Todos los gobiernos de Colombia han intentado, de una forma u otra, negociar la desmovilización del Ejército de Liberación Nacional, una guerrilla marxista-leninista.
Pero todos los procesos de paz han fracasado.
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Ahora el presidente Gustavo Petro, quien militó en la guerrilla del M19 hasta su desmovilización en 1989, volverá a intentarlo.
Este lunes, las delegaciones de ambas partes se encontraron en Caracas para dar inicio a unas pláticas de paz que tendrán a Venezuela, Noruega y Cuba como garantes.
En enero de 2019, el gobierno de Iván Duque suspendió las negociaciones entabladas en La Habana por su antecesor, Juan Manuel Santos, tras un ataque guerrillero a una escuela militar que dejó 23 muertos.
Petro espera retomar ese plan de trabajo con algunas innovaciones, entre ellas incluir en la mesa de negociación a José Félix Lafaurie, un poderoso líder ganadero de la derecha que se opuso al proceso de paz que firmó Santos con las Fuerzas Armadas Revolucionares de Colombia (FARC) en 2016.
¿Cómo opera, entonces, la única guerrilla vigente en Colombia y qué oportunidad hay de que este proceso sea exitoso?
El ELN se formó al tiempo que las FARC, en 1964, y en el mismo contexto: un Estado cooptado por dos partidos políticos que excluyó cualquier propuesta alternativa, y en medio de la euforia que generó la revolución cubana en la región.
Sin embargo, ELN no es una guerrilla campesina como las FARC. Sus fundadores fueron intelectuales urbanos inspirados por la ideología marxista que fueron a entrenarse a Cuba y desde un principio recibieron financiación de Fidel Castro.
Además, a diferencia de la estructura vertical de las FARC, el ELN opera como una federación: sus frentes a lo largo del país tienen autonomía y las decisiones pasan por complejos procesos de conciliación.
El ELN nació en el departamento de Santander, en San Vicente de Chucurí, a menos de 100 kilómetros del corazón petrolero y sindical del país, Barrancabermeja, y no muy lejos de la frontera con Venezuela, país donde han aumentado su presencia durante la última década.
Desde un principio, la militancia de sacerdotes jesuitas en las filas del ELN le dio a la guerrilla cierta connotación religiosa, una línea de pensamiento que combina las ideas revolucionarias con las de la teología de la liberación.
Su interacción con la comunidad en algunas regiones del país es cotidiana. Incluso hay pueblos donde tienen apoyo popular. A diferencia de otras guerrillas, el ELN ha mantenido vigente su trabajo político con la gente.
Según las autoridades, su fuente de financiamiento ha sido, como para las otras guerrillas, el cobro de comisiones a los narcotraficantes, así como el secuestro. Pero el grupo niega ser una parte activa del tráfico de drogas.
El ELN ha tenido momentos de más y menos poder durante sus más de 60 años de existencia.
A comienzos de los 70 fue casi eliminado por una ofensiva de las fuerzas de seguridad, pero logró sobrevivir y fortalecerse. Su período de más actividad fue en la década del 90, cuando ejecutó cientos de secuestros y acciones contra la infraestructura del país, especialmente la petrolera.
La Fundación Ideas para la Paz estima que en 2017 se vincularon cerca de 1.000 personas a la guerrilla y que para 2018 contaba con más de 4.000 integrantes.
El ELN ha aprovechado la ausencia de las FARC para tomar algunos territorios. A su vez, se ha tenido que enfrentar a diversos grupos armados que luchan por controlar regiones remotas del país.
Después de suspender el proceso de paz tras el atentado de 2019, Duque siempre mantuvo que no reanudaría los diálogos si el ELN no liberaba a los secuestrados.
La guerrilla sostiene que no tiene civiles secuestrados, aunque cada tanto capturan y liberan miembros del ejército con quienes entablan enfrentamientos. Hoy es imposible saber exactamente cuántos secuestrados tienen, no solo porque cada frente del ELN opera de manera aislada sino porque su presencia en Venezuela impide saber su condición actual.
El tema del secuestro es uno de los argumentos que usan los críticos de reanudar el proceso con el ELN.
Los expertos aseguran que negociar con esta guerrilla es más difícil que con las FARC por su carácter federal: entablar un diálogo con sus líderes históricos no garantiza que todos los frentes estén en la misma línea y vayan a acatar las pautas del acuerdo.
Cada frente del ELN en cada región del país tiene condiciones, causas, amenazas y rentas distintas. Además, cada uno tiene demandas diferentes ante el Estado.
Negociar con un frente no significa estar avanzando con el otro y por eso, hasta ahora, las intenciones de paz se han visto frustradas: si un frente está sentado en la mesa, otro bien puede estar lanzando estrategias de guerra.
Mantener esa contradicción es muy difícil políticamente, sobre todo ante una opinión pública que quiere dejar atrás la página de la guerra de guerrillas.
Dicho eso, este proceso de paz que impulsa Petro tiene varias diferencias con los anteriores que permiten pensar que hay una oportunidad de éxito.
Por exguerrillero y por tener una agenda de izquierda, Petro goza de cierto margen de confianza dentro de la guerrilla.
El mandatario, además, restableció relaciones con el gobierno de Venezuela, donde el ELN, según las autoridades colombianas, se ha refugiado durante años con el beneplácito del Estado. Nicolás Maduro busca reinsertarse en la comunidad internacional y Petro le sirve de ancla ante el mundo.
Aunque el ELN se ha fortalecido durante los últimos años, su poderío militar no alcanza para lograr su principal cometido de llegar al poder. Asimismo, la emergencia de grupos narcotraficantes, neoparamilitares y de las disidencias de las FARC le ha obligado a combatir frentes distintos al del Estado, que es su enemigo natural.
A diferencia de los gobiernos anteriores, Petro ha invertido la mayor parte de su capital político en lo que él llama “la paz total”, un ambicioso objetivo que permite pensar que ajustará la negociación a muchos de los requerimientos del ELN.
La llegada de Petro al poder a través de los votos le quitó argumentos a la lucha armada. Una agenda de izquierda ya puede llegar al poder en democracia. Quizá armarse en la clandestinidad para luchar contra la desigualad y la exclusión fue necesario en el pasado, pero hoy, ya quedó claro que no es así.
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