La moneda nacional de Turquía se desplomó un 45% frente al dólar este año y, sin embargo, el presidente Recep Tayyip Erdogan no parece tan molesto.
La lira alcanzó mínimos históricos en días recientes, pero el líder turco sigue adelante con su “guerra de independencia económica”, respaldada por bajas tasas de interés.
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¿Por qué Erdogan está impulsando un modelo que según los críticos tiene el riesgo de una inflación vertiginosa, un mayor desempleo y pobreza, y qué significa esto para los turcos?
La simple razón del colapso de la lira turca es la política económica poco ortodoxa de Erdogan de mantener bajas las tasas de interés para impulsar el crecimiento económico de Turquía y el potencial de exportación con una moneda competitiva.
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Para muchos economistas, si la inflación aumenta, se controla elevando las tasas de interés. Pero Erdogan ve las tasas de interés como “un mal que hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres”.
“Todo es muy caro”, le dijo Sevim Yildirim a la BBC en un mercado de frutas local. “Hasta es imposible cocinar un plato principal para una familia con estos precios”.
La inflación anual ha aumentado por encima del 21% en Turquía, pero el Banco Central de la República de Turquía, reformado por Erdogan, acaba de reducir las tasas de interés del 16% al 15%, el tercer recorte de este año.
La inflación está aumentando en todo el mundo y los bancos centrales están hablando de subir las tasas de interés.
Pero no en Turquía, porque Erdogan cree que, en última instancia, la inflación caerá.
En los últimos dos años ha destituido a tres presidentes del Bancos Central y hace unos días reemplazó a su ministro de Finanzas. Y la lira sigue cayendo.
La economía de Turquía depende en gran medida de las importaciones para producir bienes desde alimentos hasta textiles, por lo que la subida del dólar frente a la lira tiene un impacto directo en el precio de los productos de consumo.
Por ejemplo el tomate, un ingrediente vital en la cocina turca. Para cultivar tomates, los productores deben comprar fertilizantes y gas importados.
Los precios del tomate subieron 75% en agosto, en comparación con el año anterior, según la Cámara de comercio del centro agrícola de Antalya, en la costa sur.
“¿Cómo podemos ganar dinero con esto?”, pregunta Sadiye Kaleci, quien cultiva uvas en Pamukova, una pequeña ciudad a tres horas en coche de Estambul.
“Vendemos barato, pero los costos de compra son caros”, se queja, citando los altos costos del diésel, los fertilizantes y el azufre, que se arroja a las vides.
Otra agricultora, Feride Tufan, se queja de que la única forma de sobrevivir es vendiendo sus activos: “Podemos saldar nuestra deuda vendiendo nuestras tierras y viñedos. Pero cuando vendamos todo, no nos quedará nada”.
La moneda se ha vuelto tan volátil que los precios cambian a diario. La inflación solo para los productores ha aumentado 50%.
“He reducido todos mis gastos”, dice Hakan Ayran, un comprador en un mercado. “Para pagar las cuentas, todo el mundo come menos y nadie compra”.
Los empleados de los supermercados publican aumentos de precios en las redes sociales, mostrando etiquetas de antes y después de los productos.
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La deuda en moneda extranjera es un problema para el sector privado y la mayoría de las empresas han descubierto que es más rentable almacenar productos en lugar de venderlos, debido a la volatilidad y la inflación de la lira.
Todo se suma a una mayor pobreza y una brecha cada vez mayor en la igualdad de ingresos y riqueza.
Hay colas fuera de gasolineras y fuera de las oficinas del gobierno local que ofrecen pan barato.
Y los partidos de la oposición están pidiendo elecciones anticipadas y mítines.
Cuando la lira se desplomó un 18% en un día el 23 de noviembre, hubo pequeñas protestas y decenas de arrestos.
Pero la muestra más visible de disensión pública se da entre los turcos más jóvenes en Twitter, en transmisiones en vivo de Twitch, videos de TikTok y YouTube.
“No estoy nada contento con este gobierno. No puedo ver un futuro para mí en este país”, le dice un joven a un periodista de un canal de YouTube.
Uno de cada cinco jóvenes en Turquía está sin trabajo; es aún peor entre las mujeres.
Turquía tiene la cuarta tasa más alta del mundo de jóvenes sin empleo, ni educación ni formación, según la OCDE.
Los jóvenes de Turquía comparan sus niveles de vida con los de otros países y no les gusta lo que ven.
“Para una persona joven en Estados Unidos o Europa, es fácil comprar un iPhone con su salario”, dice un joven de 18 años. “Incluso si trabajo durante meses y meses, no puedo pagarlo. No me lo merezco”.
Esta generación está preparada para desempeñar un papel importante en la política en Turquía, gobernada por el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan desde 2002.
Casi nueve millones de turcos nacidos desde finales de la década de 1990 serán elegibles para votar en las próximas elecciones de 2023 y eso podría significar problemas para el AKP.
Un video que se volvió viral mostraba a una madre elogiando al presidente Erdogan ante un periodista, mientras que su hijo de ocho años la contradecía, señalando su mal manejo de los desastres recientes.
El éxito del partido gobernante se debió en parte a una avalancha de fondos extranjeros tras la crisis financiera de 2008.
Pero gran parte del crecimiento económico de Turquía surgió del gasto público y los préstamos que favorecieron a la industria de la construcción.
Como resultado, la producción sigue dependiendo de las importaciones y la economía está a merced de las fluctuaciones monetarias.
Pocos tienen esperanzas de que el nuevo modelo económico de Erdogan venga al rescate de la lira turca.
En medio de tanta incertidumbre, la economista Arda Tunca dice que es imposible predecir lo que sucederá a continuación.
“Esta es la primera vez que usamos un modelo que está totalmente alejado de la teoría económica. Incluso cuando hubo crisis, podíamos adivinar lo que sucedería. Ahora es imposible”, afirma.
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