riqueza rusa, sino que se le quitan las manchas a dinero de todo el mundo, en cantidades fabulosas.
Cada año, un billón de dólares es robado de las naciones en desarrollo del mundo (¡un millón de millones de dólares!), y una cantidad significativa de ellos se mueve a través de Londres o sus paraísos fiscales satélites.
Es “lavado offshore”.
Pero, ¿qué significa realmente?
Puede parecer desconcertante pero, en el fondo, es una idea simple. Fue inventada en la City de Londres, el equivalente de Wall Street de Nueva York.
Y es quizás la contribución más importante de Reino Unido a la historia reciente. Sin el 'offshore' el mundo sería un lugar muy distinto.
En 1944, los Aliados, que pronto serían victoriosos, estaban planeando la posguerra.
Querían construir un sistema financiero global mejor que el que había terminado en depresión de la década de 1930 y catástrofe de la Segunda Guerra Mundial.
Su creación tomó el nombre del pequeño complejo estadounidense donde lo negociaron: Bretton Woods.
“Ese sistema estableció reglas que dificultaron la transferencia de fondos a través de las fronteras”, explica Vanessa Ogle, historiadora de la Universidad de California, Berkeley.
“Cualquier salida o entrada importante de fondos podía tener un impacto desestabilizador -algo que había ocurrido en entreguerras-, así que estaba destinado a ayudar a los países a mantener alejados los flujos excesivos de dinero no deseados y permitirles estabilizar sus monedas y proteger sus economías”.
Los financieros británicos aceptaron la necesidad de un sistema financiero menos abierto y más protector, para darle al mundo la oportunidad de reconstruirse, incluso si eso significaba un rol disminuido para la City de Londres.
La City, sin embargo, no olvidaba los días en que era el corazón palpitante de un vasto imperio.
En la segunda mitad de la década de 1950, los banqueros comenzaron a inquietarse.
Un destacado financieron dijo que era “como conducir un automóvil poderoso a 20 kilómetros por hora”.
“Las cosas estaban mejorando. La economía alemana estaba mostrando signos de una fuerte recuperación y crecimiento”, dice Ogle.
“Impacientes con las medidas que se tomaron inicialmente, hubo intentos deliberados de los banqueros de crear dispositivos legales que les permitieran negociar de maneras más irrestrictas que quizás no violaban las reglas de Bretton Woods, pero sí su espíritu”.
Uno de los bancos en la City era el Midland. Era pequeño y quería crecer, pero las reglas impedían que los bancos compitieran entre sí por los clientes.
Necesitaba más dinero.
En 1955, el Midland tuvo una idea brillante que dependía del hecho de que no muy lejos había otro banco con el problema opuesto.
El Moscow Narodny tenía su sede en la City pero era propiedad de la Unión Soviética, y su bóveda estaba repleta de dólares.
“Temían la expropiación y la incautación de fondos si los colocaban en Estados Unidos, dado el creciente antagonismo de la Guerra Fría, por eso los fondos terminaron en Londres”, explica Ogle.
Entonces, había un banco que tenía muy poco dinero y otro que tenía demasiado dinero... ¡si tan solo pudieran encontrar la forma de sortear las regulaciones!
Alguien en el Midland se dio cuenta de que no necesitaba comprar los dólares; simplemente podía pedirlos prestados, evitando las restricciones británicas sobre la compra de moneda extranjera.
Con esos dólares, podía comprar libras esterlinas, para prestar con rendimientos.
El Narodny de Moscú, por su parte, no sólo ponía su efectivo fuera del alcance del Tío Sam, sino que obtenía ganancias.
Los detalles son increíblemente complejos pero, en esencia, todo era muy simple: el acuerdo permitió que el banco Narodny ganara dinero esquivando las restricciones de EE.UU. y que el banco Midland ganara dinero esquivando las restricciones británicas.
Todo podría haberse quedado en eso, de no ser por una impactante noticia de Medio Oriente.
En 1956, Egipto nacionalizó el Canal de Suez, que hasta entonces era controlado por los británicos y los franceses.
