El interior de la casa hecha de ladrillos de barro era fresco, limpio y tranquilo. Un hombre llamado Shamsullah, que tenía un hijo pequeño aferrado a su pierna, nos condujo a la habitación donde recibían a los invitados.
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Una alfombra cubría el piso y cojines corrían a lo largo de las paredes que tenían al menos sesenta centímetros de grosor. Algunos tesoros estaban a la vista. Un pequeño armario con media docena de diminutas botellas de vidrio de colores. Pero la familia es pobre y todas las posesiones que tenían fueron destruidas o saqueadas durante los últimos 20 años de guerra.
La casa era un refugio del calor y del aire polvoriento del exterior. Estaba rodeada por altos muros de barro, como todos los complejos familiares en los terrenos que se convirtieron en campos de batalla en Marjah, provincia de Helmand, en el sur de Afganistán.
Dentro de los muros había algunas plantas de algodón listas para cosechar.
Cuatro hijos muertos
Shamsullah nos presentó a su madre, Goljuma. Dijo que tenía 65 años. Se había envuelto en un chal largo que le cubría la cabeza y el cuerpo hasta las rodillas, con un pequeño espacio para poder mirar.
A veces captaba el destello de un ojo y el puente de una nariz. La voz de Goljuma era fuerte mientras hablaba de una vida llena de tristeza y de una guerra que mató a sus cuatro hijos mayores.
Shamsullah, el más joven, era el único que quedaba. Tenía 24 años, pero su rostro parecía de alguien 10 años mayor.
El primer hijo de Goljuma en morir, hace 11 años, fue Zia Ul Huq. Era un combatiente talibán. “Mi hijo se unió a los talibanes porque entendió que los estadounidenses querían destruir el Islam y Afganistán”, dijo Goljuma.
Los otros tres hijos murieron en 2014. Quadratallah murió en un ataque aéreo. Los otros dos hermanos, Hayatullah y Aminullah, fueron arrestados en una redada policial en la casa familiar.
Shamsullah dijo que sus hermanos se vieron obligados a inscribirse en el ejército y acabaron muriendo.
Como único sobreviviente, Shamsullah dijo que Dios decidió que tenía que asumir las responsabilidades de la familia.
“¿Alguna vez has intentado equilibrar cinco sandías con una mano? Así son las cosas para mí”, me dijo. Sus deberes incluyen velar por el bienestar de la viuda de su hermano mayor, Zia, el combatiente talibán.
“Extraño a mis hermanos”, dijo Shamsullah. “La esposa de mi hermano mayor se casó con mi siguiente hermano cuando el primero murió. Cuando mataron al segundo, el tercer hermano se casó con ella. Cuando lo mataron, mi cuarto hermano se casó con ella. Yo me casé con ella cuando mataron al último”.
“Una úlcera sangrante”
En 2010, Marjah fue elegida como sede de la primera operación del “aumento” de tropas estadounidenses ordenado por el presidente Barack Obama.
La idea era que los refuerzos asestarían golpes de gracia que cambiarían el curso de la guerra de manera decisiva a favor del gobierno de Kabul y de las fuerzas estadounidenses, británicas y otras aliadas que la sostenían.
“A medida que expulsamos a los talibanes, no hay nada más que un futuro brillante por delante: buenas escuelas, buenas clínicas de salud, un mercado libre”, predijo un comunicado de prensa militar estadounidense de 2010.
Los campos de algodón y amapola para producir opio en Marjah se convirtieron en una pesadilla para las tropas extranjeras que luchaban contra los escurridizos insurgentes talibanes.
Tres meses después de la prolongada operación, el comandante estadounidense, el general Stanley McChrystal, describióa Marjah como “una úlcera sangrante”.
Fue escenario de muchas batallas en los siguientes 10 años.
Guardaespaldas armado
Goljuma desprecia a los líderes occidentales que decían que estaban tratando de hacer de Afganistán un lugar mejor para la gente. “No sé nada sobre su misión. Destruyeron el país”, dijo.
Se mostró incrédula cuando le pregunté sobre las oportunidades que las mujeres podían aprovechar y que ahora el haberlas perdido las desconsuela.
Dijo que antes de que los talibanes ganaran la guerra, todos les tenían miedo. Ahora se sienten aliviados de que se acabe.
Sin embargo, una pregunta es si Goljuma hablaba libremente. La oficina de medios de los talibanes insistió en que el equipo de la BBC viajara con un guardaespaldas talibán armado y un traductor aprobado por ellos como condiciones para nuestra presencia en Helmand. Si no hubieran estado allí, podríamos haber oído más sobre el miedo que los talibanes infunden en muchos afganos.
Pero no dudé de la sinceridad de Goljuma cuando condenó la destrucción infligida sobre la comunidad agrícola tradicional de Helmand por los ejércitos más poderosos del mundo, y de su dolor por sus cuatro hijos muertos.
En 2001, poco después de los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos, este país, Reino Unido y sus aliados invadieron Afganistán con una misión clara: destruir a al Qaeda y castigar a los talibanes por albergarlos.
Lo que sucedió después es mucho más difícil de entender y justificar; una guerra imposible de ganar que atravesó todo lo que intentaron hacer para mejorar la vida de los afganos.
El desarrollo, como la democracia, no puede provenir del cañón. Occidente obtuvo victorias en el camino. De hecho, una generación de hombres y mujeres urbanos recibió educación y sus horizontes se transformaron.
Pero esos beneficios no llegaron a las personas del campo, pobres y con escasa educación, como la familia de Goljuma.
Cuando los talibanes tomaron el poder por primera vez en 1996, utilizaron la violencia para imponer sus creencias religiosas y culturales.
Ahora, la mayoría de los afganos son demasiado jóvenes para recordar los años anteriores al 11 de septiembre y la invasión.
Contacto con el exterior
En Lashkar Gah, en la provincia de Helmand, los jóvenes talibanes reaccionaron a las cámaras de la BBC sacando sus teléfonos móviles, filmándonos y tomándose selfies con los extranjeros.
Los datos móviles son baratos aquí. Nuestro escolta talibán vio la página de BBC Pashto en su teléfono. El mundo está abierto para ellos de una manera que no estaba en la década de 1990, cuando los talibanes prohibieron la fotografía.
Los luchadores de su grupo ya no son niños que crecieron sin conocimiento del mundo exterior. Entonces, ¿obligarán a sus propios combatientes o al resto de la población, a renunciar a los teléfonos inteligentes, internet y a un mundo que los atrae? Esta vez podría ser más difícil doblegar y romper un país.
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