El vacío de poder en el Perú no se ha cerrado con la toma de mando de Francisco Sagasti. Con los políticos tradicionales en la cárcel, camino a ella y el desprestigio de partidos e instituciones políticas, hay una suerte de agujero negro en las inmediaciones de Palacio de Gobierno. Sus inquilinos momentáneos –como PPK, Vizcarra y Merino– terminan súbitamente en otra dimensión, pero la fuerza de atracción de este agujero no cesa… y usualmente seduce a quienes la ahora llamada generación del bicentenario no legitima.
Es inocente pensar que Sagasti, a pesar de su decencia, formas democráticas y su valioso intento de sanar al país, tapará el hueco. Su debilidad sigue siendo preocupante. Carece de peso político: su bancada es mínima; logró su nombramiento con 97 votos de congresistas inconsistentes que un día apoyan y otro día dan la espalda, como Alianza por el Progreso, esa bancada experta en prometer lo que va a incumplir; y su premier, Violeta Bermúdez, no tiene experiencia política. Algunas voces han señalado que hoy esto es un activo, pues no trae anticuerpos, pero con un Congreso como el actual se requiere de pericia, y no olvidemos que la carencia de experiencia política se le ha criticado a otros primeros ministros cuando se enfrentaban a un Congreso discutiblemente menos hostil que este. Asimismo, que el Tribunal Constitucional se haya puesto de perfil ante la interpretación de la vacancia por incapacidad moral permanente contribuye a la inestabilidad.
También es inocente pensar que este vacío de poder terminará con la llegada de un nuevo presidente en el 2021. Las actuales preferencias electorales no muestran un apoyo a candidatos que provengan de un partido con peso o que tengan experiencia política previa. Un ejemplo es George Forsyth, quien no tiene sustento y mucho menos sustancia.
Si bien la novedad política refresca, también es institucionalmente débil. Esto evita que se llene el vacío de poder, un fenómeno que puede ser interpretado –al menos en el Perú del último quinquenio– como falta de muñeca política, de sustento de una bancada congresal y de rechazo de la ciudadanía. Lamentablemente la política rancia en este país sí tiene astucia y es defendida por las garras y los colmillos de las fuerzas oscuras representadas por los Lunas y los Alarcones del Congreso. Lo que no tiene es el apoyo de la calle.
Con estos fantasmas en el horizonte cercano no se puede descartar que el vacío continúe en el 2021 con su consecuencia natural: la ingobernabilidad. Quizás lo único de lo que no haya que preocuparse por el momento es de que las Fuerzas Armadas puedan querer llenarlo como tantas veces en la historia del Perú. Hace tan solo 30 años el contexto de los últimos días habría terminado con un general en Palacio (merece, por tanto, reconocer el progreso democrático de las Fuerzas Armadas).
El desprestigio de la clase política no se cura con ausencia de política. Que los jóvenes hoy no legitimen a los políticos no debiera ser una puerta abierta para débiles oportunistas que caen bien. Los movimientos de rabia e indignación son necesarios, como lo probaron las protestas pacíficas contra el gobierno de Manuel Merino, pero para generar cambios profundos estas requieren convertirse en fuerzas políticas organizadas. El problema de los movimientos que provienen de Internet es que carecen de líderes y propuestas claras que se sostengan en el tiempo. Si la calle trae nuevas ideas y nuevos políticos sí que podría comenzar a llenarse ese vacío de poder que le ha costado al Perú oportunidades, pobreza y sangre.