El aviador letón Herberts Cukurs (1900-1965) llegó a Brasil el 4 de marzo de 1946, un lunes de carnaval, a bordo del vapor español Cabo de Buena Esperanza.
Procedente de Marsella, Francia, donde se embarcó el 5 de febrero, lo acompañaban su esposa, Milda, de 38 años; sus tres hijos, Gunnars, de 14, Antinea, de 12, y Herberts, de 4; su suegra, Made, de 64, y una joven judía llamada Miriam Kaicners, de 23 años.
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Desde el puerto, Cukurs y su familia se dirigieron a una casa en Sao Cristóvao, en la Zona Norte de Río. Miriam se fue a vivir con una familia judía de apellido Chapkosky.
“Cukurs no ingresó a Brasil por las vías de escape utilizadas por criminales nazis después de la guerra. Ingresó legalmente, beneficiándose de la política de inmigración racista que imperaba en nuestro país: era blanco, europeo y cristiano”, explica el historiador Bruno Leal, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Brasilia (UnB) y autor del libro “El hombre de los hidropedales. Herbert Cukurs: La historia de un presunto criminal nazi en el Brasil de posguerra” (FGV Editora).
“Incluso si el gobierno brasileño hubiera llevado a cabo una investigación más profunda, difícilmente habría encontrado, en ese momento, acusaciones de crímenes de guerra contra Cukurs”.
Para sobrevivir en Río de Janeiro, Cukurs vendió una cámara Leika a Izaks Bojarskis, un empleado de los grandes almacenes Mesbla, por 8.500 CR$ (cruzeiros) -el salario mínimo en ese momento era de 380 CR$-.
En su país de origen fue considerado un héroe nacional de la Fuerza Aérea de Letonia. Con vasta experiencia, diseñó, construyó y mantuvo los aviones que pilotaba. Entre otras hazañas, viajó a Gambia en 1933 y a Japón en 1936.
En Río, el supuesto refugiado de los horrores de la Segunda Guerra Mundial se ganaba la vida como empresario. Uno de sus primeros emprendimientos fue alquilar hidropedales (pequeños vehículos acuáticos a pedal para uso recreativo) en la Laguna Rodrigo de Freitas, en la Zona Sur de la ciudad.
Poco o nada se sabía sobre su papel en la ocupación nazi de Letonia.
“La estancia de Cukurs en Brasil no tuvo nada que ver con la acción de redes secretas nazis, ni con una política de encubrimiento del gobierno brasileño”, explica Leal.
“La idea de que América del Sur era un 'paraíso' para nazis y criminales nazis y que los países de la región recibieron 'un gran número' de ellos surge de una narrativa indocumentada y muchas veces sensacionalista, difundida por muchos medios y la cultura de masas. Quizás el gran 'paraíso nazi' en el período de posguerra fue la propia Europa”.
En julio de 1949, Cukurs y su familia solicitaron la naturalización brasileña. En ese momento, su empresa, Herberts Cia. Ltda, con sede en el municipio vecino de Niterói, contaba con 20 hidropedales, dos lanchas rápidas, cinco kayaks, un velero y un hidroavión, entre otras embarcaciones.
Pero el 30 de junio de 1950, su vida dio un vuelco. La Federación de Sociedades Israelíes en Río de Janeiro, con base en los testimonios de cinco sobrevivientes del Holocausto, convocó una conferencia de prensa para acusar al inmigrante letón de ser un criminal de guerra.
Cukurs fue responsabilizado del asesinato a sangre fría de unos 30.000 judíos durante la ocupación nazi de Letonia. También fue acusado de haber expropiado inmuebles, profanado cementerios y quemado sinagogas.
Entre 1940 y 1945, Letonia fue ocupada en dos ocasiones. La primera vez, en junio de 1940, por la extinta Unión Soviética, y la segunda, en julio de 1941, por Alemania.
Durante la ocupación nazi, Cukurs formó parte del Comando Arajs, el principal grupo colaboracionista de Letonia.
“Letonia se independizó en 1918. Pero su libertad duró poco: en 1940 la invadieron los soviéticos y, un año después, los nazis”, cuenta la periodista y escritora Heliete Vaitsman, directora del Museo Judío de Río de Janeiro y autora de la novela histórica “El cisne y el aviador” (Rocco), libremente inspirada en la biografía de Herberts Cukurs.
“Entre 1941 y 1945, la comunidad de 80.000 judíos letones casi se extinguió. Miles de judíos alemanes y austríacos transportados a Letonia en trenes también fueron ejecutados, generalmente mediante fusilamientos masivos. Sus cuerpos fueron arrojados a fosas comunes”.
Con motivo de las denuncias de la Federación de Sociedades Israelitas de Río de Janeiro, Cukurs admitió que colaboró con la ocupación nazi, pero negó las acusaciones. Esto no sirvió de nada. El escándalo llegó pronto a las páginas de los periódicos.
