¿Quién es el nuevo ministro de Justicia? Néstor Osuna (Bogotá, 1962) es un amante de la ópera, un brillante abogado y un aplaudido profesor universitario. Fue magistrado del Consejo Superior de la Judicatura y conjuez de la Corte Constitucional. No es amigo de Petro ni tampoco le hizo campaña (de hecho, no sabe quién le sugirió su nombre al actual presidente). Está casado con el periodista Mauricio Arroyave, con quien ni tiene ni va a tener hijos. Aquí narra cómo se enamoró del reconocido presentador de TV y de lo orgulloso que se siente de su relación conyugal, al punto que le recomienda a su comunidad “salir del clóset”.
Nadie esperaba que Néstor Osuna fuera ministro. Tampoco él. Abogado, profesor universitario, árbitro de la Cámara de Comercio, exmagistrado del Consejo Superior de la Judicatura y también exconjuez de la Corte Constitucional, Osuna, a dos años de llegar al sexto piso, se convierte en el primer ministro de Justicia de Gustavo Petro.
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Amigo del hoy presidente no es; tampoco ha participado en campaña alguna de Petro. La timidez no le habría dejado brillar en la política. Solo en confianza, y con amigos, revela su humor impecable. O en clase, donde sus alumnos saben que tiene una lengua certera.
Recuerda direcciones exactas de las casas en que vivió de niño, teléfonos y hasta el número de su tarjeta de identidad. Recuerda también cuán duro es vivir ocultando los sentimientos: es gay salido del clóset y casado con el periodista Mauricio Arroyave, con quien ni tiene ni va a tener hijos. Pero tienen siete gatos que no pretenden ver como “hijos”, aunque es capaz de levantarse a las dos de la madrugada si Copérnico o Mayo le piden comida. En su casa de recreo de fin de semana, en Subachoque, hay otros cinco: Fruna, Carbona, Dante, Arequipe y uno que tiene dos nombres: él lo llama Pluma Negra y su marido, Barrabás.
Es una persona dulce, pero estricta en los resultados del trabajo. En el primer consejo de ministros le tocó precisamente al lado de la ministra del Trabajo y poco trabajo le costó hacer buenas migas con ella. Como ministro “palo”, vive jornadas bien agitadas. Vértigo y sorpresa, palabras que podrían definir su primera vez en un gabinete.
¿Han sido los días más intensos de su vida?
Por lo menos los días en que menos he dormido, con toda seguridad. Pura emoción y aprendizaje.
¡Y eso que usted se levanta a las cuatro de la mañana!
Desde que acepté ser ministro he tenido noches de tres horas, pero, sí, es cierto que duermo poco y eso data de mi infancia. Vivíamos en una casa con patio en la mitad y columpio. Mis papás me cuentan que los domingos comenzaba a sonar el aparato desde las seis de la mañana. Con el tiempo eso se ha ido acentuando, pero tiene que ver con que a las nueve de la noche ya estoy bostezando. He sido madrugador toda la vida, pero no insomne. Más bien, tempranero.
¿Era una casa tradicional en Bogotá?
Sí, a dos cuadras de la Clínica Palermo. Vieja, de dos pisos. Ahí vivíamos mis papás, mi hermana y yo, mis abuelos y algunos tíos.
¿Toda esa gente bajo el mismo techo?
Los abuelos fueron a vivir con nosotros desde que era niño y los tíos, que no eran de Bogotá, venían a estudiar. Ninguno se quedó; están desperdigados por el mundo. Mi abuelo Rafael Osuna era tolimense, lo trajo la violencia, y mi abuela Sofía, bogotana. Mis abuelos maternos eran de Norte de Santander: el abuelo de Chinácota y ella de Pamplona. Cuando mi mamá terminó bachillerato la mandaron a estudiar a la Universidad Nacional. Se hospedó en una casa donde alquilaban cuartos, que era de propiedad de una tía de mi papá, y ahí se conocieron y se enamoraron. Y nacieron dos hijos, porque tengo una hermana, Beatriz, diseñadora gráfica, que hace algunos meses se fue con su familia a vivir a los Estados Unidos.
