Jaime Rivera perteneció al Ejército de Colombia “21 años, 9 meses y 28 días”. Tiene la cuenta muy clara porque en esa institución cumplió su sueño de infancia, pero también se enfrentó a su peor pesadilla.
En 2011 fue condenado a 32 años de prisión por un crimen que ocurrió cuando él era capitán en Casanare, al oriente del país.
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Y no fue lo único. Hubo otros 32 casos por los que enfrentó 17 procesos en la Fiscalía y estuvo en cuatro juicios. Fue absuelto de uno y los otros tres quedaron inconclusos.
Aunque guardó silencio por más de 10 años y su defensa jurídica consistió en la evasión de cualquier responsabilidad, un día de 2017 no pudo cargar más el peso “de la conciencia” y decidió contar todo lo que sabía.
Para ese entonces ya había apelado la condena y como resultado se la habían aumentado de 32 a 40 años.
Hoy es uno de los 3.534 integrantes de las fuerzas de seguridad que se sometieron a la Justicia Especial para La Paz (JEP). También decidió entregar su testimonio a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad y la No Repetición (CEV), dos instituciones creadas como resultado del proceso de paz que se firmó, en 2016, entre la guerrilla de las FARC y el gobierno tras 60 años de conflicto.
Ha sido precisamente durante el proceso de la JEP que algunos militares han admitido, por primera vez y de forma detallada, su participación en lo que se conoce como “falsos positivos”, una serie de asesinatos y desapariciones forzadas extrajudiciales presentadas como bajas en combate.
En BBC Mundo hablamos con Jaime Rivera sobre ese proceso. También nos contó sobre su culpa, su negación interna y sobre su confesión y lo que espera del Ejército.
Rivera es bogotano, tiene 47 años, está casado, con hijos y hermanos. Actualmente está en libertad, aunque no puede salir de Colombia. Tiene un empleo temporal y está en busca de uno más estable, después de perder todos los beneficios económicos que supone ser militar retirado.
Aunque ya no le teme a su verdad y decidió contarla para que no se repita nunca, conoce muy bien el riesgo que implica revelar su imagen, sobre todo porque puede aumentar el peligro para su familia. “Sin fotos”, fue su única condición al conversar con BBC Mundo.
*Esta conversación se hizo en colaboración con el académico Luis Sotelo Castro, director del Laboratorio de Actos de Escucha de la Universidad Concordia en Montreal.
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En 2006 cuando usted llegó como capitán al departamento de Casanare, ocurrió el hecho que le dio un giro radical a su carrera militar y por supuesto a su propia vida. Cuéntenos qué pasó.
Cuando llegué a finales de 2006, el mayor que estaba allí llevaba tiempo sin poder salir ni siquiera de vacaciones.
Yo quedé encargado por unos días. El segundo día me buscaron un suboficial y un soldado:
-Mi capitán, tenemos una información.
-Claro, venga, cuéntemela.
-Es que tenemos a un man. Ya le hemos hecho seguimiento, él fue paramilitar. Hizo esto, aquello, mató a Pedrito y Sutanito…
-Y ¿qué? ¿el man qué hace ahora?
-No, pues él se desmovilizó
-¿Y?
-Pues por eso le digo, nos toca ir a buscarlo y matarlo.
-Pero espere un momentico, ¿cómo así que buscarlo y matarlo? ¿Por qué?
-Pues claro, no ve que el man fue…
-Sí, fue, pero ahora ya no, ¿entonces?
Tenemos esa discordia inicial ahí y yo les digo:
-Vamos a suponer una cosa: aquí no pasó nada, aquí nadie habló con nadie, ¿listo?
Nos despedimos, pero el suboficial se fue a la brigada a hablar con mi coronel y le contó que tenía esa misma información.
Al otro día yo escuché el programa radial institucional de las seis de la mañana y mi coronel empezó a decir: “Estamos en una guerra, estamos en una guerra. Entiendan que estamos en una guerra…”
Iba como subiendo el tono de la voz ahí en el programa. Yo lo escuchaba y no estaba sospechando absolutamente nada, solo tomaba apuntes en mi libro: “Aquí entonces, cuando hay una guerra, los derechos humanos se restringen. Esto es una guerra y aquí o se muere el uno o se muere el otro. O lo matan a usted, o usted mata a su enemigo…”
Terminó el programa muy normal, cuando escuché: “QSL divisor”. Y ese era yo.