“Famoso asesino”, publicó el diario Folha do Rio, en la edición del 30 de junio de 1950.
“Indeseable”, tituló la Tribuna da Imprensa, del 13 de julio de 1950.
Para el diario Tribuna da Imprensa, Cukurs se convirtió en “el nazi de los hidropedales”.
Indignada, la población de la entonces capital federal del país pidió la expulsión inmediata de Herberts Cukurs del país.
A la rueda de prensa asistieron algunos de los reporteros más importantes de la época, como Joel Silveira (1918-2007), del Diário de Notícias, y Austregésilo de Athayde (1898-1993), del Diário da Noite.
La Federación de Sociedades Israelíes en Río de Janeiro distribuyó copias mecanografiadas de los testimonios de cuatro sobrevivientes: David Fischkin, Max Tukacier, Abram Shapiro y Rafael Schub.
Bajo juramento, los testigos relataron episodios desgarradores, que ellos mismos presenciaron o sufrieron, llevados a cabo por Cukurs.
Fischkin describió al letón como “un criminal de guerra” que, el 30 de noviembre de 1941, disparó a 16.000 judíos, hombres, mujeres y niños, en el bosque de Bikernieku.
“Cuando un niño comenzó llorar, lo separó de su madre y le disparó ahí mismo”, dijo.
Según los relatos de los supervivientes, a Cukurs le gustaba disparar a sus víctimas en los talones mientras huían. Tan pronto caían indefensos, les apuntaba a la nuca y apretaba el gatillo.
Tukacier dijo que lo llevaron al número 19 de la calle Waldemar en Riga, la capital del país. En ese edificio funcionaba el principal centro de interrogatorios, detenciones y torturas para judíos y opositores de los nazis en Letonia.
En los “cuarteles de la Gestapo”, como le llamaban los judíos, Tukacier sufrió palizas y malos tratos.
“Recibí golpes horribles que hicieron saltar casi todos mis dientes. Ahora uso una dentadura postiza”.
En ese centro, Tukacier fue testigo de innumerables atrocidades: desde trabajos forzados hasta ejecuciones sumarias. Cualquiera que se atreviera a llorar o desmayarse durante una sesión de tortura era fusilado.
En una de esas sesiones, Cukurs obligó a un hombre de 60 años y a una chica de 20, ambos de origen judío, a quitarse la ropa y tener relaciones sexuales. Ante la negativa del hombre, Cukurs le dio una paliza.
Shapiro dijo que, en la oscuridad de la noche, muchos judíos fueron sacados de sus celdas en Waldemar Street y llevados a un destino desconocido.
Una vez, cuando se atrevió a preguntarle a un centinela qué estaba pasando, le respondió con sarcasmo: “Se fueron a cazar conejos”.
En otra ocasión, Shapiro se vio obligado a tocar el piano toda la noche en un apartamento en Riga.
En cierto momento, Cukurs y otros oficiales de la Policía de Seguridad, totalmente embriagados, mandaron a buscar a una joven judía, que había estado prisionera durante varias semanas.
“Sentado al piano, fui testigo presencial de cómo los letones violaron a la joven, uno tras otro”, describe.
Uno de los testimonios más aterradores fue el de Schub. Relató que en la madrugada del 4 de julio de 1941, Cukurs y sus hombres acorralaron a 300 judíos lituanos que habían huido de su país en la sinagoga de Gogolstrasse en Riga.
Al principio los obligaron a tirar los pergaminos sagrados de la sinagoga en el piso. Como se negaron a cometer tal sacrilegio, Cukurs echó gasolina por el suelo y, con granadas de mano, le prendió fuego.
“Los judíos corrieron hacia las puertas y ventanas, pero los centinelas que estaban afuera les dispararon”, informó el sobreviviente. “Las 300 personas fueron quemadas vivas, incluidos muchos niños”.
En otra ocasión, Cukurs ordenó que 2000 judíos se ahogaran en el lago Venta en Kuldiga, Courland. Los que se negaban a entrar al agua eran fusilados allí mismo, a la orilla del lago.
Con la repercusión desfavorable del caso, la ciudad de Río no renovó la licencia de los hidropedales, el Ministerio de Aeronáutica revocó su licencia de piloto y el Ministerio de Justicia no procedió con su pedido de naturalización.
Una multitud, con pancartas y gritando consignas, realizó una protesta en la Laguna Rodrigo de Freitas. Abordado por un equipo del periódico O Globo, Cukurs prefirió no dar una entrevista.
Solo dijo que pronto probaría su inocencia. “¡Mírame! ¿Parezco un verdugo?”, le preguntó a un reportero, según la edición del 25 de julio de 1950.
En 1951, Cukurs y su familia se mudaron a Niterói, en 1953 a la ciudad de Santos y, tres años después, a Sao Paulo. En Sao Paulo el inmigrante montó una empresa de taxis aéreos en la represa de Guarapiranga.