¿Cómo se dio cuenta de que quería ser abogado?
Casi a punto de inscribirme a la universidad. No tenía una idea clara de para dónde coger, como les pasa a todos los bachilleres. No había abogados en mi familia; es más, excepto por mi mamá, que estudió química farmacéutica, soy profesional de primera generación en mi familia. Nos habían hecho una orientación profesional en el colegio y cuando me preguntaron escribí, ni sé por qué, que me inclinaba por medicina, economía, psicología o derecho. Los orientadores me recomendaron estudiar algo que no implicara trabajar al aire libre, que no iba con mi personalidad. Sin mayores reflexiones, como no fuera querer una carrera con horarios normales, me decidí por el derecho. Gran sorpresa para mi papá, que, tal vez porque fui muy bueno para las matemáticas, pensaba que iba a ser ingeniero.
No solo en matemáticas debía irle bien. Tiene cara de “pilo”.
En el colegio solo alguien tenía mejores notas, Rafael Castilla, hoy médico que vive en Nueva York. Me pasó lo mismo en la universidad: la “repila” del curso era Sandra Morelli, que llegaría a contralora, y fue mi amiga.¿
En esa época se planteaba llegar a altos cargos, como le pasó a Morelli?
Nunca he sido de los que van planeando cómo va a ser la vida, ni me mueven ambiciones específicas. Lo único cierto es que, cuando entré al Externado, me enamoré del derecho. Por azar o por irresponsabilidad, pero ha sido la mejor decisión que he tomado. Nunca me propuse ser juez o cualquier otra cosa; mucho menos ministro.
¿Pensó ser petrista? ¿Es petrista?
El discurso de Petro y sus ideas de renovación siempre me han cautivado, pero nunca he tomado parte en los partidos o movimientos del presidente. Tampoco tengo una larga trayectoria de contacto con él. Es cierto que he estado en el liberalismo, pero lo del activismo político no va mucho conmigo. Solo tenemos afinidades ideológicas y algunos episodios concretos de contacto universitario
.¿Petro llegó a su vida o usted a la de él?
El destino nos juntó. La primera conversación que tuve con él fue en pandemia, en un Zoom que, a manera de desayuno virtual con diálogo e invitados, teníamos unos profesores de derecho constitucional semanalmente. Gracias a un amigo común, Julio César Ortiz, abogado cercano a Petro, terminamos llevándolo. Todos los otros encuentros, no más de tres, como le digo, fueron en el escenario académico, de sus visitas al Externado, ya fuera a conocer al nuevo rector o al debate presidencial en la universidad, de la que es exalumno
.¿Quién le habrá sugerido su nombre a Petro?
No sé. A lo mejor lo averigüe pronto.
¿Es cierto que no fue él directamente quien le ofreció el ministerio?
Cierto. Estaba en la casa donde descanso los fines de semana, en Subachoque. Me llamó Laura Sarabia, hoy jefe de gabinete, y me dijo que Petro estaba ocupado con docenas de llamadas, pero que me mandaba ofrecer el ministerio. La posesión estaba prácticamente encima, así que fue una cosa vertiginosa: mande estos papeles, véngase a Palacio, váyase a la Plaza de Bolívar…
Terminó hablando con Petro después de la posesión. ¿Cómo fue la charla?
Hablamos de sus ideas sobre la política antidrogas y del sometimiento, todo tal cual como prometió en campaña. Y de que no es prioritario construir más cárceles, sino abogar por un sistema penal y penitenciario alternativo, con soluciones que permitan la resocialización, porque tenemos más de cien mil personas privadas de la libertad y en unas condiciones espantosas.
¿Un fuerte cambio de la lógica tradicional sobre el asunto?
Sí, llevamos varios años de tener una lógica punitivista, carcelaria y represiva. Y eso no ha dado resultados satisfactorios en la disminución de la criminalidad o la inseguridad. Por eso le digo lo de las cárceles: no vamos a seguir gastando dineros públicos en sitios para arrumar personas, donde solo hay una negación de la dignidad humana. Vamos a revisar cuántas de las conductas del código penal no deberían conducir a una persona a la cárcel.
