El Perú ha sido uno de los países con más pérdidas humanas por habitante y más golpeado económicamente por la pandemia. Tiene sentido que estos sean los ámbitos más importantes para los ciudadanos y las autoridades. Sin embargo, es urgente abordar la crisis educativa.
Al inicio de la pandemia, ante la poca información sobre la transmisión del virus, cerrar las escuelas fue una decisión que buscaba proteger a las personas. Tras más de 16 meses de pandemia, hoy la evidencia sugiere que las escuelas son lugares con bajo riesgo de contagio, especialmente en comparación con lugares que actualmente están en funcionamiento. Además, la OMS ha señalado que mientras menores sean los alumnos existe menor riesgo de que se contagien. Y que con los protocolos sanitarios adecuados, como el uso de mascarillas, grupos más pequeños, horarios reducidos y distanciamiento social, el peligro para todos disminuye. ¿Esto quiere decir que el riesgo es cero? No, pero pensemos en el riesgo de mantener las escuelas cerradas.
La pandemia ha llevado a la educación a una situación de alerta roja. Miles de personas han perdido sus empleos, afectando también las posibilidades de educación de sus familias. Otros, además de la presión por no perder su trabajo, han tenido que balancear sus actividades con la supervisión de la educación de sus hijos e hijas. Por otro lado, los profesores –muchos también padres– han tenido que enfrentar esta pandemia sin muchos recursos y tratando de aprender a manejar nuevas herramientas de enseñanza.
A pesar de todos estos esfuerzos, más de 300 mil alumnos han dejado de estudiar. Según el Banco Mundial, los niños peruanos perderían 1,7 años de escolaridad, cifra que está por encima del promedio regional de 1,3 años. La brecha de acceso a Internet, televisión y radio ha generado que los alumnos con menos recursos y en lugares más alejados sean los que más sufren. Incluso en los lugares con más recursos, la educación no presencial ha sido retadora.
Es por esto que la calidad de la educación recibida durante la pandemia debe revisarse y se tienen que poner en marcha planes para poder subsanarla. Los niños no solo están perdiendo años invaluables para el aprendizaje, sino que están perdiendo espacios de socialización, de desarrollo psicológico, emocional y físico.
El regreso a clases presenciales no puede esperar. Será un regreso a clases diferente: seguro, voluntario y gradual, pero mientras más tiempo se espera, más difícil será reparar el daño que se está generando para quienes son el futuro del país. Encontrar una buena estrategia será complicado y su implementación requerirá de una labor muy ardua, por eso el trabajo conjunto entre todos los actores involucrados es fundamental. El costo de no hacerlo es muy alto.