Apartemos por un momento los temas ideológicos, pues de poco sirven para este análisis. Vamos a lo estrictamente político y comunicacional.
Este es un Gobierno estructuralmente débil, con serios problemas de improvisación, ignorancia y graves inconsistencias, pero, a la vez, con una clara convicción (acaso la única) de que su sostenibilidad política está seriamente amenazada.
Pese a que a diario somos espectadores de esta suerte de charada vergonzosa que ha venido siendo liderada por el propio presidente, su ahora exprimer ministro, varios miembros del Gabinete y algunos de sus congresistas, esta camarilla del desgobierno, en forma premeditada o no, ya afinó un guion. Y le funciona. Se trata de mantener este empate con el Congreso, los medios y ese aproximadamente 60% de la opinión pública (hasta ahora) que los desaprueba a punta de caos.
¿Cuál es su público objetivo? Ese 40% de la población que le sigue otorgando el beneficio de la duda. O también, si quieren, esa entelequia a la que Castillo alude como “el pueblo”.
No es un guion desconocido. Hay similitudes con la escenografía que, en su momento, montó Martín Vizcarra. Frente a un Congreso muy desprestigiado (mucho más que el actual), pero que tenía la sartén por el mango en muchos temas, incluida su propia vacancia, el expresidente desplegó un estilo de comunicación anclado en la demagogia, las medias verdades y la confrontación con el Legislativo.
El Ejecutivo provoca y amenaza constantemente a sus adversarios políticos (cuestión de confianza, asamblea constituyente). Agravia y confronta a los medios y al ejercicio de la libertad de expresión e información (proyecto de ley de Perú Libre). Y, ahora, saca anuncios de la chistera como la “recuperación” y eventual “nacionalización” de Camisea que luego termina en una negociación a secas (aunque con pésimas formas), o la reciente segunda reforma agraria que es humo para las tribunas y cuyo mayor riesgo para las proyecciones del sector son las variaciones en la franja de precios de algunos productos o insumos que pueden generar conflictos con los acuerdos comerciales suscritos por el país.
Provocaciones y amenazas que, al final, son fuegos artificiales para su público objetivo. Pero la meta está cumplida: transmiten la sensación de que “la voluntad de cambio se mantiene”. El efecto es el caos: trepada del tipo de cambio, proyección de 0% de crecimiento de la inversión privada para el próximo año, mayor retracción del empleo, desconfianza, incertidumbre, etc. Y, con ello, se multiplican las críticas, las más virulentas y adjetivadas, que solo victimizan al “buen Pedro”, al hombre del pueblo que “no es el culpable de que las cosas suban”.
En ese círculo vicioso nos encontramos. Tenemos que romperlo, inteligente y articuladamente, para salir del mismo