¿No cree que muchos puedan pensar al oírlo en la palabra impunidad?
No, impunidad, no. Es considerar otro tipo de castigos, más enfocados en la reparación y en el restablecimiento de la armonía. Los castigos, pensando en escenarios como el del trabajo social, le servirán al delincuente y, también, a través de la reparación econó- mica, a las víctimas.
¿Van a terminar saliendo muchísimas personas de las cárceles?
Los criminólogos más expertos cuestionan mucho la utilidad de las cárceles. Sé que hablar de sacar personas de las cárceles es un gran escándalo, pero probablemente, en términos de sociedad, no pase nada. No aumentará la criminalidad o la inseguridad. Claro que habrá gente presa, por delitos sobre los que haya un consenso, y ellos aprenderán en las cárceles un empleo que les va a resolver la vida. Esta sociedad se merece una forma de tratar decorosamente a los delincuentes. Le juro que, hoy, las cárceles no sirven para nada diferente a crear más delito.
¿Emprenderá el duro camino de la reforma a la justicia?
Todas las últimas se han concentrado en las altas cortes, su elección y sus periodos. Dejemos eso quieto, con sus posibles imperfecciones. La verdadera reforma no es necesariamente constitucional, es propender por una dinámica de resolución de procesos más efectiva y rápida. No podemos seguir con pleitos que duran cinco o seis años, y la idea es que no pasen de cinco o seis meses. Modificaremos el ritualismo judicial y tendremos más jueces.
¿También estará usted comprometido en una nueva dinámica, como ha dicho Petro, del asunto de las drogas?
Sí. La guerra contra las drogas es un fracaso total. Aquí hemos puesto los muertos, la sangre, el dolor. Es cierto que en el concierto internacional la voz de Colombia no manda, pero sí podemos enfocarnos en prevenir el consumo, más como un asunto de salud pública que criminal. Pensemos en los campesinos, en los pequeños cultivadores de hoja de coca; no los criminalicemos. Les brindaremos opciones. Tenemos que llegar a poner agenda en que las drogas sean, a nivel internacional, algo regulado por el Estado, similar a lo que ocurre con los licores. Llegar a un mundo sin la violencia y las muertes que produce la ilegalidad.
¿Es conveniente meter en un mismo costal los acercamientos con el ELN y las bandas criminales?
No. Una cosa es un grupo armado por razones políticas, con un cierto estatus, y otra cosa son los grupos delincuenciales armados con propósitos de narcotráfico. El gobierno ha iniciado unos acercamientos con el ELN, se dialoga. Con los otros es posible que se ofrezcan unas condiciones de sometimiento para lograr una posibilidad que nos ilusiona a todos: vivir en un país sin organizaciones delincuenciales.
Casi sin conocerlo, Petro creyó en usted. ¿Qué tanto cree usted en Petro?Puedo darle fe de que creo en Petro. Pero la confianza tenemos que ganárnosla en el trabajo diario.
Fe que no le alcanza para Dios. ¿Por qué es ateo?
Por lo racional. Soy un tipo medio frío, convencido de los métodos científicos y del empirismo. No soy un ateo militante. Simplemente un descreído o, como diría mi marido, un humanista laico.
¿Alguna vez ha rezado?
Vengo de una familia tradicional y había que ir a algunas misas. No rezábamos en casa. Mis padres nunca dijeron nada en contra de la religión, pero tampoco era un tema central en el hogar. Estudié en colegio católico y me queda el recuerdo de las partes de la misa y algo del padrenuestro, pero la religión no es parte de mi vida.
¿Qué es más difícil, encontrarlo a usted un domingo en misa o en el estadio?
¡Igual de difícil! Nunca he practicado ningún deporte, ni disfruto mucho del fútbol. Si así fuera, tendría la mitad del cuerpo que tengo; pero, como espectador, me pueden dejar en televisión viendo un partido de tenis y cuando vuelvan al otro día me encontrarán viendo más tenis.
