Hace 182 años, un 23 de julio, se nombró al último emperador de Brasil. Pedro II -quien asumió el trono a los cinco años luego de la abdicación de su padre- tenía 14 cuando fue declarado mayor de edad para ostentar el cargo.
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A él se le atribuye la abolición de la esclavitud (1888) y la promoción de las artes y ciencias en el país. El muchacho -que fue nombrado en 1873 miembro honorario de la Real Academia Española y quien se jactaba de su amistad con Luis Pasteur y Richard Wagner- también tuvo problemas con la iglesia católica por ser gran maestre masón.
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Las revueltas republicanas de 1889 terminarían con su reinado y lo obligarían a exiliarse en Francia. El 5 de diciembre de 1891, moriría en París. Pero, ¿qué tan importante fue y es para Brasil?
-Identidad nacional-
Pedro I consiguió para Brasil la independencia de Portugal, pero sus deseos sexuales y sus abusos a la reina Leopoldina de Habsburgo causaron que cayera en desgracia y debiera dar un paso al costado. En 1831, cuando su hijo Pedro II tenía cinco años, abandonó el país. Tres años más tarde, falleció en Lisboa.
Pedro II tuvo una niñez “triste y sobre todo solitaria”, aunque canalizó todas sus penas hacia los libros. La complicada situación política hizo que el 23 de julio de 1840 fuera coronado como emperador de la nación. Pero lo que siguió le fue decepcionante.
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Sus asesores pensaban que el matrimonio lo obligaría a madurar rápidamente, así que se concertó su unión con Teresa Cristina de Borbón. El rey no estaba feliz: se le había prometido una mujer hermosa, pero ella no cumplió con sus expectativas al punto que él intentó anular el vínculo. Teresa Cristina, sin embargo, fue astuta y logró entablar una buena relación con él.
Tiempo más tarde, cuando ella falleció, él escribió: “No sé cómo escribo. Murió hace media hora la emperatriz, esa santa [...]. Nunca imaginé mi aflicción”.
Para el pueblo, Pedro II era un buen monarca. Su buena imagen, además, coincidió con una economía estable -”gracias a la consolidación del café en los mercados internacionales”- y la mirada “liberal y demócrata” del emperador.
Cuenta “La Vanguardia” que el monarca supo que, para mantener la corona, era necesario que el pueblo tuviera una “tradición cultural propia”, perdida por una colonización sangrienta. Para darle forma, “potenció una literatura nacional que incluyera una rehabilitación ética y poética de lo indio (nativismo)” e incentivo la “elaboración de diccionarios y gramáticas” del tupí, “el idioma indígena más hablado en Brasil”.
El medio agrega: “Si lo africano evocaba la esclavitud y su presencia era incómoda en las artes, lo selvático aparecía como noble y auténtico, libre de reproches morales y, por ello, capaz de soportar la construcción de un pasado mítico. Lo mismo hizo con la pintura y la música: en ambos casos mostró el camino para valorizar lo pintoresco, la presencia del trópico”.
Pedro II también fundó el Instituto Histórico y Geográfico Brasileiro, creó Petrópolis (en Río de Janeiro), donde ubicó un palacio inspirado en Versalles, e invitó a campesinos alemanes para trabajar la tierra.
-El desgaste inevitable-
A Pedro II no le interesaba mucho la política. Mucho menos las guerras: en 1864 tuvo que dirigir al país en el conflicto con Paraguay (liderado por Francisco Solano López), que finalmente ganaría Brasil. Sin embargo, su salud se vería afectada seriamente al punto de que, con 45 años, ya tenía una gran barba blanca y “el aspecto cansado y pesaroso”.
Viajar le abrió la mente. Su primera travesía hacia Europa se dio por la muerte de su hija Leopoldina, quien falleció en Viena por el tifus. El problema fue que se ausentó del país por cerca de un año. Visitó Estados Unidos, Italia y otras realidades que confirmaron que reinar una nación no era lo suyo.
En paralelo, políticamente empezó a perder peso. “La Vanguardia” escribe: “El emperador se había convertido en motivo de muchas caricaturas en los periódicos: no se comprendía su modestia, el hecho de que viajara con un séquito reducido y sin visitas oficiales, que vistiera como un burgués corriente, con un sencillo frac”.
Su trono lo ocupaba su otra hija, Isabel, pero él no estaba contento. Reinar era una cuestión de hombres, pero entre que decidía qué hacer, ella aprobó la Ley del Vientre Libre, “por la cual los nacidos de mujeres esclavas podían permanecer con la madre”.
En 1888, se abolió la esclavitud.
El trabajo de los esclavos era uno de los motores de la economía brasilera, aquello que hacía mucho más rentable el negocio de los hacendados, así que la prohibición le generó enemigos poderosos.
Un año más tarde, el 15 de noviembre de 1889, se proclamó la República Brasileña a partir de un golpe de Estado. “Era una declaración que apenas contaba con apoyos. Pedro podía haberse impuesto, pero no lo hizo”, escribe “La Vanguardia”.
El medio concluye: “A los pocos días, la familia imperial partía para Europa. En el poco tiempo de vida que le quedaba comprendería claramente su error. Demasiado tarde. En el exilio soñará con que sus antiguos súbditos le reclamen. Nunca sucedió. Pedro moría en París el 5 de diciembre de 1891″.
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