Casas en ruinas, familias desplazadas buscando a sus desaparecidos, indígenas asesinados: en Colombia, la región del Cauca ha pagado caro el precio del conflicto armado y las heridas tardarán en cicatrizar pese al proceso de paz.En Toribío, paredes ennegrecidas e impactos de bala dan cuenta de los violentos combates que vivió hasta hace poco este pueblo rodeado por las montañas de la cordillera andina, desde donde los guerrilleros se enfrentaban con policías y militares.“Entre 1982 hasta 2015, registramos 6.000 acciones militares en el municipio. Los hostigamientos eran el pan diario”, cuenta a la AFP Mauricio Casso, secretario de la alcaldía, al evocar “miles de viudas, huérfanos, mutilados y cientos de muertos”.“El parque estaba solito, las calles cerradas, los niños no salían a jugar”, continúa este indígena de la etnia Nasa, mayoritaria en esta localidad de 26.000 habitantes en el Cauca (suroeste), a 80 km de Cali, tercera ciudad de Colombia.Una calma precaria se instauró poco a poco con los diálogos de paz que avanzan desde finales de 2012 entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas), que decretó un cese un fuego unilateral el pasado julio.Pero las fuerzas del orden siguen en alerta. El puesto de policía parece una trinchera: altos muros verdes acribillados por la metralla y sacos de arena protegen la entrada.“Tenemos los cerros cerca y de allí los guerrilleros disparaban. Sabemos que aún andan por allí. Pero hace más de un año que no se ha escuchado un disparo, ¡espero que siga así!”, lanza el mayor Rodríguez, jefe de brigada del Batallón 92.Frente a la comisaría, el asfalto está destripado: en 2011, una “chiva” (autobús) se precipitó calle abajo con un centenar de kilos de explosivos. El atentado, atribuido a las FARC, destruyó tres cuadras de casas, dejó 70 heridos y un muerto, un policía homenajeado con una cruz blanca sobre el talud.- Frescos contra la guerra, grafitis de la guerrilla -Las casitas de barenque (mezcla de barro, bosta y cañas) no fueron reconstruidas, sino pintadas con frescos contra la guerra interna que devasta Colombia desde hace más de medio siglo, y que ha dejado más de 260.000 muertos, 45.000 desaparecidos y 6,6 millones de desplazados.Los nasas, hartos de los combates, sacaron en 2012 a los militares que vigilaban unas antenas de telecomunicaciones que dominan Toribío. Argumentan que su milicia, armada simbólicamente con cañas adornadas con cintas verdes y rojas, pueden garantizar la seguridad y evitar que la situación degenere.“La guardia indígena iba a ver a los guerrilleros, les quitaban las armas. Asesinaron a unos guardias”, dos en 2014, admite el secretario de la alcaldía. Entre febrero y marzo, los nasa denunciaron el homicidio de tres de sus líderes.El conflicto desplazó a familias enteras, como la de Mariela Patiño, que todavía busca a su hijo, secuestrado por la guerrilla en 2003. “Puse la denuncia y colocaba carteles por todos lados. Las FARC me dijeron que si no me iba, no responderían por mi vida, ni por la de mi familia”, confía esta mujer de 56 años, que tuvo que abandonar su finca y ahora vive en Cali.La topografía del Cauca también favorece los cultivos ilícitos. Plantaciones de coca y marihuana bordean las carreteras sinuosas. En el arcén, campesinos seleccionan las hojas. “Si el Estado nos ayudara, plantaríamos otra cosa, pero aquí no hay nada. Estamos abandonados”, explica Fernanda, de 21 años y que prefiere no dar su apellido. Ella recibe hasta 300.000 pesos (unos 90 dólares) por cada cosecha de marihuana, unas cuatro veces al año.Aunque la perspectiva de un acuerdo de paz suscita esperanza, algunos temen que los narcotraficantes o la segunda guerrilla del país, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), ocupen el lugar de las FARC. “Aquí, en el norte del Cauca, en estos últimos meses vemos que hay una gran presencia del ELN. Han pintado paredes, organizado actos”, deplora Giovani Yule Zape, de la asociación indígena ACIN, en la cercana población de Santander de Quilichao.En el pueblo El Palo, Yolanda Millán, de 58 años, se sorprende por un grafiti que dice “Columna Milton Hernández Ortiz ELN” pintado en una choza abandonada: “Esto es nuevito, ¿quién sabe lo que va a pasar?”.
Contenido Sugerido
Contenido GEC