Quienes lo conocen aseguran que, aparte de las transmisiones de tenis, la televisión lo duerme, que no aguanta una película completa…
Esas son calumnias de la oposición. Nunca me he escuchado roncar y, como soy empirista, no existe aquello de lo que no tengamos evidencia.
¿Cómo es tener la “oposición” en casa cuando uno es hombre y esa “oposición” es masculina?
Mauricio y yo tenemos una relación armónica, fluida y amorosa. Cuando estamos en desacuerdo, no hay nada más que hacer: ¡darle la razón a él!
¿Quién enamoró a quién?
Él a mí, porque lo veía en televisión, presentando el noticiero CM&, y decía “¡guau, qué tipazo!” Cuando nos conocimos, él tenía novio y me tocó aplicar una sólida estrategia de conquista.
¿Usted le espantó el novio?
No, ¡se espantó solito!
¿Le parecía churro Mauricio?
Me parecía y me sigue pareciendo.
¿Quiso conocerlo o fue algo casual?
Quería conocerlo y, de hecho, alguna vez nos habíamos visto fugazmente en una reunión llena de gente. Luego, cuando se celebraban los 15 años de la Constitución, el Externado quería hacer un evento con presencia del expresidente César Gaviria. Como yo dirigía el área de derecho constitucional, el rector, Fernando Hinestrosa, me dijo que viniendo un expresidente necesitábamos alguien de postín que presentara. Por pura coincidencia me sugirió que buscara a Mauricio Arroyave, que lo hacía muy bien, y si no, a Judith Sarmiento, que solía colaborarnos en estas cosas. Lo ubiqué, conversamos, nos tomamos un café y ahí comenzó nuestra historia. ¡Esta relación también es hija de la Constitución!
¿Los dos muy serios?
Chistes no cuento, solo me gusta el recurso de la ironía y la mordacidad. Y detesto el humor sexista, homofóbico o que se mofa de las minorías. Si parezco retraído, es por lo tímido. Incluso de niños, cuando caminaba con mi mamá por Chapinero, me asustaban los payasos de los almacenes. Ruidosos, con porras en la mano: les tenía pavor.
Después del acto en el Externado, ¿quién da el primer paso?
Él me llama a hacerme una consulta del seguro para un amigo común que había tenido un accidente automovilístico. Y nos fuimos haciendo cada vez más cercanos, aunque fue difícil porque, aparte del accidentado, no compartíamos un grupo de amistades. No existía esa excusa de la fiesta de fulano o el cumpleaños de zutana. Tuvimos que labrar los dos la relación con empeño.
¿Cuándo le dijo que lo amaba?
Un par de meses después de estar saliendo tuve un viaje. Como iba a estar una semana fuera de Bogotá le mandé unas flores, y ese fue el momento en que quedó claro lo que teníamos. Supimos que la relación iba para largo. Nos conocimos ya grandecitos, hace 16 años, y tengo 58; él es dos años menor que yo. En esa época no había la posibilidad legal de casarnos, pero al año de salir nos fuimos a vivir juntos y cuando se pudo, nos casamos.
¿Usted ha sido un hombre de muchos amores? ¿Recuerda cuántas parejas tuvo antes de Mauricio?
Pocas. Pero claro que me acuerdo de varios novios, ¡ni que fuera el más feo!
¿Tuvo novia?
Nunca.
¿Cómo fue vivir dentro del clóset?
Horroroso. Cuando era niño, eso era casi como un delito. Asumo que mi mamá se dio cuenta desde el parto que yo era homosexual, pero del asunto no se hablaba y ella se ponía nerviosa cuando comenzaba a tener una especial cercanía con algún amigo del colegio. No me dejaba ir a la casa de él y se las arreglaba para que las reuniones fueran en grupo o en nuestra casa. Podía perder materias o volarme del colegio, pero lo realmente grave era este asunto. Incluso cuando entré al Externado seguía siendo un tema nada fácil, algo oculto, clandestino.
¿Cuándo decidió vivir sin ocultar el ser gay?
