La fuga de “El Chapo” Guzmán va a reconfigurar el orden interno del narcotráfico mexicano. La presencia de quien fuera el narco más poderoso de todo México fuera de prisión garantiza que las fuerzas de los diferentes cárteles se vuelvan a poner en tensión, atizando aún más una guerra que no tiene fronteras definidas.
Los narcotraficantes mexicanos no viven confinados a reductos, sino que pelean por el espacio aliándose o enemistándose como en un juego de mesa en el que hay que conseguir territorio.
Así, por ejemplo, el que fuera el cártel más grande de todo México en los años 70, el Cártel de Guadalajara, hoy simplemente no existe. Asimismo, el Cártel de Juárez --que en los 90 pugnaba por terreno con el de Sinaloa-- hoy se ha visto reducido casi a cenizas.
LA GENEALOGÍA DEL CÁRTEL
El cártel mexicano, como concepto, es un objeto que se va construyendo y evolucionando. Una revisión de la historia de estas organizaciones criminales nos muestra que, cuando una gran organización cae, hay quienes intentan mantenerla y quienes huyen para formar otra organización.
Es lo que ocurrió con el Cártel de Guadalajara, que fue fundado en los años 80 y que a finales de esa década (al caer sus líderes) se desmembró en las dos organizaciones quizás más peligrosas: los cárteles de Tijuana (liderado por los Arellano Félix) y Sinaloa (del 'Chapo' Guzmán, entre otros) son los hijos de Guadalajara.
En otros casos, en cambio, lo que ocurre es una secuela tras otra: la gran organización tiene un brazo armado que luego se independiza. Los Zetas, hijos del Cártel del Golfo, tuvieron descendencia y así nació la Familia Michoacana, que es a su vez padre de los temidos Caballeros Templarios.
El Cártel de Sinaloa también vivió un proceso similar, pues dos de sus brazos armados acabaron convirtiéndose nada más y nada menos que en el Cártel Jalisco Nueva Generación y en el Cártel Beltrán Leyva.
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