Londres y París enviaron tropas, EE.UU. se opuso, y todo terminó en una vergonzosa farsa.
El poderoso Imperio británico había caído muy bajo.
Pero, de las cenizas del desastre brotó la oportunidad de negocio verdaderamente colosal.
“El Banco de Inglaterra y el Tesoro trataron de contraer el uso internacional de la libra esterlina, lo que hizo al dólar más atractivo porque estaba fuera de esos controles”, relata Catherine Shank, historiadora de la Universidad de Oxford.
Los bancos de la City habían dependido previamente de la libra esterlina para financiar el comercio. Con el acceso a esa moneda cada vez más restringido, buscaron una nueva fuente de fondos.
¿Recuerdas esa pequeña jugarreta del banco Midland?
Cuando los bancos mercantiles siguieron su ejemplo y comenzaron a pedir prestados dólares para financiar sus negocios cotidianos, todo cambió.
“Esos dólares tenían una especie de estatus extraterritorial porque no estaban sujetos a las regulaciones del Banco de la Reserva Federal. Eso le dio a los banqueros de la City la forma de hacer con cosas impedidas el sistema de Bretton Woods y las regulaciones nacionales vigentes”.
La City había inventado una de las herramientas financieras más importantes del siglo XX.
Lo llamaron eurodólar, que era y no era un dólar, dependiendo de lo que fuera más rentable en el momento.
Los banqueros se convirtieron en piratas con sombrero de bombín que navegaban por un océano de efectivo líquido, obteniendo ganancias de su capacidad de ignorar las reglas que todos los demás habían seguido.
Pero, ¿cómo iban a llamar a ese vacío legal que habían creado?
Tomaron prestado un término del derecho marítimo para describir lo que sucede cuando estás en alta mar, donde no se rigen las leyes terrestres: “offshore”.
“Se convirtió muy rápidamente en un mercado interbancario offshore, desconectado de cualquier organismo regulador nacional”, señala Schenk.
Nadie en el gobierno británico parecía haberse dado cuenta de lo que estaba sucediendo.
Pero los líderes del Banco de Inglaterra lo sabían, y les encantó. Por fin, después del tortuoso viaje de la posguerra, el poderoso motor de la City de Londres comenzaba a acelerarse.
Los bancos extranjeros se apresuraron a abrir sucursales en Londres para aprovechar las ganancias disponibles de un mercado no regulado.
Durante las siguientes dos décadas, el dinero que fluyó por la City barrió con todas las restricciones del sistema de Bretton Woods, y los intentos de controlar los flujos de capital para proteger la estabilidad y defender los niveles de vida pasaron a ser pintorescos.
Fue así como se puso en marcha la primera herramienta crucial necesaria para lavar dinero, ese mercado offshore, que liberó la riqueza del escrutinio externo.
Pero Londres no era el lugar perfecto para esconder el efectivo, debido principalmente al gran enemigo de todas las fortunas: los impuestos.
Si los financieros británicos realmente iban a ayudar a sus clientes, necesitaban más que un resquicio legal; necesitaban lugares donde esos botines estuvieran en paz.
Afortunadamente, no tuvieron que buscar mucho para encontrarlos.
Ahí cerca, en el Canal de la Mancha, estaba Jersey, una isla que, durante casi mil años, había sido más o menos británica: es gobernada por el monarca británico, pero no es parte de Reino Unido; usa la libra esterlina, pero fija sus propios impuestos.
Esa era potencialmente una combinación altamente rentable.
“Hasta finales de la década de 1950, en la constitución había una cláusula que restringía los pagos de intereses y, en general, limitaba el uso de la isla como paraíso fiscal a las personas que realmente vivían allí”, cuenta John Christensen, quien fue una figura de alto rango en la administración de Jersey y luego se convirtió en un destacado activista contra los paraísos fiscales.
Las ganancias podían ser enormes, si la isla estaba dispuesta a ser un poco menos exigente. Y así fue: los políticos jerseyeses eliminaron los incómodos obstáculos.
