“Yo me fui a los 12 (años con la guerrilla) y casi cumpliendo los 13 (...) cogí mi primer arma”, relata a la AFP Aurora, que a los 16 años perdió la pierna izquierda en un combate y cuya identidad es resguardada por seguridad.
Esta joven de baja estatura y carácter alegre que hoy es una estudiante de bachillerato de 24 años, cuenta que mientras estuvo en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, comunistas) manejó desde un fusil AK-47 hasta un rifle R15 y recibió todo tipo de lecciones sobre táctica militar.
“Allá le daban a uno clases en un aula, a uno le enseñaban muchas cosas, cómo defenderse contra el enemigo (...), estudiar el reglamento”, dice.
Aurora se unió a las FARC porque tenía problemas en casa y, como la zona del centro del país donde vivía era bastión de esa guerrilla lo vio como algo natural. Había crecido en el campo, apartada de los libros y dedicada a cargar plátano y maíz sobre su espalda desde pequeña.
Aunque no hay datos claros sobre menores reclutados en Colombia, el estatal Instituto de Bienestar Familiar (ICBF) ha atendido desde 1999 a más de 5.000 niños desvinculados de grupos armados.
De estos, 60% pertenecieron a las FARC, 20% a las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), 15% a la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el resto a otros grupos que han participado en el conflicto que azota al país desde hace más de medio siglo.
El reclutamiento de menores ha sido parte de las negociaciones de paz que las FARC sostienen en Cuba desde 2012 con el gobierno y, en febrero pasado, la guerrilla se comprometió a no incorporar más menores de 17 años.
Un ofrecimiento que generó indignación en Colombia, donde se le exige al grupo que no solo deje de reclutar sino que también libere a todos los menores en su poder.
CRECER ENTRE COMBATESComo niña en las FARC, Aurora no tenía claro por qué luchaba, pero sí que debía hacerlo en igual condición que los demás.
“Uno ingresa allá y (...) ellos le dicen a uno que ingrese por una causa, pero yo ni idea. A mí me decían: 'Tiene que irse para tal lado' y yo cumplía órdenes”, afirma.
Confiesa, sin embargo, que desvincularse del grupo fue duro. “Estuve allá casi cinco años. Mi crianza fue allá en el grupo y al salir era muy difícil porque ya yo estaba acostumbrada a unas reglas”.
Con ayuda de psicólogos, logró reinsertarse en la vida civil y sobrellevar el trauma de haber perdido su pierna. Ahora está casada y sueña con cursar estudios de estética.
Además, tiene una humilde casa en construcción al sur de Bogotá, que compró con ayuda de la estatal Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR).
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