Cuando estudié en México, año 1987, ya abogado, becado en investigaciones jurídicas por la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Lejos de la presión familiar, por primera vez fui a bares y fiestas gay. Me prometí nunca volver a entrar al clóset. Es terrible, es una situación de angustia permanente, de deterioro de la autoestima. Eso destruye al ser humano. El mundo fuera del clóset es bello, libre.
¿Colombia es homofóbica?
Ahí vamos avanzando. A veces veo una sociedad abierta, plural, progresista. Pero hay otra con la que no tengo mayor cercanía, que no va por ese sendero, y ojalá los procesos de transformación fueran más rápidos. Algunas personas, por ejemplo, me decían que en el pasado no hubiera podido Mauricio escribirme, como lo hizo en Twitter el día de la posesión, y hacer pública la relación conyugal entre dos hombres. Esta vez causó reconocimiento, apoyo y aprecio.
Mauricio escribió “orgulloso de mi esposo, el nuevo ministro de Justicia”, y usted de inmediato le contestó “no estaría aquí sin ti, gracias por tanto”. ¿Cómo vivió el episodio?
El presidente acababa de decretar la suspensión del acto de posesión para que le trajeran la espada de Bolívar. Me dio tiempo para revisar Twitter y vi el trino de Mauricio. Como todo estaba siendo tan simbólico, tan emocionante, me salió del corazón contestarle, casi como si estuviéramos en una charla privada por WhatsApp. Mi hermana me llamó y me dijo: “Tu nombramiento vale tres pesos, lo importante fue el trino de Mauricio, y tienes que tener en cuenta eso siempre”.
¿Qué piensa sobre esos episodios en que un par de gais se dan un beso en público y la gente los agrede? ¿Le ha pasado alguna vez?
He vivido momentos molestos, pero intrascendentes, que uno olvida; nunca nada grave. Esas cosas son dolorosas y evidencian la necesidad que tenemos de educarnos y de combatir la homofobia. Da tristeza y rabia.
¿A su papá le dijo de frente que era gay?
No, pero tuve una pareja estable antes de Mauricio y nos fuimos a vivir juntos. Mis papás fueron a conocer el apartamento y se hicieron amigos. Nunca hablamos de un asunto que era obvio. Siempre entendí sus circunstancias: un señor nacido en los años treinta, tradicional, al que le era difícil tratar el tema.
La muerte de él fue especialmente dolorosa. ¿Padeció de Alzheimer?
Sí. Lo quise muchísimo, fue un padre maravilloso. Esa enfermedad es una canallada, una desgracia, una infamia. Llevaba seis años en un hogar geriátrico, con un deterioro permanente, privado de la posibilidad de conversar. Uno ve el cuerpo del papá, pero ya no es él: no habla, no se ríe, no entiende. Lamentablemente es una circunstancia que hoy es común con la de mi mamá. La muerte, en esos casos, también es un alivio, un descanso.
¿Cómo está ella?
Ni habla, ni camina y casi no abre los ojos. No tiene ya una conexión con este mundo. La levantan todos los días, la llevan en silla de ruedas a tomar el sol, pero ya no expresa ideas o emociones. Es dramático.
¿Se ha planteado que también pueda padecer Alzheimer?
¡Es el mayor miedo de mi vida! Cada vez que se me olvida algo pienso en lo que podría esperarme. Por fortuna, el resto de mi familia no lo ha tenido, así que solo me resta confiar en no haber heredado esa carga genética.
Con el paso de los años ha ido consolidando otra relación estable, también gracias a la que tiene con Mauricio: la de los animales. ¿Cada vez los ama más?
De niño, en casa no había animales. Recuerdo una vez que llegué con un perrito que apareció en el colegio, pero no gustó la idea de quedármelo; apenas nos acompañó una semana. Nunca tuve cercanía con animales, hasta que llegó Mauricio, y dos horas después ya conocía a los dos gatos que tenía en ese entonces. Vivir con gatos en casa me cambió la vida, me llevó a ponerme a estudiar, a leer de derechos de los animales, acerca de simios, sobre consumo de carne de vaca…
¿Es vegetariano o vegano?