-QSL, mi coronel.
-Preséntese aquí en mi oficina.
Llegué. Me paré en la puerta de la oficina de mi coronel, que es inmensa, es un potrero esa oficina, y me va recibiendo con un grito de esos, pues, fuertes:
-¿A USTED QUÉ LE PASA? ¿DÓNDE CREE QUE LLEGÓ?
Y yo pensaba: pero qué hice, qué pasó aquí…Él tenía el teléfono en la mano.
-SI USTED NO ESTÁ DISPUESTO A TRABAJAR AQUÍ ¡DÍGAME!... YO YA ESTOY HABLANDO CON MI GENERAL Y LO SACAMOS PARA OTRO LADO, ¿O QUÉ HACEMOS? ¿O LO DAMOS DE BAJA?
Estaba muy bravo, furioso. Todo el mundo escuchaba. La secretaria, el ayudante, los escoltas… Y yo callado ahí escuchando cuando mi general le contestó el teléfono y él lo puso en altavoz:
-Mi general, estoy aquí con el capitán que me mandaron, pero el tipo no quiere trabajar, entonces yo ¡no sé qué hacer! ¿Qué voy a hacer con él, mi general?
-Y ¿está ahí?
-Sí, mi general.
-Pues dígale que si no trabaja que qué unidad móvil prefiere, o si se va de baja o qué hacemos.
Yo obviamente estaba escuchando, luego el comandante del ejército colgó.
-Entonces ya escuchó, hermano
-Pero ¿a qué se refiere?
-Claro, allá me contó el cabo que le llegó con una información y a usted le parece que eso no. Que eso no es importante, ¡no jodás! ¡Aquí tenemos que dar bajas!
-Como ordene, mi coronel.
Yo me fui para la oficina y en ese trayecto obviamente me fui pensando qué hago. En esos cinco minutos se le pasan a uno como 100.000 cosas por la cabeza.
Pensaba en mi familia, mis hijos, en que apenas llevaba 15 años en el Ejército y que eso, si abandonaba, no me alcanzaba ni siquiera para media pensión. No sabía si estaba haciendo algo mal.
Después ya en la tarde me llamó mi coronel y me dijo: “Esa operación se hace”.
Ahí ya me tocó decir:
-Bueno, miren, a ver si ubican a ese man.
Después me volvió a llamar mi coronel:
-Bueno, entonces qué decidió: ¿sí o no?
-Pues sí, mi coronel, vamos a trabajar al ritmo que trabajan aquí.
Y así se terminó dando de baja a ese muchacho. Fue la primera baja.
Es decir que nunca ocurrió una conversación, un debate sobre cómo actuar. ¿Era una orden y punto?
Sí. Es: “O trabaja así o se va para donde le dijeron, o se va de baja, o mire a ver qué hace”. O sea, la opción es esta o salir.
Yo además conocía el caso de un teniente de la escuela militar que no pudo ascender porque no quiso seguir ese ritmo de cosas, entonces lo retardaron, lo dejaron ahí sin subir a capitán.
¿Diría que eso continuó, que esa es la misma situación para los otros 32 casos en los que participó?
Sí, claro, ya después uno está metido en el cuento y ya no hay cómo salirse. Después de la primera ya no hay cómo salirse.
En el documento que entregó la JEP, en el que le imputan cargos, dice que se decía: “De eso no se va a enterar nadie”.
Sí, porque decían: “Aquí trabajamos así y mire, nos ha ido superbien”.
Se repite una mentira tantas veces que se vuelve verdad o se cree que se vuelve verdad. Se hacen las cosas mal, mal, mal y como que se vuelve costumbre, se asume que está bien y no, no está bien.
Y esa mentira ¿qué incluía? ¿Falsificaban documentos, por ejemplo?
Primero, la forma cómo se hacía. O sea, se seguía a esa persona o se recibía una información de alguien que ni siquiera uno había verificado si obedecía a un informante que estuviera trabajando sobre un blanco específico. Simplemente la persona llegaba y decía: “Pedrito Pérez es esto y fue esto”. Entonces se le creía y sobre lo que decía se arrancaba a hacer esa operación.
