En el sur de México hay un restaurante tan pequeño que el corazón de sus dueños apenas cabe por la puerta.
Se llama MexVen y se encuentra en la ciudad de Juchitán de Zaragoza, en el estado de Oaxaca, donde miles de migrantes que se dirigen hacia Estados Unidos recuperan fuerzas y recursos tras atravesar la selva del Darién entre Colombia y Panamá.
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MexVen es un emprendimiento de una familia mexicana que quiere apoyar a los migrantes.
Sus empleados son venezolanos en tránsito que cocinan la gastronomía de su tierra y venden por 70 pesos (menos de US$4) un almuerzo abundante.
A cambio, los trabajadores reciben un dinero que ahorran durante semanas para poder continuar su ruta.
“Todos están contentos. Los empleados porque se les paga y tienen un lugar seguro donde descansar, y los clientes porque encuentran la comida que querían, a buen precio, tras pasar por tantos países”, le dice a BBC Mundo Luis Antonio López, cofundador del restaurante.
López y su familia vieron una oportunidad de negocio y solidaridad cuando a Juchitán empezaron a llegar cada vez más migrantes.
“Primero les ofrecimos comida mexicana, pero no gustó mucho”, cuenta.
Para estómagos cansados y no acostumbrados a la sazón mexicana, ésta puede resultar irritante e inflamatoria, lo cual supone un riesgo sanitario para muchos que llegan con sus defensas comprometidas.
“Entonces, ¿qué comen ustedes? Nosotros podemos buscar los ingredientes y ustedes se encargan de cocinar”, les propuso López a unos venezolanos.
Dicho y hecho: esos venezolanos se convirtieron en los primeros cocineros asalariados de López y su familia. MexVen acababa de nacer. Ya llevan dos años funcionando.
El restaurante se encuentra en el mercado Che Gómez de Juchitán. Es un espacio humilde que no aparece en aplicaciones de mapas y se beneficia del boca a boca.
Los fogones comparten la estancia con una única mesa larga donde a partir de mediodía llegan los comensales.
Si de repente se acumulan varios al mismo tiempo, se habilitan más mesas. También preparan almuerzos para repartir en los alrededores.
Junto a la cocina, en el mismo edificio, se sitúan otros negocios y cubículos que sirven como habitaciones de pago improvisadas.
Decenas de personas pernoctan en el suelo de la estación de buses, a unos 200 metros del restaurante, o acampan por la ciudad. Muchos duermen a la intemperie.
La venezolana es la nacionalidad más detectada por las autoridades migratorias de México entre los migrantes que cruzan el país, según la Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas.
En 2023, según esta entidad, se identificaron a más de 220.000 migrantes venezolanos en México, frente a los 119.000 de Honduras, el país que le sigue en las estadísticas.
Juchitán, al contar con buenos servicios en el Istmo de Tehuantepec, la región interoceánica más estrecha de México, es un punto frecuente de paso y estancia temporal de los migrantes que vienen desde Sudamérica.
Desde aquí salen autobuses diarios a la ciudad de Oaxaca, donde los viajeros se conectan con Ciudad de México y continúan la travesía hacia la frontera con Estados Unidos.
“Cuando nuestros cocineros reúnen el suficiente dinero, se van, vienen otros y los empleamos. Damos trabajo exclusivamente a venezolanos”, dice López.
El venezolano Yoel Parra, proveniente de Maracaibo, comandaba los fogones el día a finales de mayo en el que BBC Mundo visitó el restaurante.
“Pollo frito, pollo en salsa y chuleta asada”, enumera del menú mientras arroja los contramuslos de pollo a la olla.
La proteína se acompaña con lentejas, arroz, ensalada, plátano maduro frito y guasacaca, una salsa a base de aguacate que por su parecido al guacamole ya dominan Citlali y Selene Sánchez, las otras dos cofundadoras mexicanas de MexVen.
Las hermanas Sánchez asisten a Parra y sirven lo que saca el chef en cajas plásticas.
“Aparte de lo que vendemos, llevamos decenas de almuerzos a los otros migrantes en la estación y alrededores. Así comen barato y de paso promocionamos el restaurante”, dice el venezolano Javier N., encargado de repartir la comida junto a su esposa además de ayudar en cocina.
La estrategia funciona.
“Nos dijeron que aquí en Juchitán había un lugar que servía comida venezolana y vinimos directo”, dice Carlos José Soto, de Carabobo, quien recién llegó a la ciudad y fotografía su plato para enseñárselo a su familia.
Parra acumula más de un mes de travesía. Le hablaron de este destino gastronómico venezolano, fue a comer y a los dos días obtuvo el empleo como cocinero.
“Es extraordinario que alguien haya pensado en nuestra cultura y comida, generado ingresos para su familia y nosotros, que buscamos llegar a nuestro destino para ayudar también a nuestras familias en Venezuela”, dice agradecido.
Mientras llegan los comensales y los venezolanos alistan los almuerzos al ritmo de salsa, Luis López se sienta pensativo en la entrada del restaurante.
Es un día caluroso y por la puerta circula una brisa que atrae a otros venezolanos que frecuentan el restaurante.
López se muestra tímido mientras los migrantes hablan a poca distancia sobre la bondad de su familia y lo que significa para ellos este espacio de comunidad.
“Es una felicidad que se apoye así al migrante, con sabores de casa a un precio que nos permite ahorrar”, dice Ángel Lemus, de Zulia, quien sueña con ser boxeador.
“Nosotros como personas nos sentimos satisfechos que hicimos este negocio y de paso cumplimos con la gente. Estos muchachos llegan tras haber gastado mucho dinero y aquí los alimentamos bien y barato”, dice López.
En México, organizaciones como Human Rights Watch denuncian que migrantes venezolanos y de otras nacionalidades sufren abusos, extorsiones y secuestros por parte de autoridades y grupos criminales, además de falta de acceso a derechos básicos.
Los venezolanos también enfrentan episodios de xenofobia en países receptores.
Quizás por eso, antes de marchar, los empleados quieren acabar con estereotipos y me insisten en tomar una foto a la pancarta del restaurante: “Comida venezolana MexVen: siéntete como en casa”.
Es lo más cerca a un hogar que experimentan en su travesía muchos de los que pasan por aquí y a los que todavía les queda un duro camino en el que se juegan la vida.
Todo gracias a la altruista familia mexicana que cambió el mole por las caraotas.
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