Me cuesta mucho trabajo. Como carne con sentimiento de culpa. Lo mío es más tratar de mejorar las condiciones de vida de animalitos desamparados. ¡Ay, Dios!
¡Acaba de mencionar a Dios!
Lo hago frecuentemente, como una manera de hablar y, sí, tal vez sea el mensaje inconsciente de que no soy tan fanático.
¿Dios podría existir?
No tengo evidencia.
¿Ha soñado con ser padre o siente que los gatos son sus hijos?
Mi relación con los gatos es hermosa, pero no es una relación entre humanos, ni pretendo humanizarlos. No hay comunicación racional con los gatos; es algo de pura emoción. Nunca he tenido instinto paternal. Es una buena coincidencia con Mauricio, afortunadamente, porque en las parejas gay es motivo de fuerte discusión cuando uno quiere ser padre y el otro no.
Entiendo que usted es devoto de la música clásica.
Mi afición por la música clásica es enorme. Tengo hasta la aplicación de la Deutsche Welle para oírla en donde esté. Da otra dimensión al espíritu, al corazón, a la inteligencia. Potencia la humanidad. El día que me jubile tomaré clases de piano. Incluso en casa tengo uno y todos los días lo miro pensando en tener tiempo para tocarlo.
¿Cuáles son los tres favoritos de la música que oye?
Brahms, Shostakovich y Rachmaninov.
Se saltó a Beethoven…
Está fuera de concurso. Y soy operático, devoto de la ópera más suave, la italiana, la de Puccini y Verdi, que me conmueven. La ópera alemana, tipo Wagner, la conozco, pero me emociona menos. Donde haya una representación de Tosca, allá estaré, aunque tenga consejo de ministros.
¿También canta, como Abelardo de la Espriella?
No, no, no. Estuve en el coro de la universidad, pero “lo que natura no da, Salamanca no presta”.
¿Usted tiene más zapatos que Imelda Marcos?
Es falso. Pero me encantan, y me duran mucho. Tengo zapatos con veinte años de comprados. Y también uso muchas corbatas, casi siempre poco tradicionales; en eso soy atrevido. Soy capaz de cambiarme varias veces de zapatos y de corbata en las mañanas, hasta que me sienta cómodo. Visto bien, pero no caro.
¿También va a sacar las “corbatas” del Ministerio, como pidió el presidente Petro?
Claro que sí, en esas ando.
En ese mundo de los altos cargos, de los ministerios, de la política, del tradicional derecho, es más difícil que en otros escenarios vivir abiertamente como gay. ¿Ha sido complejo?
¡Pero hay tantos gais en estos escenarios! Mando la pulla para invitarlos a salir del clóset y que sean felices. Me tocó esta dimensión profesional y este país. Tal vez en otras situaciones y geografías hubiera sido más fácil.
Hablamos hace un rato de su paso por el liberalismo. ¿Votó para presidente por César Gaviria?
Sí. Y he votado por Barco, Santos, Galán y Serpa, por quien voté todas las veces que pude y nunca lo logramos. Por Uribe, no en la reelección. También apoyé a Juan Fernando Cristo.
Algo de cristiano tiene, a fin de cuentas…
Cristo cree en mí, podríamos decir con algo de humor.
¿Quién lo ha defraudado de todos esos votos que dio?
Más de la mitad de la gente por la que he votado no ganó, así que no tuvieron la oportunidad de defraudarme. En otro sentido, diré que, a pesar de las críticas duras en su momento, Barco hizo un excelente gobierno. A Santos le reconozco el proceso de paz, que tuvo mi pleno respaldo.
Finalmente, ¿qué es la justicia, señor ministro?
Justicia es otorgarle a cada quien lo que merece. Pero también es intentar dar una respuesta a quien ha cometido un delito, una falta, que nos permita reparar el daño, reconciliarnos y seguir adelante. Las víctimas necesitan reparación. Mantener odios para siempre no es justicia.
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