“Un aspecto que contribuyó mucho a que Cukurs nunca fuera expulsado del país fue la inoperancia de ciertos gobiernos extranjeros. El caso más importante involucra al gobierno británico”, cita Leal.
“En la década de 1950, la embajada de Brasil en Londres se puso en contacto con el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Foreign Office, para comprobar las acusaciones contra Cukurs. Pero había una gran mala voluntad por parte de la diplomacia británica. El Foreign Office estaba más preocupado por la Guerra Fría que por el pasado nazi”.
La vida de Cukurs dio otro giro el 23 de mayo de 1960, cuando Adolf Eichmann (1906-1962), uno de los criminales de guerra más buscados del mundo, fue capturado en Argentina por agentes del servicio secreto israelí, el Mossad, y llevado a Israel, donde fue juzgado por su participación en el exterminio de judíos.
Declarado culpable, Eichmann fue ahorcado el 1 de junio de 1962.
Temeroso de ser el siguiente en la lista de los israelíes, Cukurs incluso pidió una licencia para portar armas —una pistola italiana Beretta de 6,35 mm— y solicitó protección policial. “Consiguió ambas”, dice Leal.
El 12 de septiembre de 1964 llegó a Brasil un supuesto empresario austríaco llamado Anton Kuenzle.
Buscando nuevas oportunidades de negocios en la industria del entretenimiento, se puso en contacto con Cukurs. Kuenzle era en realidad el nombre en clave de Yaakov Meidad (1919-2012), el agente del Mossad responsable de capturar a Eichmann en Argentina.
En poco tiempo, los dos se hicieron amigos. Meidad se ganó la confianza de Cukurs y lo convenció de expandir su negocio a Uruguay.
Fue así como, el 23 de febrero de 1965, los dos se embarcaron rumbo a Montevideo. Allí, Kuenzle le mostraría a Cukurs la casa que alquilarían como sede de su empresa de turismo. Estaba ubicada en el balneario de Shangrilá, a 18 kilómetros del centro de Montevideo.
Cuando Cukurs descubrió que había caído en una trampa, ya era demasiado tarde.
“El gobierno brasileño, aunque no expulsó a Cukurs, nunca le concedió la naturalización brasileña. Eso lo dejó vulnerable a la extradición”, explica Leal.
“Resulta que ningún país la había pedido a Brasil. Alemania intentó, a principios de la década de 1960, abrir un proceso de extradición, pero la acción terminó tardando mucho y Cukurs murió. Si eso hubiera sucedido antes, tal vez el desenlace hubiera sido otro, bastante diferente”.
“Los que no olvidarán”
Dentro de la casa, cuatro agentes del Mossad se abalanzaron sobre Cukurs. El plan original era inmovilizar al criminal, leer su veredicto y luego ejecutar la sentencia. Pero a pesar de sus 64 años, Cukurs resistió.
“El miedo a la muerte le dio una fuerza increíble”, escribió Meidad en “La ejecución del verdugo de Riga” (The Execution of the Riga Executioner, 2004), coescrito con el periodista israelí Gad Shimron. “Luchó como un animal salvaje y herido”.
Durante la pelea, Cukurs gritó en alemán: “¡Déjenme hablar!”. Pero nadie lo escuchó.
Uno de los agentes tomó un martillo y asestó un golpe tan violento en la cabeza de Cukurs que la sangre salpicó por todas partes. Luego otro le colocó una pistola en la cabeza y disparó dos tiros.
“Las dos balas acabaron con la vida de Cukurs. Era el martes 23 de febrero de 1965, 12:30 horas”, afirma Meidad en su libro.
El cuerpo de Herberts Cukurs fue encontrado por Alejandro Otero, comisario de policía de Montevideo, el 6 de marzo de 1965. Estaba dentro de un baúl de madera, en avanzado estado de descomposición.
Otero había recibido un aviso anónimo. Sobre el cadáver había una nota que decía: “Considerando la gravedad de los delitos de los que se acusa a Herberts Cukurs, especialmente su responsabilidad en el asesinato de 30.000 hombres, mujeres y niños, lo condenamos a muerte”.
El grupo que firmó la nota se autodenominaba “Los que no olvidarán”.
“Hasta el día de hoy, personas como Efraim Zuroff, director del Centro Simon Wiesenthal en Estados Unidos, lamentan la forma en que ejecutaron a Herberts Cukurs”, pondera la periodista y escritora Heliete Vaitsman.
“Según Zuroff, los procesos ante los tribunales son más útiles para la historia y la justicia que las ejecuciones sumarias. Si el piloto hubiera sido juzgado, y si se hubieran producido pruebas, esto habría obstaculizado las afirmaciones de inocencia que sus defensores insisten en hacer. En 2011, los nacionalistas letones reclamaron su inclusión en el Panteón de los Héroes Nacionales”.
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