Los banqueros ya estaban esquivando las restricciones estadounidenses mediante el comercio de dólares a través de la City de Londres.
Mover su dinero a través de las provechosamente opacas cuentas bancarias de Jersey les permitió esquivar las restricciones británicas.
Mejor aún, la jugada redujo a más de la mitad los impuestos que tenían que pagar sobre sus ganancias.
“En la década de 1970, el impuesto de sociedades de Reino Unido era más del 50% y en Jersey era del 20%.
“Además Jersey era geográficamente perfecto pues podían organizar una reunión desde Londres en Jersey, volar durante el día y luego volar a casa por la noche.
“Poco a poco, Jersey pasó a ser un satélite muy cercano a la City de Londres”, señala Christensen.
Bancos de América del Norte y Europa continental también abrieron sucursales en la isla.
Y Jersey fue solo el comienzo.
A medida que más y más colonias británicas se independizaron, la vasta extensión del Imperio ocupó cada vez menos espacio en el mapa.
Los remenentes -Bermudas, las Islas Caimán, las Islas Vírgenes Británicas, Gibraltar, Anguila- eran lugares demasiado pobres o remotos para independizarse.
Pero tenían un recurso natural para explotar: su conexión con Reino Unido.
Así como en Jersey, sus políticos felizmente crearon lagunas legales para cortar las restricciones que otros países ponían sobre el dinero.
Se conviertieron también en paraísos fiscales, ofreciendo impuestos bajos y confidencialidad a los clientes reacios al escrutinio.
¿Por qué fueron específicamente las jurisdicciones británicas las que lo hicieron?
“Una ventaja eran las doctrinas compartidas de derecho consuetudinario dentro del Imperio británico, que facilitaba mucho las negociaciones”, señala Ogle.
“Y había británicos locales en esos territorios así que si por ejemplo un abogado estadounidense quería establecer un negocio de registro de empresas en las Islas Caimán, debido a la ausencia de impuestos, podía apuntar a un grupo reducido de funcionarios y así capturar el liderazgo local prometiéndoles formar parte del negocio del paraíso fiscal”.
Pero, ¿cuánto del dinero que llegaba era para evitar impuestos, y cuánto fruto de algo más oscuro, como el tráfico humano, de drogas, de armas, la corrupción o el robo?
No hay muchos datos, especialmente de antes de la década de 1980, sobre lo que los ultrarricos de cualquier calaña ocultaban en los paraísos, pero de vez en cuando, una puerta se abre y se vislumbra su interior.
“En un par de ocasiones, en las décadas de 1960 y 70, tras grandes crisis, se revelaron vínculos con el crimen organizado, en particular con el lavado de dinero.
“Pero son casos raros en los que, después del hecho, hay una investigación y queda claro que eso siempre ha sido parte de lo que hizo florecer las jurisdicciones offshore”, dice Ogle.
“Es extremadamente difícil ser preciso porque el secreto y el anonimato es el principal activo que venden estas jurisdicciones”.
“Todo tipo de dinero fluía hacia Jersey”, recuerda Christensen.
“Había gente que volaba en aviones privados con maletas literalmente llenas de dinero en efectivo”.
Y Christiansen lo vio con sus propios ojos.
“Trabajé en una de las principales firmas de contabilidad en el departamento de administración de confianza, y cuando comencé a ver qué clientes tenía en mi lista particular, me encontré con todo tipo de actividades.
“No sólo había evasión de impuestos, sino también evasión de acreedores, financiamiento ilegal de partidos, financiamiento ilegal con otras actividades, y una enorme cantidad del dinero que fluía a través de Jersey provenía de algunos regímenes muy despóticos.
“Venían de todas partes del mundo, depositaban dinero en Jersey y creaban estructuras offshore que involucraban fideicomisos legales y compañías”.
Pero, ¿cómo Jersey y los otros paraísos se entrelazaban con los servicios financieros en Reino Unido?
