“Si te gusta un chifa, nunca entres a su cocina”, dice una frase popular. Si bien se refiere a que estos restaurantes tienen fama de poco salubres, creo que la frase –más allá del estereotipo porque hay muchos chifas ricos y pulcros–, encaja perfecto para lo que hoy estamos viviendo con las vacunas, curiosamente, de origen chino.
El sociólogo Bruno Latour, en “Ciencia en acción: cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de la sociedad”, recuerda que lo que antes era un problema central para la ciencia –por ejemplo, construir una supercomputadora–, hoy ya no lo es para el desarrollo de proyectos que necesiten esa supercomputadora. Cómo funciona deja de ser relevante porque son conocimientos que se dan por hecho, se vuelven “cajas negras” que ya no es necesario abrir. Otros en el pasado asumieron el riesgo de investigar, experimentar y construir esa máquina y usarla en el presente es una simple decisión.
No obstante, surgen dilemas sobre cómo analizar la ciencia: ¿Por la ciencia acabada, es decir por la “caja negra” de conocimientos cerrados que damos por hecho, o por la ciencia en proceso, la caja que todavía está abierta y cuyo contenido estamos conociendo? Son las dos caras de la ciencia que no son sucesivas; no es que la caja está abierta y luego se cierra, sino que son simultáneas y están en constante interacción.
Las tecnologías detrás de las vacunas eran para muchos “cajas negras” que no necesitábamos abrir porque confiábamos en que científicos con estudios y experiencia ya habían asumido cualquier riesgo en su desarrollo. Como la cocina del chifa a donde no teníamos por qué entrar. Sin embargo, el COVID-19 nos ha hecho más conscientes de la importancia de la ciencia, y al estar más interconectados gracias a Internet, estamos más al tanto de los avances y retrocesos científicos. Pero no por ello los entendemos.
Las vacunas contra la enfermedad COVID-19 se han desarrollado en tiempo récord, demasiado rápido dirían algunos como para confiar en su efectividad. Cuestionamos el contenido de la caja porque todavía está abierta y porque además hay otras variables como la confianza en los científicos que lo elaboran y en los otros alrededor que, sin ser científicos, tratan de explicarlo. De ahí que tengamos un sinnúmero de voces a las que elegimos o no escuchar. Y no podemos olvidar la política que también afecta a la ciencia. Así, la vacuna no será aceptable por sí misma, sino por lo que determinados grupos de interés decidan qué es aceptable, que es básicamente lo que sucede con Sinopharm.
Sobre esto se refiere Latour en una entrevista para “The Guardian” al reconocer que su trabajo se ha usado para desacreditar los avances científicos. Sin embargo, aclara que una cosa es cuestionar la forma en la que se produce la ciencia y otra la posverdad a la que se recurre como alternativa. “Si tienes que defenderte contra el cambio climático, el cambio económico, el cambio por el coronavirus, entonces te agarras a cualquier alternativa. Si esas alternativas son alimentadas por miles de fábricas de noticias falsas en Siberia, son difíciles de resistir, especialmente si se ven vagamente empíricas. Si tienes suficientes de ellas y son lo suficientemente contradictorias, te permiten mantener tus viejas creencias. Pero esto no debe confundirse con el escepticismo racional”, apunta el francés.
La pandemia nos está enseñando mucho sobre cosas que antes eran “cajas negras”, sobre estadística, epidemiología, medicina; en general, sobre cómo se hace la ciencia. Estamos entrando por primera vez a la cocina del chifa, y por supuesto que podemos cuestionar a los cocineros, pero como bien dice Latour, hay que hacerlo con un escepticismo racional, pues es la única manera de diferenciar la verdad de la mentira, y lo que viene guiado por el interés común de lo que viene por intereses particulares.