Pedro Castillo cumplió 200 días desde la última vez (en campaña) que a Jorge Dett (reportero de “Punto Final”), en vivo, le prometió responder en una entrevista televisiva preguntas de coyuntura. Nunca llegó esa entrevista, ni con Dett, ni con ningún periodista.
Lo que ha evidenciado, hasta hoy, es su poco o nulo compromiso personal y el de varios de sus funcionarios que tienen la obligación de informar sobre sus actos. No parecen creer en el derecho intrínseco del poderoso elegido de dar cuentas, de contestarle a la prensa, de que le pregunten lo que le incomode, puesto que ese es el trabajo de los periodistas. Los privilegios del poder vienen con la obligación de responder preguntas y aclarar denuncias. El poder absoluto es el que entiende perversamente que se selecciona a los periodistas que “no hacen problemas” o que se les premia con bonificaciones publicitarias, creyendo que puede hacerlo, sin más motivación y regla que su voluntad para que no los fastidien.
Un dictador busca adulones con preguntas que sean música para sus oídos. Cuando Barack Obama era presidente de Estados Unidos, dijo ante la OEA sobre un enemigo confeso de la prensa que no le fuera adicta, como el expresidente de Ecuador Rafael Correa: “Quizá el presidente Correa tenga más criterio que yo en la distinción entre prensa buena y prensa mala, hay medios malos y me critican, pero esa prensa sigue hablando en EE.UU. Yo no confío en un sistema en el que una sola persona determina qué es buena y mala prensa”.
Presidente Castillo, sería estupendo que reflexione sobre esto y que no siga buscando construir enemigos en los medios de comunicación para culpar a alguien de sus desatinos. Está obligado por la ciudadanía a contestar. Escúchese en su ruta expresiva y pregúntese por qué, hasta ahora, no se atreve a dar una entrevista. Hace siete meses habló de que los medios tergiversan y editan sus afirmaciones; hace seis meses, en Cusco, amenazó con revelar los sueldos de presentadores y periodistas; el 4 de mayo, en Bagua, habló de la TV basura; el 15 de agosto, se reunió con los principales representantes de radio y televisión para “impulsar un trabajo conjunto que priorice la estabilidad garantizando el respeto a la libertad”, pero nunca ocurrió. El 14 de setiembre, en Cajamarca, suelto en plaza, en un contexto en el que los peruanos necesitábamos saber sobre el destino del cuerpo del peor líder sanguinario del país, Abimael Guzmán, y mientras usted hacía mutis sobre este tema, volvía a ofrecer conversaciones con la prensa que no llegaron. Y, finalmente, hace tres días volvió a amenazar a los medios con “no darles un centavo”.
Ya está bueno, presidente, observe su entorno, el problema de no querer responder puede estar hasta en los baños de Palacio de Gobierno y no en las preguntas que la prensa está obligada a hacerle porque es su deber ante la ciudadanía.