Hace poco más de un año escribí, reflexionando sobre el Perú, que en los últimos 50 años Latinoamérica había dejado de ser atractiva luego de ser una de las regiones emergentes más prósperas y prometedoras del planeta. Sin embargo, en los últimos 20 años creció poco; otros mercados emergentes crecieron en forma sostenida para el mismo período y lo hicieron con calidad, que es más importante aún. Nosotros crecimos como consecuencia de tener mano de obra barata, mientras que los demás crecieron logrando eficiencias.
Claro, nuestra estructura empresarial se ha caracterizado siempre por extremos: la existencia de grandes empresas principalmente en sectores que explotan los recursos naturales, no muy intensivas en mano de obra, y por otro, cientos de miles de pequeñas empresas que generan muchos puestos de trabajo, de mucha informalidad, que necesitan de la mano de obra barata para subsistir. Sentía que lo que faltaba eran empresas medianas, con eficiencias de tamaño que pudiesen pagar remuneraciones altas. Este tipo de empresas generan esos puestos de trabajo inclusivos, mejor remunerados y más productivos. Son estos puestos los que crean las oportunidades para que el mercado, las empresas y la clase media prospere y crezca.
El único sector que lo había logrado con éxito: el agroexportador. Entonces pensaba que deberíamos de aprender de ese sector y replicarlo en el resto de la economía. De cómo la realidad informal de la economía rural fue transformándose hacia la formalidad, pasando de la propiedad individual de productos para el mercado doméstico, hacia la conformación de pequeñas empresas formales que empezaron a mirar el mundo como mercado potencial y se fueron consolidando en empresas medianas y grandes que hoy le aportan más del 11% al PBI nacional. Un caso de éxito del cuál debíamos de aprender los peruanos.
Fue la iniciativa privada la que invirtió en desarrollar una actividad que generaba mano de obra bien remunerada, eficiente a niveles internacionales, capturando un mercado que treinta años antes no existía como opción. Claro, con reglas claras y estables de una ley bien hecha que promovió una actividad que antes no era viable. Ninguna crítica a ello; por el contrario, como para sentirnos orgullosos como país. Se había logrado ese círculo virtuoso del desarrollo económico de calidad y eficiencia.
Hoy, la realidad que observamos es distinta. Ese sector modelo, replicable, está siendo destruido por quienes creen entender la necesidad de modificar el éxito. La estructura de la nueva ley aprobada en el Congreso no solo llevará a desandar lo andado, sino a destruir el éxito como país. La alternativa que se viene es la quiebra de aquellas empresas agroexportadoras que estaban en proceso de crecimiento. Desaparecerán porque no tendrán ninguna posibilidad de trasladar los sobrecostos al mercado de exportación, desaparecerán los márgenes que les permitirían buscar más eficiencias y realizar nuevas inversiones, cerrarán esos campos de cultivo que aún requieren de economías de escala, desaparecerán o se harán más chicas o buscarán la informalidad, justamente lo que el Perú menos necesita. La nueva ley promoverá el regreso a la pequeña empresa, a la informalidad, a la ineficiencia; así de simple.
Esta historia injusta está siendo escrita por quienes no entienden las reglas del mercado, el concepto de empresa moderna, ni el esfuerzo de construir un emprendimiento. El costo para que este modelo de empresas del cual nos sentíamos orgullosos se transforme, será muy alto. Al final, se terminará promoviendo la mecanización del agro y un sector intensivo en mano de obra, eficiente, bien remunerado, desaparecerá con el tiempo, para el perjuicio de todos los peruanos.