El conocimiento científico sobre los sismos nos ha permitido comprender que “donde ha ocurrido un gran sismo en el pasado, en el futuro volverá a ocurrir con la misma magnitud y quizá el mismo proceso de ruptura y similares niveles de sacudimiento del suelo”. En este sentido, el sismo del 28 de octubre de 1746, el más grande en magnitud (M8.8) ocurrido en las costas de Lima, debe repetirse en algún momento en el futuro.
Ahora sabemos que han transcurrido 275 años de acumulación de esfuerzos y deformación, puesto en evidencia con la reciente identificación del área de máximo acoplamiento sísmico en el borde costero de la región central del Perú. Hablamos de un área paralela a la costa, de 400 km de longitud, que debe liberar suficiente energía como para dar origen a un sismo de magnitud igual o mayor a M8.5 y cuyo sacudimiento del suelo remecería a todo el territorio peruano. Pero si el escenario sísmico sería el mismo, entonces, ¿qué ha cambiado en estos 275 años? Solamente las ciudades han crecido ocupando espacios de alto riesgo por la calidad de los suelos, por su morfología o porque las ciudades se han tugurizado con el incremento de la población.
Si las crónicas que relatan las características del sismo de 1746 y sus efectos en la superficie se repitieran, habría que considerar ahora que Lima ya no está compuesta por 125 manzanas; tampoco el Callao y Lima están separadas por áreas libres. Si minutos antes del sismo del 28 de octubre de 1746 Lima tenía 60 mil habitantes y perdieron la vida el 10% de ellos, ahora Lima tiene cerca de 12 millones y fallecerían más de 1 millón de personas. Entonces, ¿estamos realmente preparados para enfrentar un sismo de tan elevada magnitud?
Para responder esta pregunta, solo tenemos que cerrar los ojos e imaginar a Lima tal como es y ver dónde están los suelos menos compactos (arenas secas, arenas con agua, rellenos, conglomerados sueltos), dónde están ubicadas las viviendas autoconstruidas después de las invasiones irresponsables (ver qué distritos surgieron después del año 1974), dónde se encuentran las viviendas más antiguas (construcciones de adobe que datan de la época republicana) y, sobre todo, cómo se ha producido la invasión de zonas críticas, como las riberas de los ríos, quebradas y laderas de los cerros.
Por otro lado, es cierto que las ciudades se fundaron y crecieron en gran porcentaje antes de que se lograra tener tanto conocimiento sobre los sismos y los factores que contribuyen a la destrucción de ciudades y la afectación a personas cuando ellos ocurren. Pero es preocupante que la propia experiencia vivida con anteriores sismos de gran magnitud no haya sido comprendida ni tomada en cuenta para gestionar, en pleno siglo XX, el futuro crecimiento de las ciudades. Estas experiencias, sin importar el sismo, ocurren en cualquier región peruana o en otros países. Las historias que cuentan las personas posdesastre son siempre las mismas, solo cambian el lugar y los actores. Aquí está el secreto de construir ciudades menos vulnerables y, a la vez, poder organizar mejor los servicios.
La ciencia ha dado un gran avance en el tema sismológico y busca, como punto final, llegar a la predicción, pero aún falta investigar un poco más. Por ahora, el pronóstico de sismos es un gran paso, ya que, de manera cuantitativa, se sabe dónde están las zonas de máximo acoplamiento de placas, su área y, por ende, la magnitud del sismo que podrían generar. Con esta información, debe iniciarse la construcción de estrategias que permitan reducir el riesgo de las ciudades y de la población. En este sentido, una herramienta valiosa es la transmisión y difusión de la información sobre los sismos, sus procesos y el porqué de los efectos en personas y ciudades. Esta es la tarea que ahora El Comercio ha tomado como un gran reto y esperamos que la población comprenda que, desde ahora, cuenta con un aliado que educa y, con ello, reduce nuestro riesgo ante los sismos.