Nosotros pensamos y estuvimos convencidos, hasta determinado momento, que le estábamos haciendo un favor a la sociedad dando de baja a unos malos sujetos. Pero, ¿por qué era mal sujeto? ¿Quién dijo que era mal sujeto?
Entonces al final, dimos de baja a este man y:
-¿Su arma?
-No, no hay
-¿Su uniforme?
-No, no tiene.
-¿Entonces?
-No, pues toca ponerle un arma.
-¿Tiene documentos?
-Sí, tiene documentos, era “Pedrito Pérez”. ¿Qué hacemos con los documentos?
-Quémelos, bótelos, escóndalos, entiérrelos, tírelos a un río, lo que sea, desaparezca los documentos.
Así el tipo quedaba siendo un NN (sin nombre). Íbamos al DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) y allá:
-¿Qué pasó?
-Dimos de baja a este man
-¿Antecedentes?
-No, no tiene.
-Bueno, ya se los pongo.
Y entonces una hora después, Pedrito Pérez, que era una persona que no tenía nada que ver, aparecía con un prontuario.
Y ¿cómo pasaban los filtros internos para reportar esas supuestas bajas?
Después de cada operación se hacía un informe, entonces nos reuníamos con todas las personas que hubieran participado en esa operación y nos poníamos de acuerdo.
Todo el mundo daba ideas. Escribíamos, por ejemplo: “Nos dirigíamos al sector X y en el camino nos dispararon y reaccionamos”. O para que todas las veces no quedara igual, decíamos: “Vimos algo sospechoso, paramos, hicimos un registro y ahí fue que nos atacaron”.
¿Qué beneficios recibían por presentar esos supuestos resultados en combate?
Generalmente, si te iba bien en una operación, te daban unos días de permiso. Si de pronto el resultado de una operación era que se daba de baja a un cabecilla o si era de una importancia mayor, entonces ya se podría postular uno para hacer un curso en Bogotá.
Si iba subiendo el nivel de esa operación, el riesgo, el nivel del resultado, pues también iba subiendo el nivel de esos premios a un viaje al exterior, a una comisión.
¿En qué momento se empiezan a conocer estos crímenes?
Hay un hecho que pasa en Villavicencio (ciudad a tres horas de Bogotá, la capital). Un supuesto auxiliar miliciano de las FARC que, según la información recibida, era el que compraba siempre los abastecimientos para su frente. Estaba allí y ya lo tenían ubicado. Se fueron hasta donde estaba, lo capturaron y luego le dieron de baja cerca de donde operaba el frente décimo.
Entonces los familiares dijeron: “Pero él estaba aquí en Villavicencio, en tal parte, y apareció en esta otra parte y hay cámaras”. Entonces las cosas empiezan a ser más evidentes y por ese hecho empiezan a salir a la luz otros.
¿Cuándo empieza entonces la investigación en la justicia ordinaria y cuándo lo vinculan a usted?
Finalizando el 2007. El evento que les cuento de Villavicencio termina involucrando a mi mayor y a los que participaron. Eso pasa a la Fiscalía, a la Unidad Nacional de Derechos Humanos. Ellos empiezan a llamar a indagatoria a los involucrados y deciden después llevar eso a un juez de garantías y se dictan las primeras medidas de aseguramiento (detenciones legales preventivas a personas acusadas que aún no han sido condenadas).
Yo no estaba vinculado, pero por ahí empezaron las investigaciones y empiezan a revisar otros hechos y a vincular a quienes tenían que ver con esos hechos. Por eso es que de los 48 hombres que estábamos en el gaula (Grupo de Acción Unificada por la Libertad Personal) Casanare en esa época, terminamos 45 con medida de aseguramiento.
¿Cuáles eran los cargos?
Nosotros teníamos un dicho que era “Le metieron el kit completo” en la fiscalía. Ese kit quería decir homicidio en persona protegida, secuestro o retención ilegal, concierto para delinquir y los anexos que eran la fabricación de municiones, armas y explosivos de manera ilegal. Había como ocho cargos, pero básicamente esos eran los principales. El kit completo significaba exponerse a 40 años de cárcel.
