La barbarie de la invasión rusa perfora los fundamentos del derecho internacional. También refleja la disfuncionalidad del Consejo de Seguridad porque condena selectivamente las guerras. El conflicto de intereses producto del derecho a veto de los cinco miembros permanentes es contrario al espíritu de la ONU. Esta guerra, la más disruptiva en 77 años, era previsible y evitable.
Desde hace más de 23 siglos, nos advirtieron de que el territorio es actor y también escenario de las relaciones internacionales y que condiciona, en múltiples y complejas implicancias, las políticas exteriores en la medida en que un país advierta, calcule o compruebe una oportunidad o una amenaza remota, eventual o inminente.
En el “El arte de la Guerra”, el páter Sun Tzu subrayó la importancia de las condiciones del territorio, Tucídides atribuía a la hegemonía ateniense sobre el Egeo la suerte de la guerra del Peloponeso. Veintidós siglos después, en el año 1804, Sir Halford Mackinder, en su expansiva conferencia “The Geografical Pivot of History” en la Sociedad Geográfica de Londres, aseveró que dominando ‘heart-land’ (el corazón de Europa Oriental) implicaba el control mundial. Napoleón Bonaparte sostuvo en una carta del mismo año que la política exterior de los estados estaba basada en la geografía. Rudolf Kjellén, quien acuñó el término “geopolítica”, y Friedrich Ratzel valoraron al territorio como ser vivo y sensible. Karl Haushofer consideró al Estado como un organismo “vivo perfecto”, dividiendo el mundo del siglo XIX en panregiones; Panamericana, Euráfrica, Panrusia y Asia Oriental, correspondiéndoles ser dirigidas por potencias.
Pierre Renouvin y Jean-Baptiste Duroselle catalogaron los países por su ubicación, extensión, vecindario, condición ribereña, insular o continental, morfología de suelos, climas y fronteras “naturales”, calidades que, juntas o separadas, pueden condicionar o determinar la vida de cualquier estado al punto de su desaparición.
Derrumbado el muro de Berlín, y con la asistencia del presidente estadounidense George Bush en la Cumbre de Malta del año 1989, el secretario de Estado de EE.UU. de aquel entonces, James Baker, le aseguró a Mijaíl Gorbachov que la OTAN no avanzaría “ni una pulgada más” en su extensión. No resultó así, muchas repúblicas exsoviéticas se incorporaron a la alianza y Ucrania fue invitada a hacerlo en el 2005, reconfirmando que la Guerra Fría jamás murió, solo mutó de ideológica a geoeconómica y geoestratégica, una constante en la historia de los conflictos mundiales.
En Kiev se instalaron las tribus rus en el siglo IX y poco después el principado de Moscú, confundiéndose así por siglos ucranianos y rusos en el mismo territorio, considerándolo hoy, Rusia y Ucrania, su espacio vital. De allí, la cuadratura del irresuelto e inmenso reto.
La dependencia del gas ruso ya divide a Europa. Las sanciones impuestas causarán enormes dificultades a Moscú, pero también numerosos y entrelazados problemas en la eurozona e inflación global. La amenaza nuclear resulta una apuesta de suma cero por cuanto las partes se anulan, pero Rusia desconcierta afirmando contar con novísimas armas no detectables.
Una solución sostenible podría ser una Ucrania reconfigurada y constitucionalmente neutral de forma que Rusia, en activa conformación de la comunidad euroasiática con China, no sienta el cerco y la amenaza indiscutible de la OTAN. Cuando un estado percibe las amenazas recurre a lo posible.
A los dominios terrestre, marítimo y aéreo de la guerra, adicionamos el espacio exterior con su letal precisión quirúrgica a 15.000 metros de altura. También observamos la guerra híbrida con ciberataques, extorsiones, secuestros y más con iguales fines.
Acotando, acudamos a Henry Kissinger (2014): “La cuestión de Ucrania […] para que sobreviva y prospere, no puede ser un puesto de avanzada de ninguno de los dos lados contra el otro, debe funcionar como un puente […] Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania nunca puede ser simplemente un país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se llamó la ‘Rus De Kiev’. La religión rusa se extendió desde allí”.
Prescindiendo de dolores y simpatías, celebrando la tregua humanitaria, la solución debe ser inteligentemente sellada. Si desconoce la historia y el espacio vital, fracasará.