En la década de 1980, cuando en Israel la inflación se medía en tres dígitos, se había puesto de moda una broma cuando se le preguntaba a un israelí qué era más barato, si tomar un autobús o un taxi para ir de Tel-Aviv a Jerusalén. Aunque el precio era el mismo, la respuesta correcta era: “el taxi”. Porque, al final de una hora de viaje, el shekel valdría mucho menos que al comienzo del trayecto.
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Desde entonces, los israelíes tienen la costumbre de seguir el índice de precios al consumidor (IPC) como los argentinos siguen los resultados del fútbol. Y tal vez lo sigan con mucha más atención porque, en aquellos años, vivieron la pesadilla de ver sus salarios y el resto de sus ingresos carcomidos por una galopante hiperinflación, que alcanzó el 444 % en 1984.
Cuarenta años después, ese país parece habitar otro universo. En 2021 —y a pesar de las turbulencias políticas—, la economía tuvo un crecimiento del 8,1%, que superó todas las previsiones, mientras que la OCDE prevé para este año una ligera retracción, al 4,8%. Por primera vez desde 2008 el déficit presupuestario ha sido prácticamente nulo y la tasa de desempleo de apenas 3,4%.
En julio de 2022, la inflación fue de 5,2% interanual, un aumento que los especialistas explican por el contexto mundial, sobre todo por el incremento del precio de la energía (+18,3%) y de la alimentación (+4,4%).
Pero hagamos un poco de historia. Después de la guerra de 1973, seguida por el aumento del precio del petróleo, y sobre todo tras el programa de liberalización económica decidido por el primer gobierno de derecha del Likud, la inflación se disparó en Israel.
“Durante todos esos años, la mayoría de las familias había visto su nivel de vida mejorar gracias a disposiciones económicas y sociales, que no aumentaron el desempleo. El principal factor de inflación era el sistema de indexación, en virtud del cual la tasa de cambio, los salarios, las prestaciones sociales y los impuestos seguían automáticamente la evolución del IPC. En ese mecanismo, también conocido como linkage (acople), toda la carga recaía en la balanza de pagos, cuyo déficit pasó de 1100 millones de dólares en 1972 a cerca de 5000 millones en 1985″, explica Jonathan Marie, profesor en la Universidad de Paris 13.
Como muchos países de Europa, el Producto Nacional Bruto (PNB) progresaba entre 1% y 2%, mientras que el gasto —tanto público como privado— aumentaba 5% por año. Gran parte del déficit de divisas extranjeras era cubierto por insuficientes donaciones y préstamos estadounidenses, obligando al país a recurrir masivamente a los mercados financieros. Fue en ese momento que el gobierno decidió buscar soluciones internas a los problemas que, hasta ese momento, habían sido resueltos gracias a financiamientos no-israelíes.
Nueva política
“En julio de 1985 fue adoptada una nueva política, llamada de Estabilización Económica, que estableció una devaluación de 20% de la moneda, autorizó un aumento de precios de 20% a 30% e impuso una considerable reducción de las subvenciones a los productos alimentarios (como el pan, la leche, la carne y el aceite) y a las exportaciones. Al mismo tiempo, aumentaron ciertos impuestos para reducir el déficit pero, sobre todo, se puso fin a la indexación, congelando los precios. Todo, desde los artículos vendidos en los comercios, a los servicios, los contratos, las remuneraciones, los presupuestos públicos y hasta las tasas de cambio, quedaron fijadas al valor del día en que la nueva política entró en vigor. Los trabajadores recibieron un aumento de salario de 14% en una sola vez, para compensar el alza de los precios, y se ordenó al Banco Central ejecutar una política extremadamente restrictiva, a fin de que el nivel global del crédito no se modificara”, enumera Sebastien Charles, doctor en economía política.
Cuatro meses después, a fines de octubre de 1985, el mayor logro había sido la reducción del gasto público. El déficit presupuestario, que representaba 16% del PNB el año anterior, había caído a la mitad. La inflación, por su parte, se redujo entre 10% y 20% por mes a 3% o 4%. Pocos meses después, el gobierno comenzó a levantar el congelamiento de algunos precios.
La política de estabilización ganó el respeto del mundo y sigue siendo estudiada en todas las facultades de economía, así como el llamado “mecanismo de acople”, y las severas críticas con las cuales la política fue recibida en sus inicios, terminó transformándose en admiración general.
“La inflación siguió bajando durante toda la década de 1990, aunque no en forma lineal. El gobierno israelí decidió reducir el déficit y liberalizar el mercado. Se levantaron muchas restricciones a las importaciones y se desmantelaron monopolios, que ayudaron a bajar los precios. El Banco de Israel, por su parte, adoptó una política monetaria restrictiva y levantó las tasas de interés hasta niveles a veces punitivos”, reconoce Marie.
En 1996 la economía entró en recesión y el crecimiento se redujo considerablemente, mientras el desempleo aumentó a casi dos dígitos. Pero en 1999 la inflación fue de apenas 1,3%, la más baja en tres décadas.
Pero el costo social fue alto. Y muchos economistas siguen preguntándose si el precio que pagó Israel para terminar con la inflación valió la pena. “Un crecimiento paralizado, centenares de empresas en quiebra, decenas de miles de personas sin empleo… Muchos países, incluido Estados Unidos, tuvieron que hacerse la misma pregunta”, analiza Charles.
Afortunadamente para Israel, la batalla contra la inflación llegó en un momento propicio, cuando otros factores ayudaron a atenuar sus peores efectos. Cerca de un millón de inmigrantes —sobre todo provenientes de la URSS— llegaron en los años 90, creando nuevas demandas y aumentando la fuerza laboral con capacitados profesionales. También tomó auge en el país la industria de alta tecnología, que creó miles de empleos y nuevos emprendimientos, mientras que el proceso de paz en Medio Oriente abrió nuevas puertas a las exportaciones israelíes.
Este año, Israel cumplió 74 años y sus responsables están de acuerdo en afirmar que, probablemente, la mejor palabra que define a la economía del país es “resiliencia”. Es verdad que, a pesar de la inestabilidad política crónica que afecta al país, su economía superó la crisis financiera de 2008 bastante mejor que el resto del mundo, gracias a sus políticas presupuestarias y monetarias, al excedente de su cuenta corriente, a sus elevadas reservas de cambio y a un sólido sistema bancario. Se trata de una economía que, además, fue capaz de sobreponerse rápidamente a la peor recesión provocada por la pandemia del Covid-19, gracias a su industria tecnológica en pleno crecimiento.
“Podríamos decir que se trata de una característica estructural de la economía israelí. Cada vez que hay una crisis, el país consigue superarla mejor que otras economías avanzadas”, dice Victor Bahar, economista jefe del Banco Hapoalim, refiriéndose al nuevo desafío planteado por la guerra de Ucrania, la crisis energética y la estampida inflacionaria mundial.
A su juicio, “la herencia de la crisis económica y de la hiperinflación de los años 80 sigue jugando un rol en la cabeza de los dirigentes políticos, así como en la de los ciudadanos”.
Por: Luisa Corradini / La Nación / GDA
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