Y ¿cuál era la estrategia de su defensa?
Los abogados le decían a uno: “Hermano, hay que guardar silencio y guardando silencio esperamos a que la Fiscalía destape sus cartas y ahí ya miramos cómo vamos a ir atacando en esos juicios”. Pero obviamente eran estrategias que nunca funcionaban.
¿La idea no fue nunca decir la verdad?
No, nunca fue decir la verdad, sino ya hasta cuando pasaron diez años casi y ya para mí y para otros era ya imposible seguir sosteniendo eso, porque es un peso muy difícil en la conciencia de uno.
Luego viene lo del proceso de paz y se empieza a abrir como una luz de esperanza.
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- En la JEP se estudian macrocasos, es decir aquellos que dan cuenta de la macrocriminalidad. El de los "falsos positivos" es el caso 03 y cuenta con 6 subcaso (ver mapa).
- La JEP evalúa cada caso y decide si cumple los requisitos para que la persona acusada ingrese y le pide como condición que firme un "compromiso claro concreto y programado" (acta). Esto implica no repetición, no cometimiento de nuevos crímenes, debe comprometerse a decir la verdad y aportar más de lo que ya se sepa en la justicia ordinaria.
- En principio, las personas que son admitidas en la JEP pueden quedar en libertad con la limitación de no poder salir de Colombia sin un permiso previo.
- El proceso garantiza que la persona no podrá ser juzgada nuevamente por los delitos que ya fueron aceptados en la JEP.
- Durante 2023 se conocerán las sanciones de los delitos vinculados al caso 03. También se realizará la audiencia de reconocimiento pública en la que militares como Rivera tendrán que reconocer su responsabilidad frente a las víctimas.
- La JEP ha acreditado a 2.175 víctimas en el caso 03.
Cuándo ya lo detienen y usted decide callar: ¿cómo lidiaba internamente con lo que sabía que había hecho?
Cuando empieza esa parte de los juicios ordinarios y me dictan medida de aseguramiento, pasamos a una cárcel militar.
Pero eso es un proceso en el que uno todavía está con la cabeza metida en su negación, en su convencimiento de que lo que hizo estaba bien. Uno está en esa negación todavía.
Tienen que pasar no un día, no un mes, sino años para que uno se dé cuenta de verdad durante las noches, solo, teniendo pesadillas, teniendo desveladas interminables. Pensando en todo eso es que uno se da cuenta que hizo cosas malas, muy malas, que no fueron equivocaciones, ni errores, ni que uno se salió un poquito del camino y volvió a entrar, sino que fueron cosas absolutamente malísimas.
¿En qué momento y por qué decide contarlo todo?
La Fiscalía siguió investigando y nosotros seguimos asistiendo a audiencias, a procesos y demás.
Un día yo ya estaba de verdad tan cansado mentalmente. No podría yo describirles para que ustedes se puedan imaginar qué siente una persona que ha cometido tantas cosas malas en su cabeza, en su ser, en su corazón y más una persona que no es mala, porque yo no me considero una mala persona.
Fui criado como cualquier colombiano de bien, muy normal, muy dentro de todas las cosas de bien. Y yo sentía una presión inmensa, que mi pasado me seguía ahí en el cuello, como un piano encima de uno que no se le quita nunca.
Entonces la fiscal me vio así y llamó a un receso. Ella bajó por un jugo y yo también bajé a comprarme un agua. Ahí la fiscal me dijo:
-Mire, yo veo que usted está que ya no aguanta más. El día que quiera, me dice y se descarga tranquilo, no va a pasar nada, ya qué más le puede pasar si ya está condenado y más condena no va a haber y menos tampoco, o sea, no le van a subir, pero tampoco le van a quitar. Entonces por lo menos se descarga un poco de esa parte emocional que al final es la que más afecta.
Después de eso, un día amanezco que ya no puedo más, que ya no puedo seguir en esa negación, en ese silencio.
Es que llevábamos diez años sosteniendo esa vaina y eso es una vaina imposible.
Subí a donde mi mayor, él vivía en el tercer piso de ese centro de reclusión, me siento y le digo:
-Lo siento mucho, mi mayor, pero yo vengo a avisarle porque usted fue mi comandante, yo le tengo ese aprecio, pero yo voy a hablar.