En términos de lavado de dinero, se habla de “laddering” (escalonar): usar un destino tras otro para hacer que sea extremadamente difícil penetrar en el secreto, explica Christensen.
“Londres es la parte superior en la escalera. Entonces, no era raro que, digamos, un cleptócrata tuviera cinco o seis peldaños en esa escalera, que conduce a Londres.
“Así, si las autoridades londinenses quisieran averiguar cuál es la fuente de esa riqueza, tendrían que hacer consultas en Jersey, donde descubrirán que hay un fideicomiso, y nadie revelaría quién es el beneficiario, porque los beneficiarios no se revelan en ningún lugar de ningún registro.
“Y luego descubres que el fideicomiso posee una gran cantidad de compañías en las Islas Vírgenes Británicas o donde sea”.
Esas compañías a las que se refiere Christensen son las llamadas “shell companies”, que en español se conoce como empresas de papel, de pantalla, fantasma o ficticia.
Pero, ¿qué son?
“Es una empresa sin propósito comercial”, explica Graham Barrow, experto en el turbio mundo de las empresas de papel.
“Es un contenedor de activos -no siempre ilegítimos-, que no tiene empleados, ni oficinas, ni vende algo, pero se puede usar de muchas maneras y no tiene otra razón de ser que existir”.
¿Por qué precisamente los británicos son tan útiles para el blanqueo de capitales?
“Reino Unido es considerado casi universalmente como una jurisdicción de bajo riesgo en términos de criminalidad”.
Si se establecen muchas empresas y muchas cuentas bancarias para esas empresas en diferentes jurisdicciones flexibles, se puede mover a través de ellas el dinero.
Y, si son empresas británicas con directores británicos, todo aparenta ser legítimo para el próximo país de destino.
“Esas empresas son fáciles de crear: puedes pagar £12 desde una computadora en cualquier parte del mundo, decir que eres Darth Vader y vives en la Luna, y crear una empresa con esa información”.
“Tendrás una entidad que puede ser conducto para cientos de millones de dólares sin decir realmente quién eres, escondiéndote detrás de otros, pues no hay sistemas para verificar lo que afirmas”.
Falsificar deliberadamente información de una empresa es ilegal, pero es un delito de bajo riesgo.
Quienes quieren esconder sus botines y moverlos a su gusto no han tenido obstáculos al usar las estructuras corporativas de Reino Unido para disfrazar sus identidades.
“Te asombraría cuántos casos hay en Companies House en los que la compañía A es propiedad de la compañía B que a su vez es propiedad de la compañía A... ¡te puedes enloquecer investigando!”, exclama Barrow.
Companies House -el registrador de empresas de Reino Unido- se enfrenta diariamente a una avalancha de nuevas incorporaciones, y carece de los poderes o recursos para verificar la información proporcionada.
“La mayoría de los días, unas 3.500 empresas se agregan para registrarse, y cada una proporcionan unos 15-20 puntos de datos separados. Así que a diario eso es unos 100.000 datos.
“¿Cómo se puede monitorear todo eso con recursos limitados y TI anticuados?
“Es imposible, y los delincuentes lo saben”.
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Sucesivos gobiernos han intentado, con mayor o menor brío, limpiar el sistema financiero.
Jersey, por ejemplo, ha hecho esfuerzos significativos.
“Fue el gobierno de Tony Blair (1997-2007) el que realmente comenzó a presionar seriamente no sólo a Jersey, las Islas del Canal y los territorios de ultramar”, señala Christiansen.
“Ha habido muchas mejoras, pero habiendo dicho eso, queda una gran cola de lo que se conoce como clientes heredados, que se establecieron en Jersey en las décadas de 1970 y 80 que, en muchos casos, siguen al acecho, como fantasmas del pasado”.
En la City misma, no sólo falta mucho por hacer, sino también mucha voluntad de hacerlo.
* Este artículo es una adaptación de parte de la serie del autor y periodista Oliver Bullough “How to Steal a Trillion”, producida por Phil Tinline de BBC Radio 4.
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