El enfrentamiento político actual nos muestra la facilidad con la que puede transformarse en enfrentamiento social. Durante la contienda electoral, los iniciales conflictos políticos entre izquierda y derecha se convirtieron en agresiones verbales y físicas desde ambas partes. El racismo y la corrupción se vincularon con ambos partidos (Perú Libre y Fuerza Popular). La ética fue manipulada según la conveniencia partidaria. El insulto aún predomina en las redes sociales, lo que refleja nuestra realidad emocional. Nuestro comportamiento demuestra que olvidamos que la participación política tiene como finalidad lograr el bien común. Si bien la desconfianza social actual ha surgido de irregularidades en el sufragio y de expresiones que violan el respeto a las reglas democráticas, debemos comprender que su base real son los dolores emocionales no resueltos de nuestra vida histórica.
Max Hernández (2012) nos advertía de la hipercomplejidad de nuestros conflictos sociales: son estructurales y, según su definición, genéticos, dada su ancestralidad. Esto nos impide imaginar una visión compartida. En un individuo, los conflictos emocionales surgen del maltrato, abandono o abuso que recibe a lo largo de su vida. En el ser social se repite este conflicto emocional. “Papá” Estado, muy significativo por nuestra educación autoritaria, ha abandonado a sus hijos. Hay maltrato histórico que se refleja en el racismo, la desigualdad y la corrupción. En los últimos años, cuando el modelo económico permitió reducir la pobreza en un 50%, los líderes no solo pensaron que era suficiente, sino que cayeron en la corrupción más espantosa y así renunciaron a la lucha contra el abandono y desigualdad.
Saúl Peña (2003) explica los orígenes del enfrentamiento social en nuestro traumático pasado y presente. El racismo y la corrupción son el principio y, a su vez, los efectos dañinos producidos en nuestra sociedad. La carencia de autoestima racial fue promovida por la educación de castas durante la conquista, y hoy permanece en el privilegio otorgado por el inconsciente social a una estética racial alejada de la mayoría de nuestra sociedad mestiza. No somos iguales: la exclusión propicia el abuso y la agresión. No nos gusta vernos cholos, pobres. Otros detestan al de rasgos europeos y al rico, y estos últimos, como dice Bryce, se sienten “europeos en indias” y se lamentan por ello. Detestamos al de la sierra, al costeño o al selvático. Modesto Montoya tuvo una infeliz expresión al asignar la honradez al origen serrano, y la corrupción, al costeño. Nos detestamos todos y entre todos.
¿Cómo construir la capacidad de diálogo, que es la esencia de la democracia? La educación, el psicoanálisis y la comunicación son las herramientas para buscar soluciones a la crisis. Si entendemos su causa, nos permitiría transformarla en oportunidad. La confianza es un elemento fundamental para el logro de la armonía: la confianza en sí mismo y la confianza hacia los otros. Vivir tranquilo con uno mismo nos permite establecer relaciones sanas con otros. Nos permite desarrollarnos, madurar, integrarnos y amar. Se debe construir una autoestima valiosa para aprovechar las oportunidades de felicidad que nos brinda el tránsito por la vida y nos fortalece ante los conflictos inevitables en ella. Los peruanos no hemos logrado consolidar esa autoestima individual y nacional.
¿Cómo hacer ese trabajo psicoanalítico de nuestra sociedad? Solo la educación puede intentar iniciar un proceso terapéutico capaz de resolver un conflicto estratégico. El cambio social que requerimos no es de modelo económico sino de modelo cultural. La educación debe proveer consistencia y seguridad al futuro ciudadano en su nivel básico y superior. Para ello debe enseñar a dialogar y a confiar en el otro, analizando los conflictos sociales, como los traumas de corrupción y racismo, desde la revisión crítica de nuestro pasado histórico. El reto es cómo incrementar la capacidad del docente para ello, ya que, a falta de un padre, madre, o de referentes sociales capaces de transmitir valores con su ejemplo, solo queda el docente para dicho logro desde la educación formal. Ello no se puede conseguir con profesores de mala formación y hábitos de conflicto, y sin contar con metodologías orientadas a mostrar perspectivas discrepantes, pero que logran la reflexión del alumno hacia el bien común. Los medios masivos, responsables de la educación informal, deben revisar sus enfoques predominantemente confrontacionales, los cuales producen rating, pero juegan en contra de la salud mental social. Aprender a dialogar para el bien común es la compleja tarea que nuestra sociedad debe resolver.