Él se sorprendió un poco y creo que sus palabras fueron algo como:
-Pues hermano, hágale. Yo veo cómo le va a usted y si le va bien, me decido.
Mi abogada habló con la fiscal. Le dijo: “Mire, nosotros creemos que en compensación de lo que va a hacer el capitán nos dé el acceso a la JEP. Él ya firmó el acta y lo único que necesitamos es que usted nos permita el acceso”.
¿Qué pasó cuando la fiscal lo escuchó?
Llego y me demoro dos días hablando con la fiscal, contándole absolutamente todo.
[Se le quiebra la voz] Es que recuerdo y se me revuelve todo porque lloré contando esas cosas, me devuelvo un poco a eso.
Cuando uno empieza a hablar de esas cosas y empieza a recordar todos los detalles que llegan a su mente sobre lo que pasó, empieza a darse cuenta de la gravedad de las cosas que cometió.
Como uno está en una negación, es como que tiene esas cosas por allá guardadas en un cajón con triple llave y no salen de ahí, eso está blindado y no sale. Y cuando lo abre, se da cuenta de esos monstruos que van saliendo de esa caja.
Entonces, claro, empieza uno a darse cuenta y empieza a llorar porque dice: “Dios mío, yo cómo pude haber hecho esto”.
La fiscal escucha, se da cuenta y empieza a ver el lado humano de la persona, no del capitán, ni del uniformado, sino el lado humano. Lo que hay debajo del uniforme y llora. Ella también llora escuchando todo eso. Ella me decía:
-Señor Rivera, usted que nació en una familia tan normal, tan como la mía, como la de cualquiera. ¿Cómo termina haciendo semejantes barbaridades?
Y yo le decía:
-Doctora, no me he respondido yo todavía esa pregunta, no se la puedo responder de verdad a usted. Pero sí, pasó.
Y ¿fue gracias a esa confesión que recobró la libertad?
Después de eso, la doctora me envió los documentos donde ella incluye todos esos casos y dice que nos da la libertad por eso.
¿Cuándo y cómo fue la audiencia en la que usted tuvo la oportunidad de escuchar a las víctimas?
En agosto de 2018. Ya entrando a la JEP, ese golpe es el que realmente parte en dos mi historia.
Cuando llegamos a la audiencia con tantos medios de comunicación, entramos, nos sientan, nos acomodan en las sillas previstas, se acomodan los magistrados, la parte de comunicaciones, la secretaría de la JEP y al otro lado de nosotros hay un montón de sillas y empiezan a llenarse de personas y vamos mirando y no conocemos a nadie. Y uno piensa: estas personas ¿quiénes serán?
“Ellas son las víctimas”, dice la magistrada.
¿Víctimas? ¿Víctimas de qué? Porque las víctimas se supone que son las que están muertas. Y pues no, ellos son los dolientes de esos muertos.
Entonces ellos escuchan nuestros compromisos y les dan la palabra. Y ahí es donde empieza a partirse el corazón de absolutamente todos nosotros. Yo estoy seguro de que no hubo uno de los que estuvimos, así fuera el cabo más malo, el teniente más malo, el soldado más malo, que no le hayan partido el corazón esos testimonios de las personas que estaban ahí.
Les dieron la palabra y entonces:
-Yo soy María tal, yo era la esposa de Pedrito Pérez, ustedes lo mataron en tal fecha, en ese momento que ustedes lo mataron yo tenía cuatro meses de embarazo.
Uf, empezamos a mirarnos todos. ¿Cuándo nos dijeron que íbamos a matar a un futuro papá? Un teniente que yo tenía al lado, que les puedo decir que no se conmovía con nada, ese man empezó a decirme: “¿Cuándo nos dijeron?”.
Y siguen:
-Yo soy la hermana de dos que ustedes mataron. En mi familia nos mataron a dos miembros.
Y otra:
-Yo quisiera saber por qué mataron a mis hijos, ellos no eran…
Y empieza a llorar y se derrumba porque es imposible tener al frente a los victimarios. Yo imagino que a esas personas les vuelve esa escena a la cabeza, el dolor que debieron haber sentido a partir del momento que se enteraron y las circunstancias, o sea como que en ese momento ellos se transportaron a ese día.
Yo veía y pensaba: “Si esta mamá está tan destrozada ahí en este momento, no me la quiero imaginar el día que le dijeron que mataron a dos hijos. Es que eso es una vaina berraca”.
Eso es lo que empieza a golpear a uno. A entrar en la conciencia, ahora sí, de lo que hicimos, del daño que causamos. Nosotros los matamos y se murieron, pero mire el dolor que causamos ahí. El dolor no fue al muerto, fue a estas personas.
Pero esas personas no necesariamente eran víctimas directas suyas…
No, pero como yo hacía el trabajo de tapar las cosas, de decir mentiras, de hacer informes mentirosos de inteligencia, pues sí conocía sobre esos hechos.
Entonces no es que uno se puso a pensar “esa víctima es mía, pero esa no”. No. Estábamos mirando que todos les causamos un daño siendo partícipes directa o indirectamente de ese hecho.
¿Cómo reaccionaron las víctimas en los actos privados?
En la CEV hubo un ejercicio, todos con los ojos cerrados, como tratando de transportarnos a ese momento, de imaginarnos lo que estaban contando. Y yo estaba llorando y no podía controlar la emoción de escucharlos e imaginar lo que pudo haber sentido esa persona.
Y viene una de ellas y me coge la mano y me la aprieta y me dice: “Tranquilo, no va a pasar nada”.
Peor, todavía peor. ¡Ellos lo están soportando a uno! Esas son las cosas que han partido de verdad ese muro que habíamos construido de negacionismo y nos ha llevado a la humanidad de esos seres y de nosotros mismos, de sentir que podemos volver a ser las buenas personas que éramos antes de cometer esos actos.
Y eso es lo que uno le llama reconstruirse, reconciliarse con uno mismo. No quedarse metido allá en el problema mental de que usted es malo, usted es malo y usted cometió esto y usted es una escoria, no.
Hay muchos detractores y escépticos de ese proceso de la JEP y de la CEV, ¿cuál es su opinión sobre eso?
Hay como diez millones de voces que están en contra porque no les ha pasado y no son capaces de ponerse en los zapatos de quien lo vivió [el conflicto], porque eso no lo vivió el presidente Uribe o Santos, el concejal, el senador o el ministro.
No, eso lo vivió la gente del común, ellos son los que viven el dolor de todo ese conflicto. El que se sienta allá en una curul de esas ni alcanzará a imaginar un mínimo de lo que fue vivir eso. Ni por el lado de las víctimas, ni por el lado de uno. Porque por el lado de uno había también personas comunes y corrientes.
¿Qué piensa de que el Ejército, como institución, lo escuche a usted y a sus compañeros?
Al principio uno no sabía qué podríamos dejar nosotros de bueno de todo esto, qué podemos sacar de bueno de todo lo que pasó.
Queremos tener la oportunidad de contarle directamente a los oficiales en sus cursos, a los alumnos de la institución.
Queremos ir a contarles eso, pero no la parte militar, sino la parte humana, que es lo que los tiene que mover al final para que un día, si ellos tienen que enfrentarse a una decisión de esas, decir mato o no mato a alguien, decidan basados en el humanismo, en la gente, en la persona, no en la orden, no en la obediencia debida como un caballo sin poder mirar a los lados.
Y ¿hay voluntad institucional de escucharlos?
Lo que nosotros le hemos descrito a los intermediarios del mando es que esto no puede ser un libro donde las páginas que a mí no me gustan las arranco y las desecho. Estas páginas hacen parte de la historia del Ejército y pues hay que contarla para que no suceda de nuevo.
Es que dicen: “Ellos saben que no deben matar a nadie”. Y sí, claro, uno lo sabe y en mi caso, una familia que es creyente católica, que hemos hecho el bautizo, la primera comunión, la confirmación, que siempre lee y se sabe el Credo y el Padrenuestro y esas cosas, pues uno sabe que dentro de los mandamientos está “no matarás” y sin embargo, lo hace.
Es necesario que en nuestra institución, a la que pertenecí, que siempre llevaré (dentro), las cosas se conozcan claras para que ningún otro las pueda repetir por cualquier razón.
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